¿Por qué la crisis del coronavirus podría ser peor en España que en China?
Que la crisis del coronavirus va a tener un impacto proporcionalmente mayor en España que en China es una estimación muy probable. Los datos ya lo adelantan. El epicentro de la pandemia estalló en noviembre en la región de Hubei donde viven 59 millones de personas y donde un 0,11% de la población se ha contagiado (67.786) hasta la actualidad. Si las circunstancias aquí fueran similares estaríamos hablando de que más de 7.000 personas en la Comunidad de Madrid podrían ser contagiadas por el virus en las próximas semanas, pero hay varios factores que hacen prever un escenario mucho más pesimista, que nos hacen pensar en ese 70% que defiende el Instituto Koch en Alemania. En primer lugar, porque los datos demográficos perjudican al caso español. Por ejemplo, la densidad demográfica en Hubei es de 317 habitantes por kilómetros cuadrado, cuando en Madrid y su comunidad es 17 veces mayor, es decir, 5.418 habitantes por kilómetro cuadrado. Todo ello hace que el virus se expanda con mucha más facilidad en nuestro país que en China.
En segundo lugar, porque la adopción de medidas en la capital y toda España ha llegado tarde. De hecho, no se hizo nada nada hasta haber superado el millar de contagiados.
En China, la provincia de Hubei se cerró a cal y canto cuando el número de afectados alcanzó los 500 y eso ocurrió un 22 de enero. En España las medidas se han caracterizado por su gran ambigüedad, improvisación y demora. Por ejemplo, el Presidente Sánchez no dio la cara hasta el pasado lunes cuando ya había más de 600 contagiados y 20 fallecidos en toda España. Varias de sus comparecencias de esta semana fueron anunciadas con pocas horas de antelación a la opinión pública y no ha existido verdadera coordinación con las comunidades autónomas hasta después de varios días y haber superado los 4.000 contagiados.
Estoy de acuerdo que la unanimidad debe ser el criterio que debe regir la política española con una pandemia como la que nos asola en la actualidad pero que estemos en situación de emergencia nacional no significa que no haya espacio para la crítica y para depurar responsabilidades por las negligencias cometidas en las próximas semanas.
En China, las autoridades de Wuhan permitieron la celebración de un banquete masivo, al que asistieron más de 40.000 familias el pasado 18 de enero, cifra tres veces menor a la congregada en Madrid por los colectivos feministas próximos al PSOE y Podemos el pasado 8-M. Al igual que en China, numerosos funcionarios y políticos fueron destituidos en las semanas siguientes por orden del presidente chino, Xi Jinping, ante los errores cometidos. Aquí, y por ahora, nadie se ha disculpado de nada, ni ha asumido errores. Es más, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, calificaba el 19 de febrero la gestión del coronavirus en España como “modélica” y añadía que las medidas que había tomado España contra el coronavirus eran “suficientes para garantizar la salud de los ciudadanos”. Días después, el 3 de marzo, la vicepresidenta económica del Gobierno, Nadia Calviño, decía que los posibles impactos en la economía española por el coronavirus iban a ser “poco significativos”. Todavía este viernes, durante su comparecencia desde el “plasma”, Pedro Sánchez, se permitía el indecoroso desahogo de presumir de la gestión de esta crisis por parte de su ejecutivo.
Este gobierno no puede esconderse detrás del “plasma”, de la pancarta ideológica, de los sondeos del CIS o ir por detrás de las comunidades autónomas. No hace falta pedir permiso a una región para tomar una decisión que afecta a la seguridad humana de tu población porque eres el Gobierno de España, del mismo modo que el presidente Trump toma decisiones en su estado federal o Angela Merkel hace también lo propio en Alemania.
Son tiempos de liderazgos fuertes, creíbles, que no sólo transmitan medidas claras y contundentes desde el primer minuto para hacer frente a la pandemia y frenarla, sin ambages, sin mensajes que den lugar a equívocos, y que transmitan la tranquilidad necesaria al conjunto de la población española para convencerla de que el barco tiene un capitán al frente del timón. De no hacerlo, sólo se contribuirá a aumentar la sensación de pánico e intranquilidad en la ciudadanía, fenómeno que sólo contribuirá a dificultar la lucha contra el maldito coronavirus.