De Zapatero a Sánchez, el socialismo líquido
La política española vive momentos de gran plenitud, entendiendo que, cuando luce plena, se recrea en bofetadas, tientos de sorpasso, odios fermentados y un desmesurado teatro.
Para una historia del socialismo, o para una lista de vergüenzas, hemos conocido estos días que Zapatero pudo haber abonado una espeluznate camaradería política con el terrorismo vasco. Mediando, el siempre dispuesto pacifista Eguiguren. Sospecho que las cloacas del Estado son los canónicos tejemanejes que entretienen a los gobernantes; las intrigas e inspiraciones maquiavélicas, pero aquí de regusto galdosiano. Y cincelado con el estilo Zapatero, posibilista siempre respecto a las causas más dudosas, o directamente estúpidas.
Asoma cierto enmarañamiento postelectoral. El PSOE es el principal objeto de las miradas, de las ansiedades. Navarra está en juego y parece, por momentos, que volvamos a los heroicos tiempos de las esencias. Si bien el asunto es serio y romántico, porque la Comunidad Foral es al nacionalismo vasco lo que Kosovo al serbio. Aquí se trata de defender el constitucionalismo, aunque hace ya bastantes años que muchos niños esperan al Olentzero en Navidad. No se organiza esto en cuatro días, se ajusta a un proceso; en Cataluña lo sabemos bien.
Cataluña es, en el teatro de las componendas socialistas, un actor principal. El autor, Pujol, está descansando la tercera edad en su piso de Barcelona y los posteriores dramaturgos andan descampados. Puigdemont, ya una parodia de sí mismo y del independentismo, lanza al mundo mensajes de una ternura inclasificable, propios de un político enajenado. Artur Mas, embargado por la sensualidad de servir a la patria, asoma el tupé. Tendremos noticias del mesías del procés. Mientras, la primera autoridad del Estado en esta Comunidad Autónoma tiene a su favorito en Moncloa: Sánchez, de quien los catalanes de bien (no los traidores) esperan les dé lo que merecen: una república de dulce vida sin españoles.
El socio preferente de los socialistas, Podemos, ha perdido mucha masa electoral. Quizás Iglesias tenga ahora la duda de volver a las categorías fuertes o diluirse en esta cosa tan desagradable y poco agradecida del pactismo. Savater, el filósofo activista, hablaba de “tontos” para referirse a los votantes de aquel Iglesias romántico que acampaba en Sol como símbolo de luz. Luego hemos sabido que el campamento era parte de una operación catalano-venezolana, bienhechores Roures y Chávez-Maduro. Hay un imponderable en Podemos, su dependencia ideológica. Lo hace también cansino, agotador. Pero se presta a engrasar una idea de España, la antiespaña, criatura de larga tradición. Como experiencia fundacional, suspira Iglesias por el modelo catalán de tripartito, época Pasqual Maragall.
Pedro Sánchez, ese presidente, está escribiendo páginas memorables sobre el arte de conquistar el poder. Nada puede ya añadirse a su intachable sentido de la perseverancia y el ardid. Claro está que los adversarios no pecan precisamente de finezza. La altura intelectual, digamos, deja que desear. Y el ambiente general, el incesante ruido del neofeminismo, la religión del clima y la vehemencia reaccionaria de la izquierda, dominante, le es favorable. Hay un indiscutido repertorio de afirmaciones que cae como lluvia fina e incesante desde muchos medios; lugares comunes que se repiten como parte de un dogma.
La política, en estos meridianos, despereza a la nación entera, y el periodismo pone toda la carne en el asador, también los pequeños detalles, la pimienta de la actualidad. Franco, que sale ahora en los medios mucho más que cuando el NODO, sigue esperando en la tumba a que Sánchez interrumpa su descanso. El Supremo (me refiero al tribunal) tiene la última palabra en la cuestión. Feliz semana.
- Carlos García-Mateo es escritor y autor del blog Barcelonerías