Objetivo Estremera
Mientras grupos de catalanes llegan a las manos en las playas del Maresme y el Ampurdán, escenificando abruptamente la fractura social que corroe Cataluña desde que se iniciara el Procés, Torra propone como consejeros a dos individuos encarcelados y dos fugados, es decir, se inclina por provocar al Estado para que éste prolongue sine die el artículo 155, asumiendo la estrategia —hasta hace no mucho exclusiva de la CUP, ¡hasta ahí han llegado las aguas!— del cuanto peor mejor. Y confirmando, de paso, que no sólo carece de algo parecido a un plan de gobierno, sino que, además, se ufana de ello, pues su única ambición —aun al precio de que su incursión en política toque a su fin en Estremera— es exactamente ésa, tensar la cuerda.
Sostres, que suele ser un tipo bien informado, asegura este miércoles que se trata de una suerte de amago, de un simulacro de carácter pirotécnico cuyo objetivo sería marcar territorio, mantener la agitación y ganar tiempo. Es probable; tan probable como que Torra no esté obedeciendo otra lógica que la de su propio fanatismo, lo que nos llevaría a un escenario —a una pantalla, por emplear la calculada terminología procesista, donde nada parece tener costes onerosos— de alto riesgo, como ya se ha visto, insisto, en la costa catalana a raíz de la siembra de cruces lapidarias en plazas turísticas de primer orden, como son Canet y Llafranch.
Ni que decir tiene que semejante derrote no es sólo moralmente despreciable, políticamente inútil y económicamente ruinoso; además, ni siquiera cuenta con el respaldo del independentismo más cabal —sabrán disculparme el oxímoron—, hoy representado por ERC —el PdeCat ha quedado reducido a un ectoplasma—. No en vano, a éste le convendría un período de descompresión, la suficiente como para allanar la puesta en libertad de sus líderes y, sobre todo, administrar el presupuesto de la Generalitat. Sin esos fondos, y Junqueras no debe de ser ajeno a esta evidencia, es imposible mantener un tinglado que, en los últimos tiempos, no hizo sino crecer hasta la hipertrofia. Y en el tinglado incluyo a los muchísimos altos cargos que, empezando por los pseudoembajadores, se han quedado en la calle; a la trama mediática que, después de todo, ha hecho posible el procés, con TV3 y Catalunya Ràdio a la cabeza, a entidades como la ANC, Òmnium y la AMI, al enjambre de digitales soberanistas que liban del erario para mantenerse en pie…
Tras la volcánica etapa que culminó con la destitución del Govern, la disolución del Parlament y la convocatoria de elecciones, el independentismo requería aplicarse la máxima de Lenin, ya saben: “Un paso adelante, dos pasos atrás”. Con Torra al frente, no obstante, no hay más horizonte que una sucesión de turbulencias. Por si ello no fuera suficientemente nocivo para las fuerzas secesionistas, el extravagante dedazo de Puigdemont ha llevado a un principio de unidad entre PP, Ciudadanos y PSOE, del que cabe destacar, sobre todo, la ausencia de fisuras por parte de este último, o ello cabe deducir —crucemos los dedos— de las palabras de Pedro Sánchez, que ha apoyado con inusitada determinación la decisión del Gobierno de vetar el nombramiento como consejeros de políticos encarcelados o prófugos y seguir aplicando el artículo 155 mientras no haya gobierno. Y ello, créanme, es la peor de las noticias para un mundo al que, en virtud de los 440 artículos que han puesto de manifiesto la xenofobia de Torra, también en Europa empieza a estar bajo sospecha.