De tauromaquia y otras artes
Propongo aquí un análisis para ayudar a ciertos sectores a valorar el interés que despierta la fiesta de los toros en nuestro país. Dado el actual desprecio al que se ha sometido a la tauromaquia, escribo esperanzada en que la lógica de este artículo modifique la consideración que algunos otorgan a este espectáculo imbricado en la naturaleza más pura, y que cosecha miles de tardes históricas de prodigio.
El arte es una cuestión que tiene que ver con la sensibilidad, no con la moral ni con la ideología. Podría comenzar divagando sobre lo que es arte y lo que no, pero no tengo espacio suficiente ni tampoco seguridad de que el lector medio de este escrito tenga una formación acorde con mis divagaciones. Sólo diré al respecto que para mí una caída de ojos en el momento preciso y con el ritmo adecuado puede considerarse una obra de arte de mayor dimensión que algunas de las propuestas plásticas que ofertan los museos públicos.
Reto a los poderes pertinentes a que cuenten los visitantes que acuden a ver los cuadros (no el edificio) de un museo cualquiera de arte contemporáneo español durante un año; igualmente, a que contabilicen los asistentes a las corridas de toros de la misma localidad. Hagan la proporción aritmética, teniendo en cuenta que el museo abre todos los días y las corridas anuales son contadas. Comparen los resultados y verificarán qué actividad suscita más interés. En Sevilla existe un centro de arte contemporáneo que siempre está vacío, cuyas visitas de extranjeros (motivo por el que pervive) se sustentan en el atractivo del edificio histórico que lo alberga. En cambio la plaza de toros sevillana cuelga el lleno hasta la bandera de forma habitual, y también van chinos a ver el edificio.
Los autodenominados artistas plásticos que exponen cuadros que casi nadie va a ver sí están presentes en el pronóstico de subvenciones a la cultura, pero no se pretende contemplar a los hombres que se preparan para ofrecer el espectáculo taurino. Los primeros reciben parte de nuestro dinero para decidir ellos mismos que lo que hacen es arte, mientras los que entrenan y trabajan para lidiar a un toro se escapan a la estimación del Gobierno. Un torero es torero porque ha demostrado públicamente que puede serlo, un pintor emergente sólo ha dejado claro que ha sabido situarse. El arte contemporáneo es, en general, el gran fraude de la cultura actual. Me consta que analizar este foco no les interesa.
Volviendo al tema que centra este texto, por razones de emotividad y cabezonería parece que el cerdo y la ternera que nos comemos de forma habitual sí desean ser sacrificados en un matadero para nuestro beneficio; igualmente las mascotas que viven secuestradas en pisos minúsculos o jaulas herméticas están encantadas con esa suerte. Sin embargo, los toros bravos que viven en espacios naturales preparados especialmente para que crezcan de forma saludable son engañados con puyas y estoques. Qué extraño todo.
Insisto en que una caída de ojos puede ser arte, el arte de la seducción para ser más concisos. Y es quizás el arte más antiguo de todos, el más tradicional, porque es parte del cortejo, que es la antesala de la procreación, que es el motivo por el que todos estamos en este mundo. La relación que nos vincula a la naturaleza es mucho más sabia que esas implicaciones éticas a las que se agarran para decidir. “El Guernica”, óleo incuestionable, es un canto a la impiedad humana. Es lícito que se exhiba y se conserve con el dinero de todos los españoles, cuando denuncia precisamente el dolor padecido a causa de nuestra propia intolerancia.
Una buena tarde de toros, cuando el atardecer decide mostrar por qué se llama lo que envuelve al torero “traje de luces”, cuando la banda anuncia que ha llegado el momento, cuando el silencio dice aquí estoy yo, cuando el torero se endiosa y se entrega hasta sus mismas entrañas; en ese momento, a uno se le pueden erizar los vellos. Si a eso no se le llama arte, si torear no es arte, que desaparezca cualquier veneración absoluta por la vida. Arte es todo aquello que provoca emoción. Quizás lo que les falte a los que desestiman este espectáculo es la sensibilidad necesaria para apreciar y comprender la esencia de la tauromaquia.
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