Pedro Sánchez quiere ser Rajoy

Pedro Sánchez quiere ser Rajoy

Pedro Sánchez no es el único culpable de haber colocado al PSOE en la tesitura insostenible que ha desembocado en guerra abierta, declarada y encarnizada. Lo que le pasa al PSOE es el resultado de vivir durante años en un país imaginario donde su función se reducía a descalificar los gobiernos de una “extrema derecha”- votada por más de 8 millones de “fachas”- que hace tiempo que es el máximo exponente de la socialdemocracia. Sólo en un PSOE a la deriva se podía haber elegido como secretario general a alguien con el perfil de Sánchez, un hombre que para enfrentar la aparición de Podemos ha radicalizado tanto su discurso y a las bases, que desangra la marca por todos sus flancos. Sánchez no ha entendido que lo único que podía haberle salvado era centrarse porque ni los votantes ni los críticos declarados de su propio partido, están dispuestos a asumir el coste político que para España – y para su propia formación- provoca negar la abstención en la investidura del contrario.

Rajoy no ha hecho nada mejor que no hacer nada. Desde su posición privilegiada, aunque en funciones, espera con absoluta calma. Es consciente de las aspiraciones de Susana Díaz y que ésta no escatimará recursos para decapitar a Sánchez. La socialista es la más interesada en evitar que su partido muera por el empecinamiento del delegado -al que apoyó, recordemos, para evitar el liderazgo de Madina- que le ha salido sapo. Incluso aunque Pedro consiguiese salirse con la suya, cosa que parece poco probable, tampoco le vendría mal a Don Mariano, consciente de que mientras el PSOE autoperfora su suelo electoral, él y su partido saldrían reforzados en una tercera convocatoria. Rajoy sabe que el electorado castiga los bandazos, el desconcierto y la división. Los españoles ya han demostrado en las generales y en las recientes autonómicas que no resulta confiable una opción que no es capaz, como mínimo, de poner de acuerdo a los propios sin que vuelen los puñales.

Aunque resulte paradójico, Pedro Sánchez quiere ser Rajoy. No como presidente, sino como espejo en el que mirarse, aferrado al hecho de que su enemigo del alma, pese a ser un cadáver político en 2004 y 2008 -en la memoria de pocos y en la hemeroteca reciente está aquel maltrecho Congreso Popular de Valencia- aguantó a duras penas y muy cuestionado los reveses de las urnas y recibió a cambio una mayoría absoluta. La enorme diferencia es que la herencia recibida de Zapatero (verdadero causante de todos los males que padecemos) precipitó un cambio en la preferencia de los votantes, mientras que ahora mismo y aunque el gallego no goce de la bendición de muchos de los suyos, ha sido capaz- con paciencia – de sacar rentabilidad a una gestión poco brillante y a un programa incumplido en su mayor parte. Tiene su mérito que ya nadie hable de eso porque el resto son tan mediocres y rematadamente malos que han conseguido hacer parecer bueno a quien no lo merece.

La verdadera incógnita no es ya cuánto ni cómo aguantará Sánchez, sino si tiene sentido desahuciarle para encumbrar a otro que abra de par en par las puertas de la Moncloa a Don Mariano. Lo sustancial no es que Pedro Sánchez dimita o lo dimitan. Lo importante es quién se hará cargo del barco y si el elegido será capaz de recuperarlo o repetirá, sin haber aprendido nada, los errores históricos de un Partido Socialista que pierde un tiempo precioso. Si la gran esperanza en la regeneración de la izquierda española pasa por la sensatez de un expresidente que hace tiempo abandonó la esencia del socialismo de los 80 y de una presidenta que mantiene su silla gracias a la red de clientes subvencionados con cargo al dinero público en Andalucía, es que las cosas en España –y en el PSOE- están mucho peor de lo que parece.

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