Ya no agachan la cabeza
Se viene un pendulazo electoral histórico. A España, que es Europa un poco más tarde, le costará asumir lo que empieza a abrirse camino de manera imparable. Los mayores empiezan a temer más la realidad biológica que una pensión congelada y los jóvenes han dejado de aceptar que el futuro pertenece al Estado y a quienes delinquen en él. El wokismo que intentaba cambiar al mundo fabricando ovejas acríticas arrimadas a causas imposibles, y financiadas para violentar el espacio público, está dejando paso a una ola gigantesca de indignación racional, con epicentro en los jóvenes, que ha hecho de la polarización el caldo de cultivo para regresar a lo que funcionaba y que los odiadores del sentido común y la lógica querían -aún están en ello- desterrar.
Ante la España que viene, la izquierda de salón y subvención está desnortada, desquiciada y desbaratada. Aún con esa venda de incorrecta superioridad moral que les ciega en una inanidad intelectual caprichosa, son incapaces de asumir nada que no roce la violencia como válvula de escape a sus frustraciones y traumas ideológicos, que, con frecuencia, se deben a su incapacidad para agarrarse a referentes éticos y de valores imprescindibles: ni Dios, ni familia, ni patria, ni libertad. Han deconstruido tanto que ya sólo les queda escombros intelectuales y políticos a los que admirar. Y por eso, se dedican a negar la realidad que les barre o a proyectar en los demás los defectos que la misma realidad les muestra.
Tratamos cada día, en esos colectivos aborregados con dinero público y en medios regados con publicidad institucional sesgada y manipulada, con gente adicta al desbarre, constructores de muros de odio y servilismo, activistas de lo vil y abyecto, enfermos de socialismo totalitario, admiradores de personajes ruines a quienes la vida ha tratado mal y se desquitan esputando bilis por doquier. Pobre gente necesitada de alegrías, que encuentran riéndose y saqueando a la gente pobre. Y hasta ahora, en ese espejo que reflejaba todo ese sufrimiento del alma, no había nada que contestara a sus imposiciones de sumisión y servilismo.
Había que aceptar su visión y reescritura de la historia, su machismo iletrado que se imponía como única condición de defensa de la mujer, su visión racista que multiplicaba la inmigración ilegal y la delincuencia en sus burbujas patrocinadas, su concepto de la democracia, más orgánica o popular que liberal, su autocracia como modelo de trágala político, sus dictaduras buenas y malas, su razonamiento de sinrazón «la izquierda no roba», «la izquierda no delinque», «la izquierda quiere a los pobres, la paz en el mundo y no se corrompe», «la izquierda es buena, ¡viva la izquierda!». Hasta ahora, colaba ese relato maléfico en una muchedumbre huérfana de lecturas y de luces. Ya no.
Porque, a diferencia de lo que ocurría hace décadas, hay una España que no es de izquierdas que ya no agacha la cabeza, ni ante los pistoleros etarras reconvertidos en parlamentarios ni ante la internacional socialista del crimen que financia el terror por el mundo y decreta el asesinato de las libertades individuales cuando gobierna. Los jóvenes que han derribado el muro woke de la intolerancia, el prejuicio y la percepción de causita ya no piden permiso para poder manifestarse por lo que consideran razonable y de sentido común: la pervivencia de un sistema de libertades basado en la vida, la propiedad privada, el respeto a las leyes y la defensa de unas tradiciones sobre las que se ha construido España y Europa, a saber: el pensamiento griego, el derecho romano y el espíritu cristiano.
La universidad pública, en general el sistema educativo español, creado bajo el paraguas legislativo socialista y erigido en centro de adoctrinamiento contra la razón y el debate, llena las aulas de docentes encantados de pontificar sobre una historia que no sucedió, unas ideas que causaron miseria y muerte y una visión del mundo que sustituye la tradición por la quimera, el conocimiento por la felicidad y el sacrificio por la no frustración. Ante el silencio de antaño, ya se responde diferente ante la mentira patrocinada, no se agacha la cabeza y se cuestiona el pasado reescrito por las mismas escuelas que defienden ideologías miserables. Y esos jóvenes que callaban ante la manipulación académica y pseudointelectual, ahora se rebelan en la defensa de la España que construyeron sus padres y abuelos. Lo que estaba bien, lo que nos inculcaron, lo que estábamos dejando que nos arrebataran una panda de burócratas del miedo y funcionarios del odio. Por eso no lo soportan y quieren replicar lo que una vez ya les salió mal.
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