La «mierda» del nacionalismo catalán

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El separatismo ha convertido Cataluña en una tierra arisca, poco amable y desagradable, ha creado un clima hostil para los que no comulgan con el monolingüismo en catalán y la hegemonía cultural y social nacionalista. El ambiente social catalán es una “mierda”. Y esto no lo digo yo, ilustre “facha” y “fascista” –ya se sabe que los catalanes no independentistas somos entes despreciables para el independentismo y sus aliados ‘progresistas’–, sino un pintor de fama mundial, Sean Scully.

Scully, artista irlandés con pasaporte norteamericano que tiene obra expuesta en los principales museos estadounidenses, tenía uno de sus domicilios en Barcelona, en el que pasaba largas temporadas con su esposa, la fotógrafa Lilianne Tomasko, y su hijo Oisin. Y como puede, porque es alguien con recursos y no tiene por qué aguantar las barbaridades de los separatistas, ha cambiado Barcelona por la Costa Azul francesa y se ha despachado a gusto contra el nacionalismo catalán en una entrevista en el Financial Times.

Porque hay gente como Pere Aragonès que sólo son entrevistados por la prensa internacional si han pasado previamente por caja, y otros como Scully, que tienen talento y que despiertan el interés de los grandes medios. Y allí ha relatado que han dejado Barcelona hartos de los nacionalistas. Tanto él como su mujer hablan con fluidez en español, lo que les garantizaría una cómoda coexistencia con los habitantes locales en cualquier lugar de España que no esté infectado por el virus nacionalista.

Y Barcelona, tomada por el separatismo ’light’ de Ada Colau, que coexiste con el secesionismo asilvestrado de ERC, Junts y la CUP, se ha convertido en esa “mierda” que denuncia Scully. Una ciudad que presume de cosmopolita, pero que cuando el pintor y su esposa iban a reuniones sociales sus anfitriones “hablaban siempre en catalán, como diciendo ‘te jodes’». También denunciaba que a su hijo, un chaval de doce años escolarizado en Barcelona, le decían que debería hablar catalán, en lugar de español, durante el recreo.

Millones de catalanes hemos de soportar esta “mierda”. Que desprecien nuestros derechos lingüísticos y que señalen y adoctrinen a nuestros hijos. Gracias a Pedro Sánchez y a sus predecesores en La Moncloa, que permitieron que el separatismo se apoderara de Cataluña, lo que han vivido Sean Scully, Lilianne Tomasko y Oisin, es la realidad cotidiana de más de la mitad de la población de esta comunidad autónoma. Lo que ha hecho este pintor y su familia es huir de la peste nacionalista y buscar acomodo en tierras más amables. Tienen los medios y no lo han dudado.

Y es lo que cada año hacen muchos catalanes, abandonar su tierra para vivir sin tener que aguantar las políticas de exclusión y odio del separatismo. Cataluña ya hace décadas que no es tierra de acogida. No quieren venir ni médicos, jueces, ejecutivos o profesores del resto de España. No quieren amargarse la vida ni amargársela a sus hijos. Para detener este deterioro constante de la convivencia en Cataluña es imprescindible desalojar al separatismo del poder. Pero estamos viviendo la situación contraria, desde el Gobierno de España se sigue reforzando a unos líderes instalados en un golpe de Estado permanente.

Sean Scully ahora es feliz, ha evitado que su familia deba vivir en primera persona el “lo volveremos a hacer” de Oriol Junqueras y Carles Puigdemont. Millones de catalanes, abandonados por nuestro Gobierno, tendremos que sufrir cómo se va gestando un nuevo golpe de Estado mientras vemos como el separatismo se fortalece gracias a la “mesa de diálogo” y la “agenda del reencuentro” de un PSOE entregado a los que odian a España.

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