Sánchez: vergüenza y humillación

Opinión José María Rotellar

El viernes pasado, aprovechando que gran parte de España estaba de puente, Pedro Sánchez, presidente del Gobierno en funciones, se reunió con la portavoz de Bildu, Mertxe Aizpurua, condenada a un año de prisión por apoyar el terrorismo, entrevistadora de etarras, biógrafa del etarra Argala, editora de Egin y fundadora de Gara, entre otros méritos filoetarras. Su nivel moral se mide con el titular que llevó a la portada de Egin cuando la Guardia Civil rescató a Ortega Lara del horrible cautiverio en el que ETA lo tenía: “Ortega vuelve a la cárcel”.

Pues bien, Sánchez la recibió con una franca sonrisa y claro agradecimiento pues, a día de hoy, los únicos votos confirmados a la investidura de Sánchez, excepción hecha de los del PSOE, son los del antiguo brazo político de ETA. Es obvio que posiblemente todo sea un teatro y tenga ya cerrados el resto de apoyos, pero no deja de ser llamativo que los primeros en socorrer al auxilio de Sánchez hayan sido los del grupo de la sucesora de Idígoras en el Congreso de los Diputados, todo teledirigido por Otegi, “ese hombre de paz” que dijo Zapatero, condenado también por terrorismo.

Como ya se ha dicho en reiteradas ocasiones en las últimas horas, esa foto es la de la vergüenza, y también lo es la de la humillación, porque aunque se encuentre en funciones, aunque se reúna como candidato a la investidura como presidente del Gobierno, Sánchez es presidente del Gobierno en funciones, es decir, presidente del Gobierno de todos los españoles, y su foto con esa gente supone una humillación para España, pues que el propio presidente del Gobierno se ponga del lado de quienes simpatizan con los que mataron a cientos de españoles, es humillante. Uno de los poderes del Estado, arrodillado ante los “abertzales”, ante quienes justificaban el terrorismo etarra, los defendían, los apoyaban, señalaban a las víctimas e incluso, en ocasiones, iban más allá.

Pactar con Puigdemont es aberrante, porque es rendir el Estado a un prófugo de la Justicia que trató de dar un golpe de Estado, especialmente con la amnistía que van a conceder, que reconocerá que el referéndum no fue ilegal. Todo ello, parece que está listo, por más teatro que se orqueste. Y si Puigdemont le pide a Sánchez que vaya a Waterloo para cerrar el pacto o no le vota, hay una alta probabilidad de que Sánchez acuda. Pactar con Bildu, además de aberrante, es triste, porque blanquea a quienes son los herederos del brazo político de ETA. Ni siquiera han protestado enérgicamente contra el ataque a la tumba de Fernando Buesa.

Sánchez no tiene límite: él sólo quiere volver a ser investido presidente del Gobierno y está dispuesto a cualquier cosa, cualquiera, para lograrlo. Si Tejero tuviese representación política en el Congreso y estuviese dispuesto a negociar con Sánchez la investidura, Sánchez negociaría también con él en ese hipotético caso. Sánchez cederá todo lo que tenga que ceder, porque para Sánchez el fin justifica los medios. Los años de presidencia, aunque sean muchos, son pocos en el conjunto de la Historia, pero lo que será recordado por siempre es el proceder de Sánchez para agarrarse a un sillón, rindiendo la dignidad del Estado, la Constitución, la Transición y la concordia, por un tiempo más en la cabecera del banco azul. Qué triste.

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