Sin freno y cuesta abajo en el deterioro democrático

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Ya hace tiempo que Pedro Sánchez se convirtió en ejemplo vivo de los peligros que los sistemas democráticos incuban, lo que ocurre es que ahora se hace evidente porque se atreve a actuar sin ningún freno, sin ningún control, sin ningún límite a su caprichosa voluntad. Y se crece en su impunidad, como el caballo que desafía con sus cabriolas al jinete novel, como el soldado veterano que se aprovecha de la inexperiencia del mando recién egresado, como el niño que esclaviza con sus caprichos a los padres primerizos.

La deriva antidemocrática de Sánchez empezó en el momento en que comprobó la facilidad con que podía romper sus promesas y mudar sus principios. En ese momento no sólo se quebraba la Segunda Ley Natural de Hobbes, que señala la obligación de cumplir los compromisos asumidos y los pactos celebrados, sino, incluso, los fundamentos de la Teoría del Pacto Social de Rousseau.

No había, por tanto, necesidad de esperar a ver cómo verbalizaba su desprecio al parlamento y la aspiración de gobernar sin su concurso, aunque es verdad que ese último descaro puede abrir los ojos de algún escéptico. Sobre ese punto, fue el constitucionalista francés Pierre Avril quien afirmó que la responsabilidad del Gobierno ante el Parlamento es la verdadera piedra angular del parlamentarismo, siendo que sin esa responsabilidad no se podría difundir la legitimidad democrática desde el Poder Legislativo hacia el Ejecutivo.

Pero la culpa de haber llegado a esta situación no es de Sánchez, o, mejor dicho, no es solamente de Sánchez. Es innato a la pobre condición humana el aprovecharse de la debilidad ajena, y en el caso del político y el gobernante el extender su poder a los lugares indebidos en que el sistema no es capaz de impedir que lo haga. Por eso la democracia tiene que tener la capacidad institucional de defenderse a sí misma de sus propios gobernantes y, por eso, no debe permitir que ningún político tenga más poder que el que expresamente se le haya conferido.

Y este es el verdadero drama: hemos llegado a un punto en que no hay una manera efectiva de parar el proceso de degradación al que el presidente está sometiendo a nuestro sistema democrático. Ninguno de los actores se muestra capaz o muestra voluntad de detenerle. Los institutos y organismos públicos, en su práctica totalidad, han sido ya colonizados y actúan bajo las órdenes del Gobierno; al Poder Judicial, cuya independencia es constantemente atacada, se le ha impuesto un control político, a través del Tribunal Constitucional, que alcanza a sus propias actuaciones jurisdiccionales; y al Poder Legislativo se le desconsidera o se le utiliza, formando si es necesario mayorías espurias con prácticas mafiosas.

Tampoco los partidos políticos constitucionalistas que defienden la democracia liberal (que no son tantos) logran torcer el rumbo. Los de la oposición, aunque vehiculizan la indignación con mayor o menor acierto, ven que sus recursos y protestas mueren en los cauces institucionales que ya han sido domeñados (Fiscalía, Abogacía General, Tribunal Constitucional, Letrados y Mesa del Congreso…). Y los que están dentro del sanchismo, o agravan la situación con sus chantajes o, en el caso del PSOE, terminan por entonar los versos que Calderón dedicó a los Tercios: «Aquí la más principal / hazaña es obedecer / y el modo cómo ha de ser / es ni pedir ni rehusar’.

En cuanto a la escasa capacidad de respuesta de la ciudadanía, los medios de comunicación o, en general, la sociedad civil, seguramente es lo que explica el por qué hemos llegado hasta aquí. Una masa inmadura, acrítica, egoísta, y atrincherada en su sectarismo para impedir la alternancia, demuestra no tener la formación y el nivel de desarrollo que se requiere a una sociedad para ser capaz de gestionarse a sí misma y no ser víctima de autócratas y populistas.

Sánchez va, entonces, sin freno, acelerando el deterioro de la democracia y la convivencia; igual que ya ha cometido las barbaridades que prometió que no haría, en el futuro próximo impulsará las que ahora nos dice que son imposibles. Lo dicho, nos lleva sin freno y cuesta abajo y es casi imposible que de esta salgamos ilesos; mamá sin manos, mamá sin pies… ¡mamá sin dientes!

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