La sal de la sangre andaluza

flamenco abril

Un año más, desde este bendito periódico -uno de los más sólidos y consultados de la prensa patria- elevo mi voz para recrear aquella feria de ganado, el festejo abrileño de mi tierra. He escogido piezas clásicas y, evidentemente, todas llevan una segunda intención, retintín, guasa y la sabiduría de ese divino maestro que se llama pueblo. Estos tercios de tiempos anteriores pueden pecar por la mojigata mentalidad que desvelan; pero la gracia y la frescura permanecen, aún nos divierten y nos hacen pensar.

Las rubias valen un duro
y las morenitas dos.
Yo me voy por lo barato
rubia de mi corazón.

Entre ir a Ginebra a ver deslizarse a los cisnes por el lago y venir a Sevilla a ver cómo su gente reza cantando hay mucha distancia. Para entender en qué se basa la diferencia, valdría con explicar qué es «lo flamenco». Simplificando mucho, diré que es flamenco todo lo que arranca un «¡Olé!». La proeza de un camarero que tropieza y está a punto de tirar la bandeja, pero evita milagrosamente el ridículo, recuperando el equilibrio y dirigiéndose hacia los consumidores, que entonan ese breve himno del flamenquismo. El camarero saluda. Dos orejas por la hazaña. Camina con la tripa hacia dentro y los hombros hacia atrás, hacia la barrera. Eso no sucede en Pamplona ni en Santander ni en Bilbao. En París dirían: «Ay, a punto ha estado» y el dueño miraría con severidad al pobre torpe, que balbucearía un perdón. En Andalucía, se convierte en una pequeña tragicomedia, de la que sale un héroe vencedor. Podría ser hasta una moral.

Corre por estas tierras mucha sangre gitana; por eso, cuando aquí se besa, los labios están deliciosamente salados. Ese es el gusto embriagador del duende flamenco, que se mezcla con el dulzor de la pereza, por esa consciencia de proceder directamente de Adán y de su primera mujer. Existe la creencia de no estar contaminados por el pecado original, por eso esta tierra no se identifica con ese «y ganarás el pan con el sudor de tu frente». Inunda el ambiente un ensueño lánguido y una fantasía vibrante de nervios, como una flor que se abre de un empujón. En la época de nuestros abuelos, cuando la familia decidía la elección del animal de lidia, se oían cosas así: «Esa muchacha, hijo mío, es la que necesitas: toreable desde todos los puntos de vista». De ahí que luego se realizaran quites con amantes: «¡Qué hombre tan feliz soy! Gracias a mi afición entiendo todo».

Al cabo de tanto tiempo
te voy a decir la verdad
yo no te quiero pá ná
lo nuestro fue un pasatiempo
con toas me pasa igual.

Si dijera ahora que voy a ir finalizando, porque se me está acabando el espacio, sería también un giro de flamenquismo puro, lleno de picardía y travesura. Los diarios digitales no tienen límites de espacio en sus artículos. Quiero decir que podría seguir contándoles chispeantes historias, haciéndoles disfrutar de forma escandalosa; pero no lo voy a hacer porque tengo mis vestidos de gitana colgados como racimos esperándome, me está subiendo la fiebre, voy ahuecando el vientre, me castañean los dedos. Déjenme ir ya, no me retengan más. La semana que viene estaré más concentrada. Ahora, con su santo permiso, me voy a casar con un enano pá jartarme de reír, olé ahí ese tío que va ahí.

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