Lejos de los españoles

Lejos de los españoles
Lejos de los españoles

Efectivamente, Pedro Sánchez no estuvo en París el domingo. Pero, aunque se hayan empeñado en hacer noticia de esa ausencia, no lo es. Nunca un comportamiento habitual es noticia, y lo habitual es que Sánchez nunca esté donde debería estar. Nos dicen que exageramos y que criticamos injustamente al presidente, pero, créanme, estar en el sitio que hay que estar es muy importante, sobre todo si, en virtud de la representación que ostenta, con él está también todo el país.

En el mes en que se cumplen cuatro años como presidente del Gobierno, se puede ya dar una mirada retrospectiva y constatar su desubicación constante y consciente: desde la moción de censura Frankenstein sin convocatoria electoral hasta el cobarde mutis en el caso Pegasus, pasando por el cafeínico gobierno con Podemos, el compadreo con los delincuentes secesionistas, el impudoroso exhibicionismo mediático durante la pandemia -sin visitar ni un centro sanitario- o la visita a Marruecos en mitad de la crisis energética.

Y, si no ha sabido estar en el lugar que debiera para la política, tampoco lo ha hecho para acompañar a los españoles en nuestros desvelos y preocupaciones, en nuestro ocio y nuestras diversiones, en nuestras creencias y nuestras pasiones. No le interesa nada de lo que nos gusta, de lo que nos caracteriza, de lo que nos enorgullece. Claro que no estuvo en París con Nadal o con el Real Madrid, como tampoco acompaña a los esforzados atletas, a los hábiles pilotos o incluso a los aguerridos equipos deportivos femeninos; pero es que tampoco exterioriza un reconocimiento a ninguna obra artística, no aparece por ARCO, por el Real, por la Feria del Libro o por una corrida de toros.

Es, además, tristemente evidente que su agnosticismo le distancia de los millones de españoles que viven su fe, y que ni siquiera siente un curioso interés por la espiritualidad, la mística, el esoterismo o el valor cultural e identitario de las tradicionales celebraciones cristianas, de las multitudinarias romerías o de las milenarias peregrinaciones. Será porque no resulta muy conveniente ir a saltar la verja del Rocío en el Superpuma o porque hacer el Camino de Santiago en el Falcon no sirve para que te den la Compostela.

La realidad es que, acompañando a su embustera gestión, el distanciamiento y la falta de complicidad provocan una creciente repulsa que hace que cada día le resulte más difícil salir de casa; concentrándose, con su síndrome de la madrastra de Blancanieves, en una, a veces ridícula, agenda exterior y limitando la exposición intramuros a las presencias mediáticas controladas y a los actos del partido. Lo peor es que ya no se sabe si no sale de casa porque le abuchean en cuanto le ven o si es que le pitan para afearle que nunca sale. Sus asesores no paran de decirle que trate de ser más empático, y por eso desde hace un tiempo se autocalifica así en todas sus intervenciones; pero la empatía, como la humildad, desaparecen cuando se las arroga uno mismo.

No es de extrañar que las encuestas para las elecciones andaluzas muestren desapego con el PSOE y que Juan Espadas termine pidiéndole que en los próximos doce días no aparezca por allí. Y es que, acompañando a la asistencia al supremacismo catalán y a las políticas podemitas que ha promovido desde el gobierno, el sectarismo feminista y animalista y el desprecio a las tradiciones cristianas se entienden muy mal en una Andalucía en la que los sindicalistas salen de costaleros y en la que los banderilleros siempre votaron socialismo.

Pero bueno, Pedro, no te amilanes. Es verdad que al pobre Rajoy, que era también muy caserito, aunque más inteligente y menos displicente, le partieron la cara y las gafas cerca de su pueblo; pero él era feo, y ya sabes que está mal visto que a los boxeadores guapos como tú les peguen en la cara.

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