Apuntes Incorrectos

Piketty y los tontos contemporáneos

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Cuando algunos años después de empezar a trabajar en el diario económico Expansión, donde me he criado, llegué a ser su director, entre 1999 y 2002, se me ocurrió que para rematar mi faena, que consistió en iniciar y robustecer la línea editorial en favor de la economía de mercado y del liberalismo como filosofía política, sería muy oportuno editar todos los años, con motivo del aniversario, un suplemento que profundizara en las tesis que defendemos la gente normalmente bien constituida intelectualmente, que ha superado la fase de la prueba y del error. Lo llamé ¡Viva el capitalismo!

La razón principal de esta iniciativa es que, a mi juicio, la sociedad española, ya con Franco y su paternalismo, y después bajo la égida de Felipe González y sus sombríos herederos ha vivido permanentemente sometida al paradigma socialista. Este consiste en la importancia del Estado en su papel de socorro de las necesidades de los individuos, aunque no sean perentorias ni jamás constituyan derecho alguno, en su activismo en la prestación de bienes y de servicios regularmente de manera ineficiente, en su monopolio de la mala educación de las personas y de las conciencias, y finalmente en su protagonismo en la redistribución fatal de la renta, extrayendo coactivamente recursos de los que más ganan -en un régimen criminalmente progresivo- para regar de subvenciones y de ayudas a personas todavía capaces de generar riqueza a fin de aniquilar su instinto natural para la supervivencia así como sus dotes creativas, todo ello con el objetivo indisimulado de tener una red clientelar destinada a perpetuar a la clase dominante en el poder.

En estas me encuentro con que Thomas Piketty, el intelectual de moda que ha propuesto la extravagancia de que el Banco Central Europeo condone la deuda que ha ido comprando masivamente a los estados miembros de la UE, acaba de publicar un libro que se titula ¡Viva el socialismo! En condiciones normales, los vinos bien alimentados y construidos suelen madurar exitosamente según pasa el tiempo. Con los individuos suele ocurrir algo parecido. En la juventud, que es la época más descabellada de la vida, mitificada espuriamente por la izquierda, es corriente que los chicos sean, digamos progresistas, y a veces violentos. Que sean rebeldes sin causa, que tiren piedras a la policía y que se resistan a la autoridad.

Luego por fortuna esta gente se da cuenta de las estupideces repetidamente cometidas y suele entrar en razón, es decir, se hace de derechas. Le preocupa conservar y enaltecer sus propiedades, exige llevarse a casa el mayor fruto de su trabajo -y por tanto defiende pagar los menores impuestos posibles-, y se opone a que un porcentaje cada vez más notable de la población viva de la sopa boba por la simple razón de que unos Gobiernos incompetentes, normalmente los socialistas, destruyen los incentivos consuetudinarios para que las personas abandonen la pobreza y prosperen.

Piketty es en cambio un ejemplo de anormalidad inquietante. Habiendo sido liberal en la juventud ahora de mayor piensa que “el hipercapitalismo ha ido demasiado lejos”, y que hay que superarlo a través de una nueva forma de “socialismo entre otras cosas ecológico, mestizo y feminista”. Sólo estos tres últimos adjetivos, que son los que esgrime el Gran Timonel de España, el presidente Sánchez, bastarían para desacreditar a este presunto intelectual francés siniestro y peligroso. Entre otras cosas porque la premisa de partida, que es el dominio de un capitalismo salvaje sin freno, es notoriamente falsa.

Nunca en tiempos de paz, y ya antes de la pandemia, el nivel de gasto público había representado una proporción tan importante sobre el PIB en los estados desarrollados. La presión fiscal es tremendamente punitiva en todo el mundo occidental, y los programas de redistribución de la renta son fastuosos, aunque sus consecuencias sobre el bienestar de la gente sean ridículos y lo que es peor, francamente incapaces de conseguir que la población en peores condiciones sortee la trampa de la pobreza.

