‘Nadie quiere esto’: está en Netflix y es la serie romántica de la que habla todo el mundo
Protagonizada por Kristen Bell y Adam Brody
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Ya está en Netflix y es la nueva serie romántica de la que habla todo el mundo. Una comedia con personajes entrañables protagonizada por dos ex estrellas juveniles Kristen Bell (Verónica Mars) y Adam Brody (The O.C.). Diez capítulos de 30 minutos cada uno creados por la también actriz Erin Foster, quien se basa en su propia experiencia personal cuando conoció a su marido. Se trata de Nadie quiere esto y es un festival para cualquier millennial cargado de chistes para toda una generación. La trama junta a la creadora de un podcast sexual con un judío recién separado de su novia. La serie se ha convertido, en pocos días, en uno de los contenidos más vistos de Netflix y es gracias a una historia que se sustenta, sobre todo, en el magnetismo y la química entre sus dos protagonistas. No es una serie perfecta (llega a ser condenadamente previsible y hay diálogos y situaciones demasiado evidentes) pero es el clásico producto de consumo rápido que se disfruta y se olvida en cuanto se ve. Como anécdota, decir que se rodaron tres finales distintos antes de elegir el definitivo. Otra cosa es si el desenlace escogido era el más adecuado
La historia de Nadie quiere esto es simple. Joanne, una mujer agnóstica sin pelos en la lengua ante el sexo (dirige un podcast sobre el tema junto a su hermana), conoce, en la cena de una amiga, a Noah, un rabino despechado y muy poco convencional. Ambos conectan de inmediato y comienzan a salir a sabiendas de que el entorno de él no va a ver con buenos ojos que se haya enamorado de una mujer no judía.
«Esta serie se basa en la única buena decisión que he tomado: enamorarme de un buen chico judío», ha dicho la creadora de Nadie quiere esto, Erin Fostern en forma de promoción. Y es que esta ex actriz y guionista terminó por convertirse al judaísmo para poder casarse con su marido.
Ni la trama ni su desarrollo son novedosos pero Nadie quiere esto destaca por varias razones. Primero, el formato de capítulos cortos le aporta un ritmo decente y disfrutable. El diseño de producción, la fotografía y la banda sonora son funcionales dentro del indie estadounidense y hacen que la experiencia sea agradable de ver. Pero, si por algo destaca esta ficción es por sus dos protagonistas. La química entre Kristen Bell y Adam Brody no sólo es innegable, es que consiguen que te enamores de ellos aunque el arco de sus personajes sea lineal y previsible.
Bell, a la que conocimos en esa obra de culto juvenil llamada Verónica Mars y que tocó techo dando voz a la princesa Ana en Frozen y en la comedia negra de Netflix The good place, derrocha un carisma macarro desternillante. Brody (galán a comienzos de siglo gracias a la serie The O.C.) está encantador haciendo que su rabino no caiga mal incluso en los momentos más irritantes.
Lo peor: previsibilidad y falta de descaro
A priori uno puede empezar a ver Nadie quiere esto como una especie de derivado de Sexo en Nueva York enfocado a los milennials y con la mirada puesta en Woody Allen y sus referentes judíos. Ni una cosa ni la otra. El problema principal de esta serie es que promete ser más transgresora de lo que es. Se echa de menos más ironía e imprevisibilidad. Sin embargo, uno termina los diez capítulos con una enorme sensación de déjà vu y habiendo asistido a un manual encorsetado de tópicos sobre comedias románticas. Hay situaciones ahí excesivamente forzadas por mecanismos de guion nefastos (la cita en la sex shop, lo que ocurre en el campamento judío…) que dan la espalda a lo que podría haber sido un producto más innovador.