‘McCarthy Sánchez’, el cazador liberticida

McCarthy Sánchez Carlos Dávila

El lunes, ante una complacida Àngels («fíjate, Àngels, en esto»), el aún presidente del Gobierno español anunció sin despeinarse el mayor ataque a la libertad de expresión que se conoce desde el franquismo, desde el franquismo del ministro de Información, Gabriel Arias Salgado, no desde la ley de Fraga que, al lado de lo que perpetra Sánchez, era un texto liberal.

Este individuo, que ya representa en sí mismo un auténtico peligro, empezó ante la reina de la mermelada Àngels atribuyéndose la potestad de utilizar dinero público -la famosa publicidad institucional- para hacer exactamente lo que le da la gana; es más, para dilucidar en su solo provecho, qué medios y cuáles se merecen que, de su absoluta filantropía, emanen diezmos y primicias para regar las cuentas corrientes de los afectos al Régimen del autócrata.

Claro está que en este país de ahora mismo todo da igual, todo se da por aceptado, hay que tragar con todo lo que haga el sanchismo y basta, porque no pasa nada y, si pasa, se le saluda, pero el cronista se pregunta: ¿es que no resulta un escándalo descomunal el proyecto de todo un presidente del Gobierno que saca euros de las arcas de todos para premiar a los buenos y castigar a los malos? Pero, este tipo ¿de quién se cree que son esos dineros?

Lo terrible, de entrada, es que lo antedicho ya ni siquiera causa una conmoción parecida a la que, por ejemplo, en la Transición, echaría a la gente a la calle para impedir el atropello. Pero en esta España del momento estamos curados de espanto porque todos los días, mejor dicho todas las horas, sufrimos de un nuevo escándalo y porque además el liberticida Sánchez cuenta con el apoyo de un treinta por ciento del cómputo electoral, con la ayuda además de sus medios cercanos que, a la imagen de aquella Prensa y Radio del Movimiento del general, no es que se muestren conformes con la agresión, sino que suscriben documentos exigiendo la aplicación inmediata de la coacción.

Personalmente, me niego a denominar «compañeros» o siquiera «colegas» a estos palmeros del poder que festejan la caza de brujas iniciada por el Gobierno de McCarthy Sánchez; allá ellos, convertidos en cómplices de unos desalmados antiliberales (lo de iliberales es una idiotez y una cursilería).
Es curiosa la candidez o la concomitancia del gentío en general. Aquí, en España y en este mismo instante se está ejecutando, sin que el país rechine, el ataque contra dos poderes concretos que son los que fijan la cultura y la decencia democráticas de una Nación: el Poder Judicial que surge directamente del Estado, y el poder de la sociedad, cuyo síntoma básico es la libertad de expresión.

Los barreneros de estos poderes critican al segundo asegurando que los periodistas se quieren/nos queremos presentar como detendadores (utilizo el forzado adjetivo con toda intención) de una atribución que no nos corresponde. Eso lo dicen únicamente los embusteros, cual es el caso, los analfabetos, cual es su caso, o los medradores, cual es el caso permanentemente.

Como diría un castizo, a ver si nos vamos enterando: los periodistas -se ha escrito siempre- no somos titulares de canonjía alguna, sino depositarios de la tarea de materializar el ejercicio de un derecho ajeno. Esto lo reconocía hasta uno de los ídolos de Pedro Sánchez, Carlos Marx que, en una intervención en la primavera de 1842 en el Parlamento alemán de Renania, se expresó así con toda claridad: «La Prensa libre es el espejo en el que la gente se ve en sí misma».

En otro continente, el americano, aún se utiliza una sentencia del Supremo yanqui de 1931 que dictaminó una discusión sobre el particular con esta conclusión inequívoca: «La Libertad de Prensa (con mayúsculas) debe ser defendida como un bien a pesar de todo». ¡Cuántas veces utilizaron esta sentencia los perseguidos por el inquisitorial Joseph McCarthy cuando éste emprendió una feroz caza de brujas contra todo aquel que oliera a un inexistente (en USA) comunismo! Algo debe haber recordado de aquella época infernal el Partido Popular que, con presteza, ha aborrecido el susodicho proyecto de regeneración democrática de Sánchez y ha asegurado textualmente que «la democracia necesita una prensa libre, no amordazada, por eso no vamos a respaldar ninguna caza de brujas». No hay noticias de que a estas horas algún partido por la diestra del PP haya suscrito alguna opinión similar.

En la referida entrevista de baño y masaje de Àngels, de apellido Barceló, éste se gustó combatiendo y denunciando los presuntos bulos que han cercado, ¡vaya por Dios!, la serena tranquilidad de su señora, y usó para ello dos ejemplos actuales: el «no hay nada, de nada» en el comportamiento de la demandada Begoña recomendando empresas desde su púlpito de esposa del presidente, y la imputación próxima que va a sufrir con certeza su fiscal general, García Ortiz, a cuenta de la revelación que hizo de datos privados del novio de Ayuso. Dijo al respecto el todavía presidente que aquello fue un bulo.

Pues bien: mentira, fue un email oficial del fiscal, una iniciativa que él mismo ha reconocido. Un relato como éste debería ser calificado de fake y probablemente llevado a los tribunales con arreglo al rigor inquisitorial al que propende Sánchez. Naturalmente que sí, mira por donde el alguacil resulta alguacilado.

McCarthy-Sánchez puede que se salga con la suya y logre infundir miedo a los pusilánimes que trabajan en este oficio y que aún son favorecidos por las sinecuras sanchistas, puede que sí, pero ambos, el protector y los sujetos en cuestión, deben rememorar una frase de uno de los padres fundadores de Estados Unidos, Thomas Jefferson que, como advertencia para la posteridad, se manifestó de esta guisa ante un grupo de diletantes de la libertad de expresión en los periódicos: «No lo olviden ustedes: en los conflictos entre el Poder y la Prensa, suele ganar la Prensa». Por si le sirve de adelanto a este «psicópata» (lo dicen los especialistas, no el cronista) presidente de Gobierno del Reino, Reino también acosado como los medios y los jueces de España. Que vaya tomando nota. No nos rendimos.

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