Miseria moral de un ministro al que le hubiera gustado que la agresión fuera verdad

Miseria moral de un ministro al que le hubiera gustado que la agresión fuera verdad

En cualquier país democrático del mundo, un ministro como Fernando Grande-Marlaska habría sido destituido hace ya muchos meses. Repasar los puntos negros de su gestión no es fácil, porque toda su etapa en el Ministerio viene marcada por un rosario interminable de mentiras y abuso de poder. La falsa denuncia del joven que afirmó ser víctima de una agresión sexual en Malasaña colma el vaso de la indignidad de un ministro que apuntaló la veracidad de un ataque que nunca existió, pese a que desde el primer momento la Policía tenía serias dudas sobre el mismo. Marlaska se comprometió públicamente a detener a los supuestos encapuchados, otorgando credibilidad al testimonio del joven y estableciendo una nauseabunda relación causa-efecto entre la agresión que nunca se produjo y el comportamiento de determinados partidos políticos, en clara alusión a Vox, señalado de manera siniestra por un ministro que estaba más preocupado por rentabilizar políticamente la denuncia que luego se confirmó que era falsa que de conocer la verdad.

Y la verdad fue que no hubo agresión homófoba alguna, pese a que Marlaska se esforzó hasta el último instante en alentar su existencia para utilizarla como baza electoral. Ya lo hizo cuando sugirió que detrás de aquellos sobres con balas que aparecieron en plena campaña electoral madrileña estaba la ultraderecha, una acusación sin pruebas que también se demostró falsa, como falso fue el informe que se inventó para demostrar que no hubo coacciones a los dirigentes de Ciudadanos en la marcha del Orgullo Gay de 2019. Tan falsos como los argumentos que ofreció para justificar el innoble cese del coronel Pérez de los Cobos, destituido ilegalmente por negarse a incumplir la ley -como ha quedado acreditado judicialmente-. Este es Marlaska, el ministro más mezquino que se recuerda. Pedir su dimisión es una pérdida de tiempo. Es mejor retratarle y mostrarle sus miserias; colocarle delante del espejo de su propia ruindad política. El problema de Marlaska es que le hubiera gustado que la agresión homófoba fuera verdad

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