Sánchez se cisca en la tumba de Montesquieu

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En economía llamamos “Crony Capitalism” a eso tan contrario al liberalismo como es el capitalismo clientelista, de compadreo o de “amigotes”, vinculado a sectores empresariales íntimamente relacionados con Gobiernos que pueden beneficiar a unos emprendedores frente a otros, otorgando licencias, concediendo subvenciones o agraciando con determinados beneficios fiscales. Con Pedro Sánchez, Marlaska y su Gobierno de coalición socialista – comunista, respaldado por los golpistas catalanes y los proetarras, estamos descubriendo que una democracia occidental consolidada como la nuestra es compatible con lo que podríamos denominar “Crony Justicia”, o justicia de amiguetes. Desde tiempos de Aristóteles sabemos que no hay justicia si no tratamos igual a los iguales y desigual a los desiguales y, en consecuencia, a esto que hace Pedro Sánchez, utilizando todas las artimañas que están en su mano para favorecer a sus amigotes, según sus propios intereses, no se le puede llamar justicia.

Desde el primer momento, Sánchez demostró que estaba dispuesto a todo, atreviéndose a nombrar como Fiscal General del Estado a una mujer que ni es independiente ni hace el menor esfuerzo por parecerlo; la que fuera su ministra de Justicia, Dolores Delgado. La que bebe de la copa de Garzón, el ex juez que fue inhabilitado por prevaricador y que desde entonces se dedica a defender a todos los tiranos de extrema izquierda de Latinoamérica. Y mano a mano, entre la Lola y el juez condenado, han ocupado todo el organigrama de la Fiscalía española con personajes de su cuerda. Como cómplice imprescindible, en el Ministerio de Interior, con las competencias sobre prisiones, Sánchez colocó al indigno Marlaska quien, si algún día tuvo algún principio moral, ya ha demostrado sobradamente que lo pisotea con tal de mantenerse aferrado a su cartera ministerial.

Alfonso Guerra dijo en 1985 que Montesquieu había muerto, cuando su jefe, Felipe González, aprobó con su aplastante mayoría absoluta la reforma que dejaba en sus manos los nombramientos de los jueces del Consejo General del Poder Judicial, poniendo fin a la división de poderes diseñada por el filósofo y jurista francés. En realidad, lo que anunció Guerra no fue una muerte súbita, sino una lenta agonía que ha llegado a nuestros días, en los que el presidente del Gobierno, usando a Dolores Delgado y a Grande Marlaska, está demostrando que ya, en España, la Justicia no la aplican los jueces ni tiene lugar en los tribunales, sino que la decide él sólo, sin atenerse a ningún criterio más que su voluntad y sus intereses egoístas.

Porque Pedro Sánchez necesita los votos de los independentistas vascos y los proetarras, Marlaska ha decidido que las víctimas de ETA no tendrán justicia y un viernes de vergüenza tras otro está trasladando a todos y cada uno de los sanguinarios asesinos etarras para, cuando estén todos, transferir al PNV las competencias sobre las prisiones vascas. Como Pedro Sánchez requiere los votos de los golpistas catalanes, pese a los informes en contra del Tribunal Supremo que indican que los indultos serían una clara ilegalidad, el Gobierno de coalición socialista y comunista los va a conceder en breve. Y como Pedro Sánchez sigue precisando los votos de sus socios de Gobierno, los podemitas que animaron a Juana Rivas a secuestrar a sus hijos y a presentar múltiples denuncias falsas contra su padre, ahora le ha dado instrucciones al secretario general de Instituciones Penitenciarias, Ángel Luis Ortiz, el que fue director del gabinete jurídico de Manuela Carmena, para que la condena de dos años y medio de cárcel con la que el Tribunal Supremo sentenció a Juana Rivas se convierta en la práctica en haber pasado cuatro noches en un Centro de Inserción Social de Granada. Pedro Sánchez legisla, nombra a los jueces y fiscales, traslada a presos y otorga indultos y beneficios penitenciarios según le conviene a él, sin someterse a nada ni a nadie. Sánchez se cisca en la tumba de Montesquieu y llama a las cámaras para que lo emitan en directo.

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