El lodo mancha las togas
El otro día en una vista, antes de su celebración, el juez nos hizo a las partes una propuesta por la cual él asumiría, siempre que todos aceptásemos, el superar el objeto del debate —que inicialmente le está vedado— de forma que, con ello, diésemos una solución a un problema que de no hacerlo así generará varios pleitos, conflictos, problemas a las partes. Es decir, aceptaba un exceso de trabajo, un riesgo y una labor que no le sería reconocida, y lo hacía en beneficio del ciudadano. Por motivos que no vienen al caso, eso no pudo llevarse a cabo y, nuevamente, haciendo gala de un señorío y buen hacer excepcional así como sin reproche alguno, retomó las riendas del proceso para suspender el juicio por un breve tiempo en aras de que las partes obtuviesen un acuerdo.
En otra ocasión, veía cómo un compañero, ya curtido, recibía las imprecaciones de un joven juez por las manifestaciones y posición que el colega se veía obligado a realizar en sala. Terminado el juicio, y con un café, me explicaba los motivos que le obligaban a ello y eran cuestiones que siempre quedarían ocultas al proceso, pero que servían de admiración y de una alta profesionalidad, pese a que quedó como un memo. Cuando hacemos crítica, y estas líneas siempre son especialmente duras, con la justicia y los que pululamos sus aledaños, también hemos de reconocer el señorío especial, la labor bien hecha, la caballerosidad y buen hacer de la que hacen gala, en silencio, asumiendo empellones y despropósitos, los que desenvuelven su labor en ella, muchas veces cruelmente pagadas.
En estos días, vivimos el despropósito ponzoñoso y denigrante de cómo nuestros políticos manchan, con sus formas y actuaciones, lo que les debería quedar vedado por respeto a la forma de resolver los conflictos de una sociedad civilizada, democrática y moderna: la justicia. Jacarandosos, y demostrando no sólo su escasa formación sino también su vil intención, afirman, sin rubor, que la democracia se desarrolla en la elección de los jueces por los políticos derivada de la elección popular de estos últimos. Vamos, que como los elegimos, están legitimados para meterse en nuestra cama y decirnos cómo dormir. Al final, vuelven a ser las acciones nobles de aquellos pocos que siguen creyendo en la palabra, en la dignidad, en la nobleza de las formas, en el señorío preciso en el actuar y en el rigor y seriedad de lo que somos y no de lo que ganamos, o la posición que ocupemos, y así, me veo en la obligación de alabar la decisión del magistrado Marchena y denostar a nuestros políticos, que pretenden usar la misma en beneficio propio en lugar de reconocer que, ellos, han malbaratado un deseo noble de alcanzar el máximo puesto por hurgar con sus pezuñas en un agua que les debería de estar prohibida y que ya, desde Gonzalez, comenzaron a manchar y ninguno ha intentado depurar, sino seguir contaminando.
Cuando contemplas el actuar de personas como el señor Marchena, el señor Llarena, el señor Del Moral, y tantos otros, comprendes qué es el Tribunal Supremo y que, con todas las máculas, todos los errores y todos los defectos son los únicos que actúan en servicio de los ciudadanos, con la Ley en la mano por más que, operaciones como las de las cláusulas bancarias, utilizadas por la carcunda canalla, puedan dar otra imagen. En un momento en el que la sociedad está desnortada y busca el onanismo mental, errados o no, existen personas que mantienen la dignidad arriba y abajo.