No es un gobierno, es una mafia corrupta y criminal
Sánchez lideró en 2018 una moción de censura contra Rajoy porque el clima de corrupción creado por el gobierno popular era irrespirable. Eso dijo entonces. Bajo el manto de la regeneración, término que impuso Ciudadanos en el relato público y en cada acuerdo firmado con el bipartidismo reinante y mandón, el PSOE y su mesiánico líder se presentaron ante la opinión pública como los campeones de la limpieza y la transparencia política, relato que no han dejado de repetir en estos seis años de decadencia democrática en los que el manto de saqueo de lo público y trinque de lo ajeno los definió como régimen peronista y cueva de Alí Babá.
Debemos entender ya que no estamos ante un gobierno normal, sino ante una mafia criminal y corrupta que está usando las instituciones y los poderes del Estado para robar a la nación y delinquir con la impunidad que le otorgan sus siglas, los votos pastoreados, los medios comprados y la historia adulterada, que dibuja honradez allí donde el pasado contempla sangre, miseria y horror. El PSOE es ese partido que el mismo mes que presentaba aquella moción de censura contra el gobierno del PP, votó que no a suprimir los aforamientos. Es más, defendieron que la supresión del aforamiento no deberían sufrirla aquellos cargos que, en el ejercicio de sus funciones, cometieran delito, porque así se «hacía justicia contra los excesos de la acusación popular». Estaban protegiéndose, como buenos privilegiados, ante lo que iba a venir, porque sabían lo que iban a hacer. Dijeron que no a que hoy estuvieran ya juzgados y condenados la mitad del Gobierno y socialistas que hay en el hemiciclo.
Pero ya no pueden esconder el hedor que sale de Moncloa. Víctor de Aldama, el nexo corruptor el sanchismo, declaró en comparecencia voluntaria ante el juez que el Gobierno socialista formó parte de sus negocios, que dio dinero a Ábalos y Cerdán en la sede del PSOE, que organizó una cena con la narcodictadora venezolana Delcy Rodríguez a la que asistieron Sánchez y cuatro ministros y que el propio presidente agradeció su trabajo y le pidió que le mantuviera informado, como por ejemplo de los negocios sucios de Begoña con diferentes empresas. Ante esa retahíla acusadora, Sánchez llegó al Congreso henchido de palmerismo, y en pactada liturgia de apoyo de una bancada sometida y dependiente, compareció ante los medios con mandíbula apretada, gestos acelerados, mirada huidiza pero desafiante, rostro compungido y cansado, sonrisa débil e impostada, muecas de enfado retraído, mensajes de tono culpable y discurso de proyección no creíble. Sabe que está de guano hasta el cuello y que su manual de resistencia lo escriben hoy los enemigos de España, en Vitoria y Waterloo.
Sánchez caerá seguramente como en su día cayó Al Capone, por asuntos menores, cuando lo peor es el legado que dejará: una nación destrozada, una legión de zombis dependientes del Estado, de cuya ubre maman y sobreviven, una trinchera de militantes colocados en instituciones, un odio visceral al que piensa diferente, unos medios convertidos en agitadores de activismo sectario y unos organismos colonizados por palmeros incompetentes. Pero caerá como cayó el célebre mafioso de Chicago, no por aquello que sabemos que hace, sino por lo que no debería haber hecho e hizo bajo la impunidad moral que siempre caracterizó a los truhanes como él.
Sabemos que la opinión del pueblo sólo vale a los socialistas cuando les afecta en positivo. Por eso, cuando no la obtienen, la compran. La pretendida regeneración que llevó al autócrata al poder por la puerta de atrás es hoy la cadena que ata a sus socios, tan corruptos y sinvergüenzas como él. Ya lo afirmó Kierkegaard cuando reflexionaba sobre el carácter estético del hombre. Sánchez es un esteta creado y creído por él y sus siervos, un homenaje a la nada, un farsante de instantes inútiles. Todo en él es ficticio, como la honestidad de su partido y de su ideología. No hay oxímoron más certero y preciso en la historia, pero sobre todo en la política española de hoy, que socialista honrado. El día que el PSOE quiera acabar en serio con la corrupción, la tropa de opinión sincronizada se queda sin partido.