PSOE, Esquerra y comunistas: el tripartito trágico

PSOE, Esquerra y comunistas: el tripartito trágico

No es ninguna sorpresa que la cifra de asistentes a la concentración del domingo en la Plaza de Colón ofrecida por la Delegación del Gobierno de Sánchez fuera la quinta parte de la proporcionada por el Ayuntamiento de Madrid, gobernado por su oposición. De momento parece que no alcanza a esta cuestión la regeneración democrática prometida por Sánchez como uno de los argumentos-fuerza para la moción de censura que le aupó al Gobierno hace ya tres años.

Pero para medir la temperatura de la calle respecto a los indultos, fueron más importantes las urnas del 4F que esa guerra de cifras, pues dieron un veredicto inapelable al respecto. En este sentido, es muy significativo que la agenda de la oposición venga condicionada por el discurso del sanchismo, que carece de la más mínima respetabilidad y credibilidad ante unos hechos que contradicen radicalmente cuantas promesas y compromisos había efectuado para alcanzar el poder. No es de recibo que la oposición haya acudido como arrastrada por la opinión pública y sin voluntad de dar la más mínima imagen de unidad para no ser denostada por Sánchez, Calvo, Rufián, Otegui y demás compañeros de viaje «del bloque de la moción» —que, además, les acusan de «trifachito»—, ante la necesaria respuesta a una decisión política de la gravedad que suponen los indultos, cuya mera denominación ya es ilegal, puesto que, como ha recordado el Tribunal Supremo de forma tajante, aquéllos sólo pueden ser individualizados. Al parecer, el único «democrático» es el tripartito del Tinell que socialistas, ERC y comunistas montaron en 2003, y que sembró la semilla de la actual situación al promover un nuevo Estatut —que no pedía nadie salvo ERC y Maragall— que, tras su paso por el TC, llevaría al Procés actual.

La tendencia al pacto entre el PSOE y ERC hunde sus raíces en lo más profundo y negro de nuestra Historia, desde la misma fundación del partido catalán el siglo pasado. El Pacto de San Sebastián de agosto de 1930, se materializó en la llegada de la Segunda República el 14 de abril siguiente, y en el Estatut indisociable de aquel pacto. Con Maciá primero y Companys después, el PSOE estuvo aliado en todo momento, y promovió el golpe de Estado revolucionario en Asturias que ocasionó miles de víctimas y que el 6 de octubre de 1934, desde la Generalitat, quiso acabar con el legítimo Gobierno centrista republicano, porque se oponían a que fueran nombrados ministros tres representantes del partido vencedor de las elecciones. Los golpistas, con Companys al frente, fueron juzgados y condenados en 1935 a treinta años de reclusión por el Tribunal de Garantías de la República, e indultados en febrero de 1936 en la primera decisión adoptada tras haber recuperado el Gobierno como Frente Popular, gracias a un pucherazo electoral acreditado de forma indubitada. El caos generado, que cubrió de sangre las ciudades y pueblos de España, culminó el 13 de julio de 1936 con el secuestro a domicilio y posterior asesinato de uno de los líderes parlamentarios de la oposición, a manos de integrantes de las fuerzas de seguridad de la República, que desencadenó unos días después la Guerra Civil.

Estamos en 2021 y no en 1936, pero el Gobierno está emperrado en deconstruir la Historia y reeditarla en versión 2.0, convirtiendo en una «Arcadia Feliz» a aquella desdichada República gobernada por sus predecesores políticos, que actuaron cual «banda de malhechores» —san Agustín dixit—, a los que reivindican como mártires y modelos de su causa.

De momento, somos el único país gobernado por un Frente Popular en la UE y en la OTAN. A la cumbre de esta última acude Sánchez mendigando una sonrisa y un apretón de manos de Biden, que aún no ha encontrado el momento de responder a su llamada de felicitación, desde enero pasado. Con esos precedentes no debe extrañar que no inspire particular confianza en esos círculos. Menos mal que estamos encuadrados en la Alianza Atlántica, y que ha desaparecido aquel Pacto de Varsovia, enterrado bajo los cascotes de la URSS. La «hoja de ruta» actual de Sánchez es calcada a la de aquellos tiempos, incluida su admiración por Largo Caballero, el «Lenin español», al cual parece querer emular.

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