La política de la arrogancia

La política de la arrogancia

El otrora flamante primer ministro británico, David Cameron, ha publicado esta semana sus memorias. Sí, el mandatario que ha pasado a la historia por ser el autor de facilitar la ruptura de los británicos con la UE a través de la perniciosa convocatoria del referéndum del ‘Brexit’ escribe su relato político a los 53 años, una edad muy temprana para alguien que ha sido la primera autoridad en un país como el Reino Unido. Posiblemente sea porque sus aspiraciones políticas no sólo han sido colmadas sino porque también su tiempo ya pasó. Cameron y su sucesora Theresa May han pasado a la historia por ser la imagen viva de la política de la arrogancia. El primero creyó que la convocatoria plebiscitaria del Brexit iba a ser todo un éxito por el rechazo mayoritario que iba a encontrar en el camino, y la segunda fracasó cuando ganó unas elecciones con un muy mal resultado. También May llegó a creer que el acuerdo del Brexit suscrito entre su gobierno y los estados miembros de la UE iba a encontrar el refrendo parlamentario que nunca alcanzó.

A Pedro Sánchez y su equipo de asesores les vendría bien aprender de los casos de Cameron y May para emprender un ejercicio de reflexión y autocrítica que ha brillado por su ausencia desde la noche electoral del pasado abril. Aunque ahora digan lo contrario, pocos dirigentes socialistas imaginaban que a los siete meses iban a tener que someterse nuevamente al escrutinio de las urnas. La respuesta la dio hace unos años el gran ajedrecista de origen holandés, Max Euwe: “La mejor jugada en el ajedrez no es el mejor movimiento ajedrecístico, sino el movimiento que menos quiere tu oponente que hagas”. Cualquiera que se ponga en la piel de Pablo Casado, como líder de la oposición, puede pensar que lo mejor para sus intereses estratégicos son unas elecciones donde, a pesar de que las posibilidades de ganarlas sean muy bajas, se puede mejorar sustancialmente el resultado de abril, congraciarse con el electorado de centro-derecha, y llegar a acuerdos con otras formaciones para presentar listas conjuntas.

Resulta llamativo que en su comparecencia esta semana para explicar la inminente convocatoria electoral, Pedro Sánchez, empleara una serie de argumentaciones contra Podemos que sin embargo no han sido óbice para que los socialistas pacten con la extrema izquierda en lugares como la Comunidad Valenciana, Baleares, Navarra o La Rioja. Lo de la transición al centro no es convincente porque resulta harto complicado para la ciudadanía interpretarlo así cuando en su comunidad autónoma socialistas y extrema izquierda se sostienen mutuamente. Más bien es la política de la arrogancia la que ha llevado al presidente Sánchez a la situación de bloqueo absoluto. Ya pueden gritar cuanto quieran los altavoces mediáticos del gobierno y sus voceros para tratar de repartir responsabilidades entre todas las formaciones políticas, pero la primera y última responsabilidad recae siempre en quien tiene la llave de la gobernabilidad.

En vísperas de la ofensiva alemana contra Francia en verano de 1914, el Kaiser Guillermo exhortó a sus tropas con las siguientes palabras: “Volveréis a casa antes de que las hojas caigan de los árboles”. Por todos es conocido lo que vino después, cuatro años de auténtico drama histórico. A lo largo de la historia la arrogancia de algunos líderes políticos ha causado horrores colosales. Marco Aurelio, el llamado ‘sabio’ emperador romano, tuvo como hijo a Cómodo un emperador que fue un estrepitoso gobernante. Creído estar ungido por la gracia divina y por la estela de su padre se confió a placeres personales y dejó desatendido a su pueblo. Los resultados fueron nefastos. Unas encuestas excesivamente cocinadas, un ejército de palmeros y una corte mediática que apriorísticamente podrían contribuir a catapultar a Sánchez el 10-N también cimentan los mimbres de una arrogancia que podrían alejarle de La Moncloa.

Lo último en Opinión

Últimas noticias