Sánchez chapotea en su laberinto

Sánchez chapotea en su laberinto
Sánchez chapotea en su laberinto

Primero fue Page. Ahora un personaje no sospechoso de ser lo que es, Puig. Inmediatamente después, el líder madrileño Juan Lobato, hombre templado y realista, que en sus momentos iniciales de precampaña arroja de su boca las siglas PSOE.

Todos ellos, y algunos más a punto de sumarse, son conscientes de que el sanchismo se ha convertido en una pócima tóxica para sus intereses. Hace tiempo que dejé escrito que Pedro Sánchez, el guapo con los trajes mejor cortados de España a costa del contribuyente, terminaría como el colombiano más famoso del mundo. Lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible. Su deriva deshilachadora del Estado, sus congénitas patologías para intuir siquiera la realidad, su narcisismo, su pedestal ególatra sin posibilidad alguna de un atisbo moral, le conducen directamente hacia el averno.

Se puede engañar a unos pocos durante algún tiempo; más difícil engañar a todos todo el tiempo. Su permanencia en el poder sólo ha sido posible gracias a la liquidación totalitaria de cualquier discrepancia dentro de un partido que le mandó a paseo y después le restituyó al poco tiempo. Luego, tras ganar con escasos resultados una elección legislativa, hizo el salto de la rana hasta el punto de abrazarse con lo más indeseable de la marginalidad política.

Pero todo recorrido, además de su afán, tiene su final. Tanta mentira, tanto descojonarse del pueblo llano, tanta impericia, tanta frivolidad, acaba por amontonarse. Las grietas como fosas dentro de su propia famiglia son la punta del iceberg de lo que aquí se comenta. Page, Puig –el periodista fake-, Lambán y Fernández Vara que aspiran a permanecer no saben qué hacer para alejarse del elemento disolvente. Cuando la proximidad de las elecciones se vea con más nitidez asistiremos al espectáculo de tonto el último.

Insisto. Asistiremos al despanzurre total del gran leviatán que ha conseguido situar al Estado ante el averno. Antes, habrá reeditado sus malas artes, retorcerá hasta el paroxismo el marco legal, volverá a elevar a la enésima potencia la mentira y la manipulación y, si es necesario, negará que es hijo de sus progenitores. Todo ello envuelto en un nerviosismo que ya es perfectamente descriptible.

La guarida del lobo hace aguas al grito de ¡sálvase quien pueda!

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