Un Torra de más o de menos

Un Torra de más o de menos

No fue un transeúnte embriagado el responsable de que, en plena campaña electoral, una pancarta sectaria apareciese en el balcón de la Generalitat. Lo decidió el presidente de la Generalitat, primer representante del Estado en Cataluña. Y no fue un policía novato con ganas de estrenar el bloc de multas quien le sancionó sino la Junta Electoral que tutela para toda la ciudadanía un proceso que es una de las grandezas de la democracia. A partir de entonces lo que importaba no era un Torra de más o de menos sino castigar su transgresión en nombre de las leyes que garantizan el “fair play” en España.

Tampoco importa sustancialmente que Junts per Cat. no lo entienda. ¿Cómo va entenderlo si lleva años escorando de forma política indecente el sistema institucional de Cataluña para lograr un objetivo tan ilícito como imposible? Suena a vodevil cadavérico, a armario de juguetes rotos, a corrupción de la voluntad cívica. Finalmente, ERC ha empuñado la navaja de pastor con barretina. Cuesta suponer que Junqueras vaya a aportar alguna estabilidad. Más bien parece un simple quítate tú que me pongo yo.

El extremo desacato de Torra tiene abundantes precedentes y todos ellos encaminados a lograr la república catalana. La sociedad catalana lleva tiempo muy dividida sobre esta cuestión pero la lesión más reciente es que la división ha aparecido incluso en el frente independentista. Era de suponer pero la turba político-mediática seguía intentando dar la culpa de todo a España, a la monarquía, a quien fuera. De cualquier página de la historia política podía deducirse que eso pasaría. Tras las vidas políticamente rupestres de Torra o Puigdemont aparece una descomposición política muy honda y que determina en exceso la vida política de toda España.

Sería una imprudencia esperar que con unas elecciones autonómicas Cataluña recupere su normalidad cívica y el entorno idóneo para un crecimiento económico sostenido. Tampoco va a reconstituirse la confianza, ni es pronosticable que unas elecciones anticipadas –de dudosa condición si las convoca Torra- barran el estropicio bajo la alfombra. Más bien existe alguna posibilidad de que los grupos independentistas más radicales se enfrenten entre sí, con o sin capucha. Respecto a Torra, habrá que ser –si acaso- generosos con el olvido. Nunca se ha presidido ni a sí mismo. Habrá que ver en que queda ahora la tipología de la sedición.

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