Que la oposición haga algo

Que la oposición haga algo

849, la cifra diaria de muertos llegó a un nuevo récord el décimo octavo día después de que Pedro Sánchez anunciase el estado de alarma para la contención de la pandemia por la enfermedad de coronavirus. El lunes, tras casi tres semanas de estar todos confinados en nuestros hogares, se acumularon 8.189 fallecidos y 94.417 casos confirmados. Las cifras de cada día siguen superando las del anterior en una curva que nunca llega a su punto más alto. Y eso quien se crea las cifras oficiales, porque sabemos que el Gobierno ha dado la orden de que no se hagan autopsias y se anoten otras causas de defunción, como «fallo multiorgánico», «distrés respiratorio» o «insuficiencia respiratoria aguda», para adelgazar este dato. Además de que, como no hay test para confirmar el contagio, las cifras reales pueden estar perfectamente 10 veces por encima de las declaradas.

El Gobierno socialcomunista insiste en que la oposición debe ser leal y demostrar unidad con el Gobierno, al tiempo que diputados socialistas y podemitas inundan las redes sociales de mensajes en los que le echan la culpa de todo al PP, por su gestión de algunas comunidades autónomas y por unos falsos recortes y privatizaciones que se han inventado ahora. El mismo Gobierno que se negó a prever el brote de la pandemia antes de la juerga comunista del 8M. El que a esta fecha aún no ha sido capaz de proveer a sanitarios y policías de los equipos de protección que necesitan para no caer infectados uno tras otro. El que no dispone de los test que detecten la enfermedad. El que toma una medida por la mañana, la rectifica por la tarde y acaba publicando una tercera diferente de las anteriores a última hora de la noche. El que celebra tres Consejos de Ministros en una semana para que cada uno corrija los errores de los anteriores. Ese Gobierno, nos demanda lealtad y unidad.

Nos exigen que nos traguemos que nadie podía prever lo que para ellos empezó la noche del 8 de marzo, pese a los múltiples avisos previos, tanto nacionales como internacionales, que ya se conocen. Nos obligan a aceptar que esta pandemia es una crisis mundial que afecta a todos los países, pese a que los datos indican que nadie lo ha hecho peor que ellos. Nos fuerzan a creer que su actuación no ha sido sectaria e improvisada, sino que en todo momento han actuado conforme a unos expertos que se niegan a decirnos quienes son y que con toda seguridad serán los mismos que hasta hace tres semanas insistían en que esto no era más que “una gripecilla de nada”, tachando de alarmistas a quienes avisaban de la que se nos venía encima. Nos presionan para que admitamos que somos punteros en cuanto a la adopción de las medidas más estrictas para frenar la pandemia. Que nadie les ponga un pero, que nadie les corrija, que todos crean que las críticas sólo pretenderían sacar provecho de la situación.

Y la oposición, tocando el violón. No se les ve, no se les oye, prácticamente han desaparecido de los medios de comunicación de masas donde solamente se repite machaconamente la versión oficial: este virus lo paramos unidos. Imaginaos que el Titanic se dirige directo al iceberg por el que se hundió y los pasajeros que lo están viendo se quedan callados sin protestar porque deben estar todos unidos. Suponeos a bordo de un autobús que lleva al volante a un conductor borracho, que os exige silencio mientras acelera, porque los pasajeros le deben lealtad. En esta crisis no hay nada que el Gobierno haya hecho bien en el pasado, no existe ningún motivo para confiar en que vayan a acertar en el futuro. Lo siento, yo no conozco la solución, no tengo ni la más remota idea de cómo se puede quitar del mando al mono con dos pistolas que nos lleva irrevocablemente a la desgracia. Sólo puedo exigirle a la oposición que no siga callada, que haga algo para tratar de impedir que nos hundamos, que por lo menos lo intenten. Y que nos ayuden al menos a recuperar la dignidad que nos han arrebatado.

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