Un mal signo

Un mal signo

Aunque no existen muchas evidencias históricas que demuestren en qué momento los sapiens dejamos de emitir sonidos como los animales, y pasamos a darle un nombre y por ende un significado a las cosas, el caso es que el lenguaje y la comunicación han permitido el desarrollo de nuestro cerebro, de nuestra sociedad y de nuestra comunicación como especie.

Umberto Eco, reconocido mundialmente como escritor del libro El nombre de la Rosa, fue un filósofo que se preocupó a lo largo de su vida por descifrar los designios de nuestra comunicación a través de la semiótica.

Signo, que significa «palabra», es mucho más de lo que a simple vista nos podríamos imaginar, ya que para Eco, cuando emitimos una palabra -por ejemplo «árbol»- el receptor, no está pensando en el significado literal de la palabra (un tronco con hojas, ramas, etc.), sino que está rememorando lo que ha vivido a través de esa palabra. Y todo esto sucede gracias a un sofisticado entramado cerebral y cultural que tenemos los seres humanos.

A esta acción, Eco lo llamo «significación». Los humanos podemos comunicarnos gracias a que generamos significación en nuestra comunicación. De allí la importancia de las palabras (signos) que decimos, porque éstas van generando una significación que impacta a nivel cultural.

Sin embargo, en épocas audio-visuales parece que los signos, la significación, la comunicación y la forma en como ésta pueda impactar, les trae sin cuidado a nuestros gobernantes. El espectáculo al que los ciudadanos venimos asistiendo desde hace unos meses, por parte de partidos políticos (con el presidente a la cabeza) de todos los colores es simplemente lamentable.

Cada día, veo con gran preocupación el pésimo uso de los signos por parte de los políticos, personas que por demás han pasado por prestigiosas universidades (alguno con tesis doctoral). Cada día sube el tono en grosería y ramplonería, mientras baja en educación y respeto. Basta con ver cualquier medio de comunicación para darse cuenta de la verborrea de nuestros dirigentes.

El problema es que, aunque no queramos, cada día esta situación nos va intoxicando, y en un determinado momento, hartos de la situación, actuamos bajo el mismo modelo que aprendimos de ellos y comenzamos a insultarnos unos a otros en el campo de batalla moderno, las redes sociales.

Uno de los mayores impactos de internet es la polarización, porque el odio, la grosería y el matoneo generan más likes que las posturas neutrales.

Por ello, de manera perversa, cada vez que un algoritmo detecta nuestra «molestia», nos enviará más información para nos sigamos «indignando» y provocar una reacción negativa que se traduzca en criticar y lanzar veneno, tal como hacen nuestros políticos. El caso es que, sin darnos cuenta, actuamos así porque hemos sido manipulados por un algoritmo.

Pero no perdamos de vista que nuestros políticos también son un producto de nuestra era digital, y por ello no tienen ningún reparo en utilizar un lenguaje grosero, tergiversado y manipulador, con el único objetivo de tener más exposición en los medios de comunicación, y por supuesto de ganar votos.

Decía Eco que «toda cultura se ha de estudiar como un fenómeno de comunicación» y si esto es así, ¿qué podríamos decir de nuestra cultura actual?

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