El porquero disconforme

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Coronavirus

Por su interés, reproducimos el artículo publicado ayer en El Heraldo de Aragón por su ex director Guillermo Fatás:

«La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero» (Machado, inicio del Juan de Mairena). Hay muchas definiciones de la verdad. Muchas tienen algo de verdadero. Solemos pensar que es mejor tener creencias verdaderas, aunque esto no es en absoluto regla fija. Otra cosa es la vida práctica, donde sí suele asociarse la buena información con la posibilidad de éxito. Si los datos son erróneos –por ejemplo, que se puede comprar pan en la zapatería–, mi acción será fallida y me quedaré sin pan. Una mejor información –que debo ir a la panadería– no garantiza el éxito, pues la tienda acaso esté cerrada, pero lo acerca.

Hay asertos que parecen verdaderos: el caballo de Santiago y la barba de Papá Noel son blancos. Pero ni ese caballo ni esa barba existen. Es todo falso. La frase ‘subí desde el octavo piso hasta el segundo’ es gramaticalmente inobjetable, pero su contenido es inveraz. Afirmar que un heptaedro regular de lado N es mayor que otro de lado N/2 no tiene sentido, pues no hay heptaedros regulares.

La serie es inacabable, lo mismo que la discusión sobre ‘la’ verdad y ‘las’ verdades, en qué consisten y cómo se averiguan y razonan. Pero casi nada de eso tiene interés en lo que suele llamarse la vida práctica. Las personas cavilosas a menudo se oyen el reproche ‘déjate de filosofías y vamos a lo que interesa’. También esto reza con el coronavirus 19.

Lo que interesa ahora es cumplir bien con los deberes impuestos por el Gobierno, tras decretar el estado de alarma el día 13.

Pero también interesa preguntarse por las verdades del caso. Y la primera es por qué la decisión se retrasó tanto. No es una reflexión a posteriori, sino basada en verdades tempranas de fácil comprobación. Hubo un primer diagnosticado el 31 de enero, un segundo el 9 de febrero y un tercero el 13. Los organizadores suspendieron, con desconsuelo, el Mobile World Congress. Pedro Sánchez afirmó que la decisión «no respondía a razones de salud pública en España» y Fernando Simón ratificó que «no existía riesgo de infectarse». ¿Había, pues, una opaca conjura contra el congreso, o contra Barcelona, Cataluña o España? Porque el virus no era disuasorio. No oficialmente.

El calendario del virus

El 25 de febrero, hay una reunión interministerial sobre coronavirus, de la que no nacen medidas. Al día siguiente –Sánchez recibe a Torra en la Moncloa–, Sanidad niega que haya de guardar precauciones quien llegue a España desde una zona de riesgo. El día 27, el Gobierno sube el techo de gasto; no hay atención especial al virus. El 29, el anuncio es sobre las quejas de los agricultores. El 1 de marzo –59 casos detectados ya– la preocupación aparente es el ‘diálogo’ con el obcecado Torra. El 2 –125 casos–, la descarbonización. El 3 –169 y el primer muerto publicado, pero fallecido en enero, en el hospital valenciano Arnau de Vilanova–, el Gabinete ordena que se celebren sin público (¿por el virus; o qué, si no?) partidos de baloncesto previstos para los días 5, 10, y 19. Tema estrella: la ley de libertad sexual. El 5, jueves, los casos son 228. El 6, 365, con 3 muertos la víspera. Sánchez anima a asistir a la manifestación del domingo, 8 («Sin feminismo no hay futuro») y se juega normalmente el partido de Primera entre el Alavés y el Valencia. Sábado, 7: 430 casos y 10 muertos. La consigna es «Hay que salir a llenar las calles» y el director de Epidemias deja al criterio de cada uno si salir o no. Se juegan cuatro partidos más de Primera. El día 8, los seis restantes. Quizá sumen entre todos cerca de 300.000 espectadores. Solo en Madrid, salen a la calle 120.000 manifestantes. En cabeza, medio Gobierno. Las ministras llevan guantes aislantes.

Día siguiente, lunes, 9. El ministro de Sanidad asegura que ha habido un «cambio de situación el domingo al anochecer». Asombroso, fulmíneo: aparecen de repente 3.000 infectados y 100 muertos. Desde el día 14, los españoles quedan confinados.

No obstante, el 7 de marzo, Clara Pinar había avisado en 20 Minutos: la semana del 1 al 8 traería 400 infectados y 4 muertos. Pero el Gobierno no tomaba medidas, ni económicas, ni laborales, ni sanitarias. El viernes, 6, Sanidad comunicaba que comentaría las graves incidencias en residencias madrileñas «si nos las trasmiten a nosotros». Pinar, que se sepa, no profetiza: solo mira. Le preocupaba que el Gobierno dijese que la situación «no podía compararse» con la italiana y que no atendiese el aviso (día 5) de la Organización Mundial de la Salud.

Es malo retrasarse cuando quien sabe ya te ha avisado. Lo hizo Zapatero con la crisis; Rajoy, con el 155; y, ahora, esto.

Concluyamos: «La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero». Que acaba así:

«-Agamenón: Conforme. – El porquero: No me convence». Porque el siervo no se fía ni del jefe ni de sus verdades. Lo dice, pero, prudente, obedece. Eso es lo que le toca.

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