Rebeldes, sediciosos, malversadores, delincuentes… Sánchez

Rebeldes Sánchez

Les hago partícipes de un documento fascinante. Tras el golpe de Estado de los independentistas, Cándido Conde-Pumpido, hoy jefe de la banda sanchista en el Tribunal Constitucional, y habitual contertulio en todos estos días del propio presidente del Gobierno, se reunió con un grupo de periodistas de la Transición, y nos hizo las siguientes apreciaciones, incluso confesiones:

Una: «La situación de rebelión está absolutamente comprobada en todos los protagonistas de los actos independentistas».

Dos: «Éstos se han transformado directamente en forajidos».

Tres: «Estamos a punto de convertirles en mártires y eso no es admisible desde ningún punto de vista».

Cuatro: «La situación de Puigdemont es de desobediencia continuada, no hay discusión».

Cinco: «O cerramos todos los tribunales o tendrán que ser condenados, encarcelados y pagar por sus delitos».

Seis: «En toda la respuesta a la rebelión de los independentistas habría hecho falta el uso de alguna fuerza».

Y siete: «El director de TV3 tendría que estar en la cárcel».

Fueron contestaciones a un interrogatorio nada forzado que a los periodistas nos produjo la sensación de que, efectivamente, el golpismo de los delincuentes catalanes iba a ser convenientemente penado. Lo fue en principio, aunque uno de los presuntos delitos que les llevaron al Supremo, el de rebelión, fue muy rebajado. Hoy, aquel magistrado, Conde-Pumpido que tanta confianza nos transmitía, es en la práctica un aliado de aquellos golpistas para los que solicitaba la cárcel continuada. De hecho, el pretendiente a la Presidencia del Constitucional, es ya, y ahora mismo, el cómplice de todas las fechorías que está perpetrando su conmilitón Pedro Sánchez Castejón.

Cuenta además Pumpido con la complacencia de su señora, miembro del Consejo General del Poder Judicial, que se está comportando en los plenos de este Consejo como un ariete de todas las procacidades ilegales que está cometiendo su amo y señor, Sánchez Castejón. El pasado martes, en la sesión de trabajo que mantuvieron los integrantes del Consejo, respondió con una acritud inusitada, hasta con violencia verbal, a la pretensión de cinco miembros del Consejo que le urgían a que se abstuviera en las votaciones dada su cercanía con un magistrado del Constitucional.

Y si Conde-Pumpido nos dejaba todas esas perlas cultivadas apenas cumplida la rebelión contra el Estado por parte de los golpistas del 2017, lean también lo que, en el mismo foro, nos relataba el fiscal Javier Zaragoza, un reputado profesional, progresista en su momento, que fue el jefe de Anticorrupción, y que en aquel otoño involucionista catalán era fiscal del Tribunal Supremo precisamente. Nos decía todo esto:

Uno: «Cuando la política, como está pasando, entra en un tribunal (para el caso se refería al Supremo) la Justicia sale por la ventana».

Dos: «Han dejado los jueces la rebelión reducida a simple sedición y en un futuro un golpe de Estado como éste tendrá la misma consideración penal que un motín carcelario».

Tres: «Mucho me temo que con estas condescendencias hayamos entregado la llave de la cárcel a los presos”.

Cuatro: «Tras la eliminación de la sedición en la sentencia a la malversación, ya lo verán, le queda un telediario, lo veremos».

Cinco: «Para nosotros, los fiscales, no hay duda: ‘aquello’ fue un golpe de Estado político».

Y seis: «También para nosotros, que no hemos sido escuchados, lo ocurrido en Cataluña no puede tener otra consideración penal que la de rebelión consumada».

Esta crónica podría concluirse con una sufrida y nostálgica apelación a lo que va de ayer a hoy, pero no debe quedar así, porque lo que está sucediendo en estas fechas en España es exactamente la confirmación de que las previsiones que en su momento realizaron Pumpido y Zaragoza, se están cumpliendo al dedillo. Es brutal que el primero, que con rotundidad inequívoca juzgaba entonces lo acaecido en Cataluña, se haya transformado en fiel y leal cómplice de los afectados y, desde luego, de quien les ha convertido en lo que él, Conde-Pumpido, pronosticaba a la sazón. Es la obra de un insensato sobre el cual queda esta pregunta pendiente: ¿a dónde nos quiere llevar?

Las explicaciones que venimos dando sólo son parciales aproximaciones a la realidad. Vale que este individuo, como diagnostican los psiquiatras, sea un psicópata narcisista que intenta pisotear a los demás, acogiéndose a una falaz superioridad intelectual y moral; vale también que su afán de permanecer en el poder para gozar de todas las sinecuras que el puesto le ofrece sea incomparable con cualquier otro jefe de Gobierno que hayamos tenido en nuestra democracia; y vale asimismo que sus intenciones consistan en llevar a la pira a todas las realizaciones del 78 para instalar en el país un régimen nítidamente bolivariano. Vale con todo esto, pero la pregunta subsiste: ¿además de todo ésto, a dónde nos quiere llevar este procaz individuo?

Sugieren algunos de sus voceros, los menos fanáticos, que ni él mismo lo sabe, que su soberbia -reconocida por ellos- le impide otear el bosque del futuro y, por tanto, no conoce a ciencia cierta a qué nos conduce su letal política. Puede, a mayor abundamiento, que ese diagnóstico posea visos de verosimilitud, pero continúa sin ser definitiva. Ha destrozado el Código Penal, de forma que desde esta misma semana ser sedicioso en España ni siquiera pueda ser aplicado si dos internos se matan en el patio de una prisión, y ya ha logrado para siempre que quedarse con el dinero de los demás para uso que no sea estrictamente personal sea poco más que una golfeada del pícaro.

Esa va a ser una de sus herencias: la de los rebeldes a los que quitó el título porque amedrentó a todo un Tribunal Constitucional, la de los sediciosos que ya no existen y que son, como mucho, reos de ambiguos «desórdenes públicos», y la de los malversadores que van a atacar las arcas de las instituciones (lo mismo que, según se ha descubierto, ha hecho Ximo Puig en Valencia) sin que la Justicia les pase cuentas por ellos.¡Es toda una tragedia española! ¿Dónde vas malhechor?

Lo escribiré tomando como propia la octava confesión que, en la entrevista colectiva que mantuvimos con él, nos realizó Conde-Pumpido: «En el cuaderno de estas gentes (se refería a los golpistas de octubre de 2017), sólo existe un objetivo: terminar con todo lo establecido. ¿Por qué? No encuentro otra respuesta que ésta: porque están llenos de odio y de rencor». Esta es la historia actual del mismo Conde y, naturalmente, del facineroso Pedro Sánchez Castejón. ¿Contra quién? ¡Ah!, no lo sé: habría que acudir a la sapiencia de Sigmund Freud.

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