No es fácil ser Begoña

Begoña Gómez

Por mucho que digan que Begoña Gómez va de chollo en chollo por su matrimonio con Pedro Sánchez, estoy convencido de que el peaje que paga es tan alto, que no merece la pena. Vale que conseguir una cátedra en la Complutense cuando ni siquiera tiene un título de licenciada en Historia – yo lo conseguí en el bar de la facultad – tiene mérito. O que de repente empresas prestigiosas te abran las puertas para tus proyectos y estén dispuestas a escucharte. O que puedas usar los medios de comunicación públicos para grabar un podcast. O que tengas una legión de aduladores dispuestos a elogiar hasta tus salvaslips usados.

Pero el precio a pagar es convivir con Pedro Sánchez. Decirle cada día lo guapo que es, lo buen presidente que es, su gran talla como estadista, su inteligencia a la hora de planear estrategias, su tamaño como figura histórica que va a acabar con la fachosfera en España ha de ser agotador. Lidiar con un ego tan descomunal como el que tiene el enamorado no es tarea fácil, y se ha de tener una preparación admirable. Así que ojito con descalificar a Begoña Gómez, que en su tarea de torear a su marido siempre está «cumbre» – como diría Javier Arenas -. De la misma manera que Sánchez se metió tras una cortina para llenar una urna de votos, seguro que esconde en la biblioteca, detrás de los tomos de sus obras completas, la base del maquillaje del güeno para que Begoña no se lo gaste. Y ha de ser duro que tu marido quiera estar siempre más ideal que tú.

Hay que tener una gran destreza en el mundo del patinaje para no resbalar entre los ríos de baba que emiten los centenares de pelotas de su marido en Moncloa. Patinaje e incluso piragüismo, según se mire, porque el entusiasmo causado por las elevadas nóminas puede ser muy caudaloso. Gente que no ha trabajado en su vida, y que sigue sin hacerlo, y que gracias a Pedro Sánchez cobra una nómina que da para Audi, casoplón y mariscada semanal. Y lo de las gambas es muy, pero muy importante, en el medio ambiente socialista, en el que el tamaño del crustáceo indica el grado de fidelidad al proyecto de Ferraz. Begoña ha sabido sobrevivir en este ecosistema tan peligroso, dado que todos ellos y ellas envidian la proximidad de la enamorada al enamorado.

Si Begoña se empeña en estar continuamente fuera de Moncloa, dando charlas de fundraising, no es para ganar dinero. Ni para conseguir más influencia. Es por pura supervivencia. Imagínense la de cartas que el enamorado le manda y que le lee en voz alta mientras ella piensa en el último capítulo de La que se avecina para intentar desconectar mentalmente. Cartas en las que teóricamente habla de ella, pero en las que solo habla de él y de sus cualidades y de lo afortunada que es ella por tenerle como compañero de fatigas y amores. Begoña ha de salir del palacio al precio que sea, y de ahí todos sus esfuerzos en conseguir clientes. Es la única manera de no acabar con una camisa de fuerza. ¿Paseíllo en los juzgados de plaza de Castilla? Un juego de niños comparado con las sonrisas que le dedica Félix Bolaños cuando se cruzan por los pasillos. ¿Declarar en una comisión de investigación en la Asamblea de Madrid? Mucho mejor que Óscar López intente limpiarte los zapatos con un ejemplar de Abc, La Razón o El Mundo. Begoña es una superviviente, y solo merece admiración y respeto.

 

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