Todos somos Cristina, todos somos Argentina

Cristina Fernández de Kirchner

El alma de todos los populismos, como la de Evita en el musical de Andrew Lloyd Weber, está con Argentina. Porque el populismo democrático, si es que no son un oxímoron, se institucionalizó en ese país a través del peronismo y este siempre muestra el camino a los movimientos y líderes populistas en todo el mundo.

El perfeccionamiento del clientelismo masivo, de la maquinaria propagandista, de la victimización por el supuesto ataque de los poderosos, de la utilización provechosa y la ocupación de todos los resortes de poder y de la exaltación de los peores instintos de la sociedad han hecho que esas formas de comportamiento, propias del populismo, sean en Argentina la única forma de estar en política o en la vida pública. El peronismo retroalimenta esa base populista, que allí ya sí que es mayoría, y es casi imposible que sea sustituido; otras opciones pueden ganar puntualmente las elecciones en los departamentos, en el gobierno de alguna provincia, en la ciudad autónoma de Buenos Aires o incluso en la Presidencia de la República, pero, como ya no se entiende ni se permite otra pauta de actuación política, esas opciones son absorbidas por el peronismo o derribadas por ese mismo peronismo en su versión montonera.

Lamentablemente, el modelo, que incluso pudo llegar a ser derrotado en la propia Argentina y que era residual en el continente americano, hoy vuelve a ser hegemónico en Hispanoamérica y ya tiene una representación institucional muy poderosa en algunos países europeos, empezando por el nuestro.

Porque, para marcar el paso a la sociedad, al populismo no le hace falta ser mayoritario como en Argentina. Una de sus principales armas es confundir la masa activada y vociferante, lo que ahora llaman la gente, con la verdadera base social, cuya fuerza y preferencias, en democracia, deben expresarse y medirse contando sus votos.

Además, su crecimiento e implantación se alimenta del comportamiento indubitadamente populista de la izquierda cuando está en la oposición y del impulso colectivista del socialismo cuando gobierna. Quizás no se equivoquen esos autores que señalan que el populismo es la salida a la que conduce el socialismo democrático en las sociedades débiles, porque el socialismo genera una enorme frustración al pregonar una arcadia de beneficios sociales gratuitos y universales que al final se muestra inviable. Y, por otro lado, su superioridad moral orienta y ampara el proceso de ocupación de la sociedad en todos sus ámbitos, apropiándose de sectores, de minorías, de gremios, de movimientos sociales (los habituales ismos), de orientaciones sexuales y hasta de principios y valores.

No podemos exagerar diciendo que España es ya como Argentina, pero desde hace tiempo damos un paso tras otro en esa dirección y con el gobierno socio-comunista de Pedro Sánchez se han dado grandes zancadas para transitar el camino hacia el populismo estructural. Evidencias de este recorrido se vienen dejando desde que Sánchez consiguió su primera investidura, pero olvidemos las de ayer y nombremos las de hoy: la apropiación de la gente en su actual campaña de oposición a la oposición; la victimización en manos de los supuestos poderes fácticos como excusa que mal disimula la aspiración de domeñar todos los poderes del Estado (atentos al próximo jueves en el CGPJ); la implantación de medidas económicas dirigidas únicamente a la subvención clientelista, renunciando a verdaderas políticas estructurales que corrijan las deficiencias e impulsen el crecimiento futuro.

Por supuesto que hay que paliar los duros impactos de las actuales crisis. Eso es imprescindible. Pero el verdadero riesgo es que, como ocurrió en Argentina, esas políticas terminen forjando un carácter débil y manipulable en la sociedad. No se puede olvidar que una sociedad sana y sostenible es aquella en que la riqueza de los ciudadanos trae causa de su propio esfuerzo y que la dependencia no puede ser un fin, sino la manera de asegurar un bienestar mínimo y de corregir desigualdades extremas.

En la visita al Parque Nacional Los Glaciares en la Patagonia argentina se hace obligada parada y fonda en El Calafate. Al entrar en la localidad, indefectiblemente te señalan un lujoso establecimiento hotelero que la domina desde la ladera de la montaña, y te aclaran que es una de las numerosas propiedades de los Kirchner. Las inmensas riquezas de la familia (radicadas principalmente en la inmensa provincia de Santa Cruz, donde Néstor realizó su carrera política) debemos entender que son como las joyas de Evita, que, al lucirlas ésta, dignificaban al pueblo. Porque en el peronismo populista, como en el comunismo del que hace germen y al que inconfesablemente aspira, todos somos iguales, pero, al modo de La granja de Orwell, unos siempre son más iguales que otros.

Nota: no hay ninguna justificación para el atentado sufrido por Cristina Fernández de Kirchner. Lo que sin duda parece un absurdo intento de asesinato debe ser investigado y juzgado, al igual que debe serlo la propia víctima por sus aparentemente corruptas actuaciones.

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