Un sujeto repudiable y repudiado

Pedro Sánchez
Pedro Sánchez

Les invito a ustedes a realizar el siguiente ejercicio: acudan a su Diccionario de Sinónimos de más uso y recaigan en los términos asimilables el de repudiado. Desde rechazado -el más generoso-, a despreciado -el más contundente-, toda una batería de vocablos para describir la condición humana de un sujeto que, como ha escrito John Müller, cae francamente mal. Miren, si no, lo que ha ocurrido este pasado fin de semana en Palencia, tierra de la que no se ha llevado precisamente el pan como en los versos antiguos, sino la displicencia y los insultos. Acudió allí para inaugurar su apoyo al candidato socialista Tudanca, y los agricultores, los ganaderos, los policías y hasta los funcionarios penitenciarios se echaron a la calle, ellos sí, para recibir de aquella manera a Sánchez y decirle que no cumple ni una sola de las promesas que les ofreció. Le trataron encima como cómplice de un estólido ministro, el inefable Garzón que, en la imputación de una de las asociaciones convocantes: “Tu abandono y tus agresiones me pueden matar”. O sea, lo que se decía en el lenguaje del Periodismo tópico y clásico: una cálida acogida.

Pero él no parece enterarse. Horas después de este suceso, prólogo de lo que se le va a venir encima de aquí al 13 de febrero, fecha de las elecciones en Castilla y León, se fue a la emisora cómplice, la gubernamental, la que funciona oficiosamente como en los tiempos de la dictadura de Primo Rivera, a poner cara de yo no he roto un plato, a mostrarse dolido por la polémica que las derechas a cuenta de Garzón, y ya, de paso, y aprovechando una incitación de la presentadora, a denunciar que “en Madrid las calles están llenas de miseria”.

Sin pestañear, con el mayor desahogo del Universo. En dialecto coloquial y parafraseando a mi amigo Jose Luis Gutiérrez, uno de los más grandes cronistas de la Transición: “Pero, vamos a ver Pedrito, tontolaba, ¿por qué calles de Madrid te han paseado tú estas Navidades?”. Hablamos de calles del centro y de la periferia, por ejemplo de un barrio emblemático como Usera, atiborrado de un gentío que, es verdad, mayormente atendía a las pocas personas que duermen en la calle, en buena parte porque no aceptan el acogimiento social de roperos y de otros establecimientos sociales de este tipo. “¿Cuándo es la última vez, Pedrito tontolaba, has salido tú a pie de La Moncloa que tienes infestada de enchufados y amiguetes del tres al cuarto, para codearte con el personal que llega a Madrid a raudales?”. “¿A quién quieres engañar Pedrito, tontolaba?”.

Y miren que los presidentes de la democracia siempre han sufrido el llamado síndrome de La Moncloa y la calle, las aceras del vecindario, les han gustado menos que a Urkullu la bandera española. Suárez se enclaustró porque sus últimas jornadas allí fueron un anticipo de la patología que luego le llevó a olvidar incluso quien era. Leopoldo Calvo Sotelo, este sí, se cogía fin de semana sí, fin de semana no, del brazo de potente mujer, una Ibáñez-Martín de toda la vida y se iba de conciertos o de cines. Felipe González terminó por acendrar su postrera afición de escayolar encinas y comprar bonsais para olvidarse de Serra, Roldán y demás robaperas. Aznar, según creo, no faltó ni un solo día a su sesión de abdominales. Zapatero se creyó un Llull y se despejaba jugando, muy mal, al baloncesto. Rajoy descubrió la Casa de Campo y el güsqui al mismo tiempo y se lo pasaba chupi en veladas gastronómicas con sus amigos, salía a la intemperie y una vez incluso un perturbado estuvo a punto de romperle la cara.

Lo cierto absolutamente es que, el aún presidente del Gobierno, sólo abandona el refugio que le pagamos para subirse en el avión, previo paseo en helicóptero, y llegarse hasta un acto político de su partido. En uno de ellos, según confesión del colega de un digital de izquierdas que le sigue por todas partes, fue acogido con el mismo entusiasmo con que el Nou Camp recibe a la corte del Real Madrid de Florentino Pérez. En estas condiciones ¿qué tipo de campaña se le prepara en Castilla y Leon? No hay que ser un adivino: lo confía todo a la televisión, el problema es que en esta región no tiene un canal de cabecera, modo Extremadura o Valencia, y le van a retratar como se merece en medios independientes que poseen un montón de suscriptores del campo a los que Sánchez y el inefable Garzón están tratan dolosamente de arruinar. La última maldad que circula por Madrid (se non é vero, é ben trovato) es que Iván Redondo, el antiguo gurucillo del aún presidente, ha fichado como asesor del ministro de Consumo y le está atizando patadas a Garzón en el tafanario de Sánchez. ¿A que es buena la especie?

Sin más bromas: a este sujeto no es que ya no le quiera nadie, es que una enorme parte del país le detesta. Él suele abusar de dos palabras de reciente uso para vender su política: la cursi e impronunciable “resiliencia” y otra muy reciente en los libros de Psiquiatría: “empatía”. Pues bien, de esas dos, nada de nada. Lo suyo es huir cuando truena, echar la culpa de sus pantagruélicos resbalones al empedrado o a las regiones que no son de sus obediencias y, eso sí, atacar a Madrid, porque, como señaló Fernández Mañueco en la presentación el lunes de Díaz Ayuso: “Es la referencia y el motor de España”. Ahora amenaza con urdir el ametrallamiento fiscal de Madrid resucitando el impuesto de Donaciones y Sucesiones. Pero Ayuso le va a llevar al banquillo, el asiento que le peta como anillo al dedo.

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