Los políticos españoles no pasean por la Feria de Sevilla

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Dice el refrán que “Quien no vio Sevilla, no vio maravilla”. Se acentúa este sabio dicho durante su Feria primaveral, en la que la ciudad se convierte en uno de los espectáculos de luz, color, elegancia y alegría más bonitos del mundo. Es por eso que, tradicionalmente, personalidades de todos los ámbitos suelen pasearse por el Real en busca de esa riqueza majestuosa que esta tierra desprende. Este año, segundo consecutivo, no veremos desfilar a lo más granado de la política patria; pero la imaginación es libre, así que me permito hacer un ejercicio de fantasía. Por suerte, aún nadie se ha atrevido a censurarla. Digamos que me han salido nacaradas alas para convertirme en un ángel áureo, que bendice lo que hubiera sucedido si los gobernantes actuales hubieran estado bajo la bóveda inmensa de esta joya que es mi tierra en primavera. Ahí va mi crónica, con sombras que cambian de lugar, que se alargan y se retuercen.

A sabiendas de que no hay pluma ni pincel que puedan describir el citado espectáculo, y como le gusta ser el niño en el bautizo y el muerto en el entierro, el presidente se ha paseado por el Real de la Feria acompañado del alcalde, Juan Espadas, para terminar de dar la última estocada a la ya moribunda Susana Díaz. La “primera dama”, la eterna Begoña, ha debido ser asesorada por las andaluzas Calvo y Montero para lucir su traje de gitana. Más “endomingada” que nunca, su inmensa sonrisa era de luces de cien colores. Se atrevió incluso a bailar con algún rector, a ver si también sacaba tajada de alguna universidad local. Ya conocemos su debilidad por la excelencia. Tesis plagiadas, cátedras dirigidas sin una triste licenciatura, el matrimonio se mezcló entre la bulla y algazara, recibiendo todo tipo de estocadas y faustos con más malicia que cólera. “Aquí los sabihondos, las sabihondas y los sabihondes no nos gustan”, “Begoña, menos flores en el pelo y más estudiar”, “Sánchez, toma manzanilla, a ver si se te escapa alguna verdad”, en fin.

Pablo Iglesias y su compañera sentimental, a saber ministra de Igualdad, han venido a modificar comportamientos, como es habitual en ellos. Pablo es el que se ha vestido de gitana, aprovechando moño y pendientes. Irene ha lucido una corbata multicolor de rayas. También “elles” han bailado “sevillanes” por tortuosos callejones, su amor se ha columpiado entre palmeras y latanias. Se llevan un recuerdo maravilloso de esta Feria tan nombrada, de hecho se han encaprichado bastante: “Volveremos, vamos a hacer historia, modificaremos absolutamente todo”. A pesar de que Juan Marín le pidió a Inés Arrimadas que no apareciera, porque cree firmemente que es una mujer gafe, ella tampoco se la ha querido perder. A su paso, el compás de las palmas paraba, las guitarras cesaban su alboroza, se entristecían los cantos. “La veo y hasta me entran ganas de llorar, por favor, decidle que se vaya”, gemía una ex votante confundida. La Feria tiene mucho peligro si no se tiene control de uno mismo.

Pablo Casado dudó si venir él o mandar a Ayuso con una caja de sus cervezas dedicadas. Finalmente, decidió acudir él a ver si se le pegaba algo del desparpajo y el salero de los autóctonos. Le pasó lo mismito que a su antecesor, escena que presencié hace unos años y que parece ser sello de la casa pepeísta. Iba paseando por la calle Joselito ‘El Gallo’ y vi dentro de una caseta a Mariano Rajoy. Se pararon dos señores con flamantes corbatas azules y, brazo en alto cual toreros saludando,  le gritaron: “Marianoooo, espabila”. Mientras tanto las jacas trotadoras con sonoros pretales de cascabeles y borlas seguían su danza en medio de la confusión pintoresca. Santiago Abascal debutó con su caballo. No necesitó protección, porque en esta semana en Sevilla, como en su Semana Santa, la política como tal no tiene cabida. Entró en una caseta, se le agolpó la gente y bailó una seguidilla derrochando sal del cielo, roncos palillos tocaban, yergue el busto, quiebra el talle.

Finalmente, Urkullu, de acuerdo con Puigdemont, reclamó a Sánchez la recaudación de esta Feria tan soñada como ostentosa, ya que fueron un vasco y un catalán los que la fundaron. Los sentidos se excitan, sin distinguir las fragancias, aunque dicen los azahares que ellos se llevan la palma.

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