El PP vasco no puede hablar con los asesinos de Miguel Ángel Blanco

El PP vasco no puede hablar con los asesinos de Miguel Ángel Blanco

La reciente historia del PP vasco es la crónica de una muerte anunciada, causada en gran parte por la nefasta gestión de sus dirigentes. De ser una formación que luchó en defensa la unidad de España y de la Constitución más y mejor que nadie, a convertirse en un PP Pop que desde hace ya demasiado tiempo pierde votos a raudales. La estrategia de Jaime Mayor Oreja no sólo era la correcta desde el punto de vista ético y político; también fue la que ofreció los réditos electorales más sustanciosos a los populares en Euskadi, superando en 2001 el 23% de los votos y quedando en el segundo puesto a la Lehendakaritza. En cambio, hay sobradas pruebas de hacia dónde conduce el nuevo camino: el PP vasco, en las recientes elecciones generales, no obtuvo ningún escaño.

El hacerse perdonar como si tuviese algo de lo que arrepentirse en su pasado, el caminar pensando en no molestar, el renunciar a los principios que dotan de razón de ser a una formación política, siempre tendrá -sea cual sea el partido que ponga en práctica esta estrategia– unos resultados pésimos. La esencia de la política es la afirmación de unos determinados valores que se consideran tan importantes como para tratar de ubicarlos en el centro del debate público. Si todo deriva hacia una suerte de cesión ante el adversario, la razón de ser del proyecto, que ha de tener un núcleo asertivo y, por tanto, de inevitable alteridad, se licúa ante la indiferencia social, tal y como acabamos de ver en el País Vasco con respecto a este PP.

Lo que puede marcar el acta de defunción definitiva del PP en estos históricos territorios es que comience a hablar con Bildu, la formación que simpatiza con ETA, esa banda de criminales que tantos militantes del PP asesinó. Que el portavoz del PP en Labastida (Álava) cuente con la autorización de sus superiores –aunque luego ellos lo nieguen taxativamente– para reunirse con los proetarras de EH Bildu el pasado lunes y negociar el futuro político de la localidad es una traición –simbólica pero muy real– a cientos de asesinatos y, sobre todo, sería la confirmación de que semejante partido carecería de función y relevancia política; una realidad que, además, no encaja de forma evidente con el proyecto de recuperación de valores que sí encarna el nuevo PP de Pablo Casado.

El PP en el País Vasco no sólo tenía razón de ser cuando existía ETA. Precisamente ahora, cuando el discurso del nacionalismo con sus dos franquicias, PNV y Bildu, parece extenderse, es necesario crear un contra-relato que haga frente a tanta hegemónica simpleza y que además recuerde a la sociedad vasca que muchas de sus posibilidades –las mejores– nunca fructificarán mientras impere la ceguera ideológica nacionalista. Esta es la verdadera centralidad por la que el PP tiene que luchar en el País Vasco. Lo demás es morfina y cuidados paliativos. Y pelearse por las sillas de un menguante chiringuito.

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