Según ha documentado y escrito Lorenzo Bernaldo de Quirós, España es el país europeo donde menos mejora la posición de la gente con niveles más bajos de ingresos después de recibir el riego abundante, indiscriminado y nocivo de las transferencias estatales. Para combatir la desigualdad no debida a la naturaleza -y esta es una cuestión inobjetable que repugna y es el origen de todas las confusiones del progresismo militante- habría que hacer reformas profundas en la educación, en las instituciones laborales y en los programas del estado de bienestar.

Pero la respuesta tradicional de la izquierda, y la del ‘sanchismo’ en vigor, es justamente la contraria. Una ley Celaá que profundiza en el adoctrinamiento sectario de los alumnos, relegando a segundo plano su formación y capacitación intelectual. Y una propuesta de contrarreforma laboral que va en sentido opuesto a las recomendaciones de Bruselas para flexibilizar el mercado de trabajo, abaratar el despido -que permitiría la conversión masiva de contratos temporales en fijos- y rearmar a las empresas, cuyo único objetivo es crecer cuanto más mejor, generar beneficios y producir el empleo correspondiente, ideas opuestas a las de la ministra de Trabajo comunista y ahora vicepresidenta Yolanda Díaz.

La receta tradicional socialista, bendecida ahora por el tonto contemporáneo que es Piketty, y que consiste en castigar a los individuos con niveles de renta elevados a través de una fiscalidad cada vez mayor, en laminar tributariamente la propiedad privada y en gastar cada vez más recursos públicos sin ninguna clase de resultado tangible sobre el bienestar y la prosperidad de los individuos equivale a incurrir una vez más en el error. A tropezar en la misma piedra.

Por mucho que le cueste aceptar a Piketty, el único modelo que permite que los pobres prosperen, dotándolos de los instrumentos adecuados para ello, ha sido y es el capitalismo. Y naturalmente, esta visión es incompatible con la concepción igualitarista de la izquierda, que con el pretexto de ayudar a los más vulnerables termina por encerrarlos en un gueto del que cada vez es más difícil salir, y que corre el riesgo de transmitirse de generación en generación.

Pero para que todo el engranaje de la izquierda funcione es preciso el concurso de muchos más tontos. El español por antonomasia es el ex director de El País Joaquín Estefanía, que opina que el equilibrio presupuestario es sencillamente “una tabarra” propia del neoliberalismo y de los economistas neoclásicos. Este señor, igual de siniestro e incluso más contumaz que Piketty -aunque sin su pedigrí-, se ha alineado ahora con los partidarios de la Teoría Monetaria Moderna, un disparate que defienden unos intelectuales americanos excéntricos, según la cual como un Estado soberanamente monetario puede imprimir billetes a discreción, cuando quiera, pues tiene una capacidad ilimitada para pagar los bienes que desee comprar o cumplir con los pagos prometidos, por escandalosos que sean, de tal manera que la insolvencia y la bancarrota de los países no son posibles, aunque la evidencia empírica haya demostrado sobradamente lo contrario desde hace siglos, en los antiguo reinos que ya acuñaban toda la moneda que querían sin evitar la quiebra. ¿Se puede ser más inepto?

En su afán de superar el capitalismo, una aspiración que considero afortunadamente inalcanzable, todos estos chicos, muchos de ellos entrados en años, madurando mal como los vinos que dan el petardo, son igualmente olvidadizos. Porque ¿qué sucede por ejemplo con la inflación, que es la consecuencia indeseable del aumento indiscriminado de la masa monetaria, que destruye los ahorros y que perjudica sobre todo a la gente en situación más precaria? ¡Ah, esto no lo habíamos pensado!, vienen a decir. Pero ya no se nos ocurrirá algo. Parafraseando a Groucho Marx, ese será el próximo objeto de deseo de estos tontos contemporáneos. Tratar de persuadirnos de que, así como el déficit público ha dejado de ser importante a causa del virus exportado por los chinos, la inflación tampoco será problema ni obstáculo de cara a consumar el delirio socialista bendecido por Piketty.

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