¿Para qué sirven los impuestos que pagamos?

¿Para qué sirven los impuestos que pagamos?

El temporal de nieve que hemos sufrido en España, con especial dureza en Madrid, y que continúa ahora en forma de temperaturas bajas, ha sido especialmente duro. La climatología y la naturaleza se rigen por sus propias leyes físicas y ante eso nada se puede hacer, ya que no se puede impedir que nieve, que se produzca una inundación o que el calor sea asfixiante. En eso estamos de acuerdo y decir lo contrario sería demagogo y absurdo.

Ahora bien, una cosa es que no se pueda evitar que nieve, ni tampoco que lo haga con esta dureza, y otra es renunciar a estar preparados para afrontar cualquier eventualidad de esta naturaleza. Somos una sociedad próspera y desarrollada, y como tal deberíamos comportarnos en dos aspectos. En primer lugar, para ser más previsores ante un problema climatológico como el anunciado al menos diez días antes. En segundo lugar, siendo más activos en la reacción durante y después de la perturbación climatológica.

Filadelfia, Toronto, Estocolmo y Oslo, por poner algunos ejemplos, son ciudades que sufren nevadas frecuentes, no una aislada, sino varias a lo largo de cada invierno, muy copiosas e incluso durante varios días sucesivos (no sólo dos días escasos). Por su parte, en la propia ciudad de Madrid, como cuentan las personas mayores, en los años cuarenta del siglo XX nevaba de manera habitual todos los inviernos, y tampoco de forma aislada, sino incluso podía estar nevando una semana seguida.

Sin embargo, frente al colapso actual de España con el temporal de nieve nombrado como ‘Filomena’ -el poner nombres a las tempestades es una nueva costumbre desde unos años atrás, en copia de los huracanes de Estados Unidos, por ejemplo-, en cualquiera de esos lugares antes mencionados no se paraliza la vida ni la economía, ya que no colapsan sus calzadas y calles. Insisto, no lo hacían tampoco en la ciudad de Madrid de mediados del siglo XX, pese a ser infinitamente más pobre que ahora.

No sirve de excusa de mal pagador decir que “como no suele nevar, no podemos estar preparados”. Una sociedad próspera y desarrollada como la nuestra debe estar preparada para cualquier eventualidad de estas características. Si en Oslo o en Estocolmo la vida sigue, en Madrid debería haber podido seguir también. Una cosa es que se puedan producir retrasos en algunos servicios o una mayor incomodidad, y otra que no se pueda transitar por calzadas y aceras, como sucede ahora en los lugares afectados por la nevada que hemos tenido. Es más, no se paralizaba tampoco en aquel Madrid de hace años, más pequeño, es verdad, pero con muchísimos menos medios que ahora.

Tampoco sirve decir que “esperábamos una nevada de 25 centímetros y nos hemos encontrado con una de 60 o 70”. Es obvio que ha sido más dura, pero, ¿acaso con 25 centímetros, si no se hace nada, no se colapsa todo también? Y mucho menos se pueden quedar las administraciones paralizadas en la reacción, fiando todo a que los ciudadanos se queden en casa y a que sean ellos los que limpien los entornos de sus viviendas.

Como digo, hubo previsiones de una gran nevada ya desde, al menos, diez días antes, tiempo en el que se podía haber tratado de contratar más medios para ello, y, sobre todo, de lograr una coordinación entre las administraciones para que se pudiese minimizar el impacto del temporal, pero no se hizo. Sólo se anunciaba, pero no se actuaba.

El problema es que los responsables públicos, como ya se ha visto con el coronavirus y como se les ve en cada elemento al que se enfrentan, viven para las redes sociales, para publicar fotos y vídeos de propaganda que causan, en la inmensa mayoría de los casos, vergüenza ajena, y que recurren a comentar la situación, pero sin hacer nada para arreglarlo. Los ciudadanos ya sabemos que si nieva mucho y no se hace nada, se cubre de nieve, y que si se continúa sin hacer nada, esa nieve se convierte en hielo, y también sabemos que el hielo es peligroso por las caídas que puede provocar. Lo que los ciudadanos queremos no es que los responsables públicos ejerzan de comentaristas, sino que organicen todo con objeto de que haya una mejor previsión para que la nieve que se acumule sea la menor posible, y que esa previsión se extienda a un buen plan de reacción para despejar aceras y calzadas tras la nevada.

