El pecado y la tentación, ¿cómo las adoptamos, según la ciencia?
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Desde nuestros primeros años de vida, sabemos cuáles son las acciones que están bien y las que están mal. Sin embargo, muchas veces nos dejamos llevar por la tentación y optamos por hacer cosas que podrían ser reprobadas por otros. ¿Qué dice la ciencia del pecado? En una entrevista con Infosalus, el experto Jack Lewis desarrolla varias de sus explicaciones.
Este doctor en Neurociencias por el University College de Londres, neurobiólogo y exitoso presentador de TV del Reino Unido, autor del libro «La ciencia del pecado», lleva años tratando de recopilar y comprender el pecado desde el punto de vista científico.
Intenta entender por qué sucumbimos ante la tentación y entonces actuamos mal, haciendo lo que no debemos hacer a pesar de saber cuánto daño podríamos causar a terceros o a nosotros mismos. ¿Qué provoca que nosotros sigamos adelante con esas acciones?
Por qué adoptamos el pecado y la tentación
Cuidado con las cantidades
En sus declaraciones, el británico afirma que «muchas cosas que sabemos que no debemos hacer están bien con moderación, pero son problemáticas en exceso». Por ejemplo, «un vaso de vino tinto al día es bueno para nuestra salud, pero una botella de vino tinto al día acabará perjudicándola». Esto puede funcionar como una metáfora, de que a veces el inconveniente sólo está en la cantidad.
Lewis detalla que las áreas de la vida en las que más se nos dificulta decir que no son aquellas relacionadas con los placeres. Bebiendo una segunda copa de vino desencadenamos una respuesta agradable por parte de los sistemas de recompensa que tenemos alojados en el cerebro.
Eso orienta nuestras decisiones hacia la gratificación inmediata, insistiendo en el placer urgente. Lamentablemente, eso conlleva que abandonemos los esfuerzos por obtener mejores resultados a largo plazo si nos moderamos.
¿La clave? Desarrollar el autocontrol
Esa capacidad es una de las que más debería importarnos desarrollar. El autocontrol es clave para decir «no» a las tentaciones. Gracias a este especialista ya sabemos que la neuroplasticidad no se pierde con el envejecimiento, sino que cualquier persona, por mayor que sea, puede trabajar en ella a lo largo de la edad adulta. Durante un largo tiempo se creyó que se perdía neuroplasticidad con los años.
«Podemos desarrollar nuestra capacidad de autocontrol mediante la práctica diaria», afirma. En sus estudios, Lewis ha descubierto que hay ciertas áreas cerebrales que ayudan a enfrentar el impulso de gratificación instantánea.
El truco para no dejarse llevar consiste en fijarse objetivos alcanzables, cuyos resultados puedan apreciarse en pocos meses y no sean cuestión de días.
Los hombres, más débiles ante la tentación
Si bien tanto hombres como mujeres pueden dejarse llevar por la tentación, Lewis avisa que esta conducta es más común en ellos. Al parecer, todo se debe a la testosterona, una hormona que es producida por ambos pero que está más presente en los cuerpos masculinos. Y ésta podría ser la respuesta a las preguntas en torno a ciertos comportamientos casi «animálicos» de ciertos hombres.
Debido a cómo los cerebros procesan el riesgo de formas diferentes, los hombres tienden más al peligro extremo que las mujeres. Distintos estudios ratifican esta hipótesis. Advierten que las personas con niveles de testosterona más elevados son mucho más propensas a correr riesgos, independientemente de su género.
Esto significa que no hay particularidades cerebrales que sean exclusivas de uno u otro género. Los informes sostienen que el cerebro masculino y el femenino son prácticamente iguales.
Una analogía muy interesante, que viene de la informática, es la del hardware y el software. Ambos géneros comparten un mismo hardware, pero sus softwares son únicos. A su vez, depende de cada individuo, sus niveles de testosterona, cuánto hayan trabajado su capacidad de autocontrol mediante la práctica, etc. La educación en la infancia es un factor determinante.
¿Qué pasa durante la adolescencia?
En su opinión, las experiencias típicas de la vida de los hombres y mujeres influyen más en su propensión al pecado que esas supuestas particularidades del cerebro de cada género. Y luego hay etapas especialmente complicadas, como la adolescencia. Durante ese período, los sistemas de recompensa se están formando y responden de forma algo exagerada a los placeres.
Por eso los adolescentes suelen tener poca paciencia y ser irritables. No «ven» a largo plazo.
«Forjar relaciones y salir de casa puede dar miedo, por lo que los cambios en las vías de recompensa que proporcionan descargas de dopamina durante la adolescencia, en respuesta a la perspectiva de hacer cosas arriesgadas, le dan cierto atractivo a la etapa». Paradójicamente, cuanto mayor es el riesgo al que se expone el adolescente, más rápido sabrá con qué situaciones está cómodo.
El científico asegura que los pecados capitales, entre ellos la soberbia, la lujuria y la pereza, son «buenos» para la humanidad. Solamente hay que aprender a administrarlos con sabiduría para que no afecten los vínculos sociales que se hayan construido.
Siempre que obviemos los sentimientos de los demás, podríamos acabar apartados de los grupos a los que pertenecemos.
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