Una oportunidad perdida
Habría que preguntarse, ante todo este exceso de información relacionada con el Brexit, si el gobierno español está aprovechando verdaderamente la oportunidad de la salida británica de la Unión Europea para asumir una posición de liderazgo internacional. Menos de un mes desde la llegada del nuevo gobierno socialcomunista ha sido suficiente para liquidar la imagen, credibilidad y seriedad que de todo estado se espera por parte de sus vecinos. Y, sobre todo, en Europa donde liderazgo y ejemplaridad van cogidas de la mano.
A este gobierno parece que le sobra con tener a un español como Alto Representante de la Política Exterior de la Unión Europea y con un presidente que se desenvuelve en inglés con sus interlocutores foráneos. Eso es todo lo máximo que parece ofrecer al mundo.
Pero son minucias, insignificancias si lo contextualizamos con la proyección exterior española. Por un lado, nos encontramos con un ministro que no tiene pudor alguno para reunirse, mentiras mediante, con la número dos de la narcodictadura venezolana que tortura, asesina y persigue a los adversarios políticos. Son muchos los medios de comunicación que han querido dimensionar el encuentro de Ábalos y Delcy Rodríguez como un mero error político de este gobierno en el fondo y por las formas con las que se ha ocultado a la opinión pública. Pero verdaderamente es mucho más que eso. De entrada, es un atropello a los defensores de la democracia y de los derechos humanos en Venezuela. En segundo lugar, es una vulneración de los cacareados valores y principios europeos que a esta izquierda política le gusta enarbolar cuando le conviene. El gobierno británico habrá acertado o errado con la salida de la Unión Europea, pero un solo encuentro entre cualquiera de sus ministros y un representante de un gobierno tiranicida resulta inimaginable, so pena de tener que presentar la dimisión inmediata.
La izquierda española siempre ha sido muy crítica con la apertura y desbloqueo del aislamiento por parte de la administración estadounidense con la dictadura franquista hace 60 años. La misma dureza con la que se criticaba a Eisenhower se transforma ahora en pusilánime con Maduro. La misma contundencia exigida sobre el régimen de Franco por la izquierda española en los primeros años de los 70 a la Alemania de Willy Brandt o a la Francia de Georges Pompidou, se torna ahora en un afrentoso silencio con la Venezuela de Maduro. Animo desde estas líneas a los venezolanos de bien, a los defensores de la democracia y de los derechos humanos que celebren su particular ‘contubernio’, como aquel de Múnich en 1962, pero en Madrid para terminar de retratar al actual gobierno.
Porque de qué le sirve a este gobierno decir que es europeísta si luego se comporta como el ejecutivo de la república bananera de Anchuria. Si a eso le sumamos el desprecio del presidente Sánchez a la figura de Juan Guaidó, la ópera bufa se consuma. Posiblemente a la gran mayoría de la ciudadanía española se le escapa todos estos detalles, pero pueden estar seguros de que han chirriado y mucho en los ministerios de asuntos exteriores de los 26 países comunitarios.
El desprecio hacia el pueblo venezolano y a todos los demócratas del mundo no terminó ahí. El hecho de que la nueva ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, haya pretendido aniquilar la Secretaría de Estado para Iberoamérica desde el minuto uno de su llegada, con la anuencia del presidente Sánchez y la posterior rectificación, da mucho que pensar sobre la gran nebulosa con la que este gobierno quiere dirigir nuestra política exterior. Todos los pueblos, todas las naciones tienen su alma. Y por mucho que este gobierno pretenda degradar en importancia o directamente ponerse de perfil en los asuntos iberoamericanos, resulta inviable consumar esta ruptura. Si a todo ello le añadimos que la Secretaría de Estado de España Global dice que renuncia, en su nueva andadura, a defenderse de los ataques de la propaganda separatista en el exterior o que España fue la gran ausente en las recientes negociaciones de paz sobre Libia en Berlín a la que asistieron Francia, Reino Unido, Italia, Turquía, Rusia, EEUU…, negros nubarrones de ignominia se ciernen en el horizonte de la política exterior española.