Nada de eso se ha hecho: ni se fue previsor, salvo algo de sal esparcida, no tanta como debería haberse empleado; ni hubo máquinas quitanieves eliminando el viernes la nieve, que habría permitido una menor acumulación aunque siguiese nevando; ni ahora se lleva un buen ritmo de limpieza de aceras y calzadas. Salvo las carreteras principales de circunvalación y alguna calle -por ejemplo, la calzada de la Gran Vía, que con las prohibiciones de movilidad medioambiental tampoco es ya la arteria principal que fue, porque se lo impiden- poco más se ha visto hacer a los servicios públicos: van muy lenta y escasamente.

El 90% de las aceras y calzadas despejadas se debe al trabajo realizado por los ciudadanos de Madrid, provistos de cepillos, barredores, cubos, barreños y hasta estructuras de tablas de la plancha que permitiesen rascar la nieve y el hielo, además de los que, mejor dotados, contaban con picos y palas. Son los que han abierto caminos, despejado puentes, habilitado mínimamente calzadas e incluso apartado alguna rama de los árboles caídos, que llevan en el suelo desde el viernes.

No podemos fiar todo a que los ciudadanos lo hagan ellos mismos ni a que el tiempo derrita el hielo y la nieve, porque ni los primeros tienen ni herramientas ni tiempo para ello, ni lo segundo es tan rápido. Eso supone dejar paralizado un país, una economía o una ciudad durante muchos días. Si ya estamos económicamente muy mal derivado de las restricciones, esto contribuye a un mayor hundimiento económico. Adicionalmente, pagamos, con nuestros impuestos, a los servicios públicos para que se ocupen de ello de manera eficiente.

Como el 2 de mayo de 1808, cuando los ciudadanos tomaron la iniciativa ante la pasividad de las autoridades -con honrosas excepciones-, ahora, y salvando las distancias de ambas situaciones, vuelve a suceder lo mismo -con las mismas honrosas excepciones-. Fotos y vídeos publicitarios de los políticos y, como colofón, el acostumbrado autobombo del presidente Sánchez, que sólo aparece cuando ha pasado lo peor. Toda la propaganda, de unos y de otros, es lamentable, triste, vergonzosa, porque no sólo no cumplen con su trabajo, sino que tratan de hacer pasar por tontos a los ciudadanos. Y dentro de eso, el peor de todos es Sánchez, que es el rey de la mercadotecnia al tiempo que líder de la ineficiencia y del desastre al que nos lleva.

No necesitamos que los dirigentes públicos y políticos quiten nieve, ni remolquen vehículos, ni nada similar, porque no es su trabajo. Su función es tener todo organizado para que haya mejor previsión, mejor reacción y menores daños y la vida pueda, así, seguir funcionando a unos niveles adecuados, como en Estocolmo, Oslo o en aquel Madrid de mediados del siglo anterior. En aquellos lugares o tiempos, no prima o primaba, respectivamente, tanto la propaganda, sino la eficacia y la efectividad, sin esperar aplausos a cambio, afrontando los problemas sin dramas y ñoñerías, sólo con el afán de solucionarlos, sin retransmitir cada baldosa de nieve que se elimina, cosa que ahora no se lleva. La propaganda está reñida con la eficacia, como podemos comprobar desde hace ya algún tiempo y recordamos estos días.

Visto lo visto, ¿para qué sirven los impuestos que pagamos? Sí, cubren la sanidad, la educación e incluso las máquinas quitanieves empleadas de manera escasa y lenta, pero no es suficiente el empleo que se hace de ese dinero ganado por los ciudadanos con su esfuerzo y arrebatado coercitivamente -pues eso son los impuestos- por el Estado. Los impuestos son elevados y a cambio no es que los servicios que con ellos se ofrecen sean malos, sino que en gran parte se selecciona mal el destino de los recursos, primando actuaciones de venta política, pero no tan necesarias como lograr que España se comporte como lo que es, una sociedad desarrollada, y no como el caos organizativo que ha simulado ser con este temporal. Insisto, el temporal no se puede evitar, pero las sociedades avanzadas se miden por la capacidad de anticipación, reacción y minimización de daños; verbigracia, los efectos que el mismo huracán ocasiona en Estados Unidos y en Cuba, como hemos visto en diferentes ocasiones: Estados Unidos logra que los efectos sean menores, por lo general, mientras que en Cuba el mismo huracán causa unos daños exponenciales. Pagamos impuestos en niveles confiscatorios por servicios mal gestionados y, en algunos casos, mal seleccionados. Debe de ser que rinde más políticamente en el corto plazo anunciar que se concede una subvención que el tener una buena organización para impedir que la nieve te paralice de esta forma. Rendirá más, pero no es el trabajo para el que se elige a los responsables políticos, así que, con este panorama, repito: ¿para qué sirven los impuestos que pagamos?

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