No es mala suerte (1)
Para enfrentarse con los problemas con alguna garantía es preciso tener un conocimiento certero del origen y la dimensión de los mismos. En tiempos de desmemoria institucionalizada es más necesario que nunca recordar no sólo lo que nos ha pasado a los españoles en los últimos cuatro años sino quién hizo qué en cada momento; porque la situación de deterioro institucional, económico, político y social en la que está sumido nuestro país no es consecuencia de la casualidad ni de la mala suerte. Lo que estamos sufriendo los españoles desde que Pedro Sánchez llegó a la Moncloa utilizando fraudulentamente un instrumento democrático como es la moción de censura –recuerden que sostuvo el discurso de censura en un párrafo que un juez amigo introdujo con calzador y alevosía en una sentencia y que posteriormente fue declarado nulo- no es consecuencia de la mala suerte; ni siquiera puede ser atribuido al sectarismo del Partido Socialista Obrero Español y sus socios de investidura y de Gobierno y/o a la incompetencia manifiesta de los sucesivos Gobiernos presididos por el impostor.
La degeneración democrática que atenaza a nuestro país y pone en riesgo hasta la propia democracia es la consecuencia de un ataque planificado, de una estrategia decidida por Sánchez y su partido para demoler la convivencia entre españoles que fue la gran apuesta política de la Transición y que se consagró democráticamente con la Constitución Española. No son errores del Gobierno, hay planificación. Y conviene recordar que todo comenzó con Zapatero, el que dicen que tenía “talante”, el tipo que apostó por resucitar las dos Españas, el tipo que supo ver que el odio es un poderoso aglutinador y que aún era posible inocularlo con éxito en nuestra sociedad. Entonces, nos descuidamos y ahora pagamos las consecuencias.
Porque tras él, con el paréntesis vacío de la mayoría absoluta de Rajoy, llegó Pedro Sánchez y aprovechó el caldo de cultivo germinador de odio que ya había prendido en las bases del PSOE y en sus aliados mediáticos y económicos para -desde el mismo momento en el que pactó con el juez amigo la estrategia para plantear y ganar la moción de censura- poner en marcha el proceso de demolición del sistema del 78.
Y mientras los españoles vivíamos con nuestras libertades limitadas, (dos decretos de alarma declarados inconstitucionales, no hay Gobierno democrático en el mundo que no hubiera caído tras la constatación de su ataque de ese calibre a la Carta Magna y a los derechos fundamentales de los ciudadanos); mientras sufríamos el golpe de la enfermedad y la ruina, cabreados o desesperados ante la situación que parecía no tener salida… Sánchez no desaprovechó ni un solo minuto para acelerar el proceso.
Las decisiones continuas y dispersas que fue tomando el Gobierno en aquellos momentos –desde afirmar que no había ningún riesgo de que el Covid-19 se extendiera por España hasta decretar el mayor confinamiento de Europa; desde decir que las mascarillas no servían para nada hasta imponerlas en todo lugar y condición; desde negar a las comunidades autónomas la capacidad para comprar material sanitario y de protección que el Gobierno se mostraba incapaz de traer a España a dejar a los Gobiernos autonómicos sin normativa estatal de cobertura para lo que se llamó la “desescalada”…- junto a la incertidumbre y el miedo por la salud y por el futuro de las familias impidieron que la inmensa mayoría de los españoles fuéramos conscientes de que cada decisión que tomó el Gobierno en aquellos larguísimos meses no sólo era consecuencia de su incompetencia y sectarismo sino que formaba parte de la misma estrategia con la que Sánchez llegó al Gobierno: eludir su responsabilidad y culpabilizar a los demás –desde la oposición hasta cada uno de los ciudadanos éramos los “culpables” de lo que ocurría en nuestro país-. Recuerden cómo florecieron los “chivatos de los balcones” mientras la Fiscalía se encargaba de impedir que se pudiera siquiera juzgar al Gobierno por las consecuencias para la salud y la economía de sus aberrantes decisiones.
Para nuestra desgracia -lo mismo que Zapatero quemó etapas para llegar al Gobierno como consecuencia de los atentados de Atocha- a Sánchez le vino la pandemia a ver. Y con unas bases socialistas mermadas y sectarizadas, con una sociedad mucho más enfrentada y con menos escrúpulos que la que gobernó Zapatero, el impostor pisó el acelerador en su proceso de voladura del sistema del 78 y aprovechó las circunstancias para impulsar iniciativas y tomar decisiones que en condiciones normales no hubiera podido llevar a cabo sin encontrarse con una fortísima contestación política y social. Y en aquella situación de anomalía democrática (el Parlamento cerrado inconstitucionalmente, los españoles encerrados en casa inconstitucionalmente, la gente muriendo en porcentajes récord en toda Europa…), Sánchez impulsó contrarreformas de vital importancia en áreas tan sensibles como la Educación o el Código Penal. Y, por supuesto, utilizó toda su energía para liquidar la separación de poderes y gobernar como un autentico caudillo.
En la próxima entrega repasaré con ustedes las decisiones post pandemia tomadas por el Gobierno de la demolición; y podremos confirmar que la estrategia de Sánchez no se ha movido ni un milímetro. Cambian los ministros, cambian los riesgos… pero él sigue ahí, hundiendo España. Con el tiempo nuevo (la “nueva normalidad” le llamaron, recuerden) llegó la entrega a los herederos de ETA de la herramienta para reescribir la historia; la decisión de incumplir las sentencias de los tribunales que protegen derechos fundamentales de los ciudadanos en Cataluña; la ruptura de relaciones con nuestro principal suministrador de gas… Nada está a salvo mientras este tipo siga en la Moncloa.
Vencimos a la pandemia… pero Sánchez sigue ahí. Sólo las víctimas del poder aglutinador del odio -inoculado con precisión por el Partido Socialista desde el advenimiento de Zapatero- pueden negar que Sánchez se ha convertido en un riesgo para la seguridad nacional y una amenaza para la democracia.