El PP es Justine, la infeliz virtuosa
El PP sigue encerrado en una gruta húmeda y desnuda, escandalizándose infantilmente si encuentra escamosos reptiles por las esquinas, buscando desesperadamente entre el rocío matutino alguna flor. ¡Que no! Las reglas del juego cambiaron en 2018, las normas morales se han ido transformando ante nuestros ojos.
Antes del sanchismo, el interés público era una pauta que permitía juzgar la actividad política y jurídica. Era un concepto congruente y beneficioso para todos, una norma ética suprema que buscaba la mejor situación posible para la mayoría. Era el principio esencial, que evitaba los conflictos de intereses contrapuestos. Pero resulta que el interés general es variable y resultante de las necesidades de la sociedad, de los objetivos que ella misma se va planteando en su evolución. Es un referente dinámico y cambiante.
Ha quedado clara, una vez más, la poca importancia que tiene el bien común en la actualidad, en ese extraño decreto ómnibus, que nos ha trastocado demasiado. Tanto volantazo, tanta tensión e indecisión de los peperos, ha vuelto a demostrar que no juegan con las mismas armas. El PP se cree Justine, la infeliz virtuosa de Sade, y no termina de comprender que las turbias fantasías de Sánchez vuelan muy por encima del más vigoroso de los argumentos que plantee su pensamiento clásico, que sigue el sentido común tradicional. Nada van a conseguir si no cesan de caminar sin salirse del sendero, con bandazos entre el centro derecha y la derecha dura, entre lo que es política y moralmente aceptable y lo que su limitada imaginación les sugiere, siempre dentro de los mismos cánones previos al sanchismo.
En la época del narcisismo puro y duro que vivimos, ¿quién va a preocuparse de que los más desfavorecidos tengan algún privilegio? Hay una tendencia demasiado marcada hacia los ombligos, que nubla los valores implicados en el concepto del bien común. En este momento histórico sólo van a salir beneficiados los pocos que se atrevan a ensuciarse, bajando al barro de la política, y aquellos que les ayuden en sus manipulaciones. Si se ve esto con claridad, se puede empezar a levantar el muro de la oposición con una base real, y no sobre una concepción de política totalmente obsoleta e inexistente, que no conduce nada más que a la temida frustración.
Ahora que el señor Sánchez nos ha dejado claro que se ve como presidente hasta 2027 «y más allá», la lógica -esa ciencia formal que estudia los principios de la demostración, las falacias, las paradojas y la noción de verdad- sigue encerrada en un convento contra su voluntad.
Si Begoña sigue feliz haciéndose la manicura como si no hubiera pasado nada, si Puigdemont sigue con la corona sobre su cabeza y dando órdenes con el cetro, si la fiera avanza que continuará hasta el 27, si su hermano pone a los japoneses a bailar flamenco como gran mérito profesional y si ya nadie se acuerda de todos los violadores que han quedado en libertad, ¿no es suficiente información para entender que no se puede contraatacar sin cambiar los patrones?
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