¿Reparto bipartidista de papeles?

¿Reparto bipartidista de papeles?
¿Reparto bipartidista de papeles?

Tal parece como si hubiera un acuerdo sistémico para que los dos grandes partidos restauraran el bipartidismo preexistente a la llegada de la «nueva política», que tuvo en Pablo Iglesias y Albert Rivera a sus más cualificados representantes, y que hoy están desaparecidos de la escena política. Con una rapidez pasmosa se ha esfumado el muy destacado papel que aspiraban a jugar cuando llegaron a alcanzar hasta 71 y 57 diputados, respectivamente, en las elecciones generales de diciembre de 2015 y abril de 2019, repetidas ambas.

Tal fugaz presencia en la primera línea del escenario político que apuntaba al final del bipartidismo imperfecto vigente desde 1978 para pasar a un claro pluripartidismo indica una consolidación del PP y del PSOE como partidos mayoritarios en sus respectivos espacios a ambos lados del considerado como centro sociológico electoral. En teoría, los dos aspiran a gobernar con políticas de acuerdo a los principios que recogen sus estatutos, y que en cada elección, según las circunstancias del momento, se concretan en el correspondiente programa electoral con el que piden el voto de los ciudadanos. Hasta aquí, las reglas del sistema parecen claras, pero la experiencia no parece ir últimamente en esa dirección, en especial en el PP.

La refundación del PP estuvo liderada por Manuel Fraga y fue el congreso de enero de 1989 el que definió ideológicamente al Partido Popular como una síntesis del conservatismo reformista, el liberalismo y el humanismo cristiano; lo que se ha mantenido hasta el presente pese a algunos intentos con posterioridad de diluir e incluso excluir esta ultima componente. Pero lo cierto es que progresivamente sus políticas en ese ámbito se han ido difuminando hasta llegar a que el PP ha optado por el silencio «para no hacerle el juego» al Gobierno Frankestein ante iniciativas como la extremista actual sobre la «salud sexual y reproductiva», la eutanasia o la antinatural y alucinante ideología de género, situadas en las antípodas de la antropología humanista natural y aun del mero sentido común.

Sin embargo, parecería que esa omisión es precisamente lo contrario; es decir, hacerle el juego a no se sabe quién -o quizás, sí- que habría dispuesto -¿o impuesto?- un reparto de papeles entre los gestores del sistema bipartidista, atribuyendo al PP el rol de sanear la economía previamente diezmada por el PSOE, y a éste el papel en exclusiva de transformar la sociedad mediante leyes de profundo calado ideológico radical izquierdista. Ciertamente, mediante este reparto de papeles a esta España ya no la empieza a conocer «ni la madre que la parió», pero la última palabra pertenece a los electores que deben ser informados de las consecuencias de tales políticas.

Es significativo como uno de los muchos ejemplos que se pueden mostrar al efecto, el proyecto de la ley Montero del sólo sí es sí, que además de tramitarse por la vía de urgencia -¡y van 126!- no ha esperado siquiera a que el preceptivo informe del CGPJ pudiera ser emitido en una norma que afecta a derechos fundamentales, además del derecho a la vida, como es el derecho a educar a los hijos de acuerdo a las convicciones morales y religiosas de los padres, violado por la educación sexual que impone. O al establecer la obligación de inscribir a los profesionales sanitarios objetores de conciencia en un registro público, contraviniendo el derecho que se deriva de la libertad de conciencia amparada por la Constitución.

Por si fuera poco, el proyecto establece el aborto como un derecho de la mujer en el que el papel del varón acerca de esa trascendente decisión parece limitarse a su función inseminadora. La eliminación de la obligación de consentimiento paterno para las menores de 16 y 17 años antes de abortar -introducida por el PP- también ha recibido aceptación expresa, lo que disgusta a una significativa porción de su electorado actual y potencial. El Gobierno Frankestein no da tregua y cualquier otro gobierno va a mejorarlo, pero no es suficiente con arreglar la economía, siendo ésta obviamente una prioridad inexcusable e inaplazable. «Transformando» la sociedad en la actual dirección, se puede llegar a no tener siquiera capacidad ni de critica ni de reacción. ¿Reparto bipartidista de papeles?

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