La UEFA no puede permitir esto
La UEFA debe tomar medidas para acabar con los seguidores más radicales. El rebrote de la violencia en el fútbol no se puede quedar sin respuesta por parte de su máximo organismo en Europa. Los radicales no tienen cabida dentro del deporte, ya que aprovechan estos espectáculos de masas para hacer de la violencia un siniestro pasatiempo. De ahí que los directivos del fútbol continental deban levantar los ojos y poner atención a lo que ocurre en la calle. Eso implica ser taxativos a la hora de cortar cualquier actitud asentada en la agresividad o el enfrentamiento. También controlar a los clubes —sancionarlos si es preciso— que respalden a sus aficionados más exacerbados. Ha sido el caso del París Saint-Germain, que jaleó en redes sociales a sus ultras para que presionaran al Real Madrid.
La consecuencia de esos irresponsables mensajes ha sido que 50 aficionados del club parisino rodearon el hotel del Real Madrid para impedir su descanso antes del trascendental partido de octavos de final de la Champions League. A la 01.30 horas comenzaron a lanzar bengalas —prohibidas para ese uso— y petardos. Tan grande fue el escándalo que incluso tuvo que acudir la policía francesa, que detuvo a dos de los ultras del PSG. Un club tan importante e influyente como el de París, que además aspira a convertirse en un referente deportivo, no puede tener un comportamiento como éste. La UEFA debe hacer todo lo que esté en su mano para evitar y corregir estos comportamientos inaceptables. Los radicales lo tendrán mucho más difícil si hay una estrecha colaboración entre la propia UEFA, los clubes y la policía.
De no ser así, camparán a sus anchas haciendo ley de su desmesura hasta provocar más situaciones como las que se vivieron a finales de febrero en Bilbao. Entonces, los hinchas más radicales del Athletic y los rusos del Spartak de Moscú se enzarzaron en una batalla campal en las calles de la ciudad vasca que acabó con un ertzaina muerto. Para remediar desenlaces tan funestos, la UEFA ha de ser inflexible a través de sanciones tanto a los aficionados como a los clubes que les den cobijo. A los primeros, impidiéndoles el acceso a cualquier recinto deportivo; a los segundos, con la exclusión de la competición que disputen si sus aficionados reiteran comportamientos delictivos o violentos. Sólo así, la estabilidad de las competiciones internacionales de fútbol no estarán en manos de unos acémilas. La violencia debe ser un anacronismo en el fútbol sin posibilidad de actualizarse.