Memoria, amigos y guerras

Memoria, amigos y guerras
Memoria, amigos y guerras

Cuando los políticos populistas agotan sus escasos argumentos, cosa que sucede con notable frecuencia, acuden al recurso fácil de enfrentar a los ciudadanos para intentar mantenerse en el poder. Resucitar el odio entre españoles fue una consumada especialidad de Rodríguez Zapatero, a falta de talento para dirigir un país en crisis. Y, en los últimos tiempos, su heredero intelectual (perdonen el sarcasmo) Pedro Sánchez, viendo peligrar las encuestas y su coalición con Podemos y los diferentes partidos separatistas, está volviendo a las andadas con las Leyes de Memoria Democrática, Trans, de Bienestar Animal y del Aborto, o cualquier otro pretexto que polarice a la gente y la distraiga de analizar su gestión.

Estos comportamientos irresponsables no sólo suceden entre personas de escasa categoría moral e intelectual. Ya conocemos el nivel de los dos últimos presidentes socialistas, tipos que fuera de la política jamás supieron ganarse la vida de forma normal. Pero deben saber ustedes que, en tristes tiempos pasados, otros dirigentes más preparados incurrieron en actitudes parecidas.

La intención del Gobierno de exhumar a José Antonio Primo de Rivera, fusilado hace ahora 86 años por milicianos republicanos en la cárcel de Alicante -tras redactar un testamento en el que deseaba que fuera suya la última sangre española vertida en discordias civiles-, genera interrogantes interesantes sobre las relaciones personales entre los protagonistas de nuestra infortunada Segunda República. Con independencia de lo que cualquiera pueda pensar sobre el fundador de Falange Española -es imposible juzgar con ojos de hoy a los protagonistas de un espectro político plagado de estalinistas, anarquistas, trotskistas, libertarios, falangistas y demás corrientes típicas de los años 30 del pasado siglo-, resulta un hecho constatado que Primo de Rivera trabó fuertes lazos de amistad con importantes rivales políticos del bando republicano.

Como cuenta José Antonio Martín, especialista en la figura del político falangista -encarcelado por el Gobierno de la República cuatro meses antes de comenzar la Guerra Civil y que ya nunca salió con vida de prisión-, «que José Antonio anheló la paz entre españoles en cuanto vislumbró el desastre, lo sabía Azaña (presidente de la Segunda República) y lo supo Diego Martínez Barrio (presidente del Gobierno), al que propuso como presidente de un Gobierno de Concentración Nacional que impusiera la caída de las armas y una amnistía general para los combatientes. Incluso se ofreció para ir al bando nacional, quedando su familia como rehén en Alicante, y proponer el plan».

También Indalecio Prieto (dirigente del PSOE y ministro republicano) tenía razones poderosas para apreciar a Primo de Rivera. Según contó en una carta enviada -desde su exilio en México en 1944- al ministro de Asuntos Exteriores inglés Anthony Eden, una noche en la que algunos exaltados del propio partido socialista quisieron atentar contra su vida, José Antonio y su escolta lo custodiaron a salvo hasta su domicilio. Por «deberle la vida», según escribió textualmente, «siempre he condenado la muerte de ese joven impetuoso y bienintencionado». Prieto intentó luego desenmascarar la conspiración para fusilarlo en la prisión de Alicante, teniendo escaso éxito en el empeño.

Incluso Buenaventura Durruti, líder anarquista y de la CNT, llegó a declarar -según cuenta el propio historiador José Antonio Martín- que «con la muerte de José Antonio Primo de Rivera morirá también toda esperanza de reconciliar a los españoles antes de muchas décadas».

Otro estudioso de las figuras políticas republicanas, el periodista e investigador José María Zavala, escribió que José Antonio era un estorbo para muchos, especialmente para Franco, la URSS y los estalinistas, representados en España por el dirigente del PSOE Largo Caballero. De hecho, Franco nada hizo para evitar su muerte (él mismo y José Antonio se profesaban mutua antipatía), aunque luego -dada su popularidad- aprovechó propagandísticamente su figura promoviendo su entierro en el Valle de los Caídos. José María Zavala considera que «José Antonio era un hombre que lucha contra sí mismo y se da cuenta de que es vital no guardar rencor a las personas, pese a las diferencias políticas y religiosas; alguien que perdona a sus verdugos en el momento de la muerte».

El mito republicano Manuel Azaña, idolatrado por nuestra izquierda nacional, escribió a José Antonio -en la víspera de su muerte- «estimado amigo, hice lo que pude… y no pude», según cuenta Martín. El mismo Azaña también conoció de primera mano la necesidad de reconciliación. Cuando en mayo de 1931 había declarado -ante la quema de iglesias y conventos- que «todas las iglesias de Madrid no valen la vida de un republicano», dos años después de comenzada la Guerra Civil -el 18 de julio de 1938- llamaba a la concordia desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona con este inmortal discurso: «Cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y escuchen su lección: la de esos hombres que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón».

Todo lo anterior nos demuestra que cuando se sacan irresponsablemente los tigres a pasear, resulta muy difícil que vuelvan a la jaula. Vivimos rodeados de aventureros que hoy nos quieren imponer, como ha escrito al abogado y político Joan Huguet, «una leyenda rosa para la Segunda República y una leyenda negra para la Guerra Civil, el franquismo e incluso la Transición». Su intención es distorsionar la historia para abducir y polarizar votantes con el fin de ganar las elecciones inmediatas, importándoles un comino si con ello nos destrozan la convivencia o generan nuevas décadas de odio entre todos los españoles.

Lo último en Opinión

Últimas noticias