Latrocinio progresista
Una de las anécdotas más famosas y difundidas de la presidencia de Roosevelt fue la frase pronunciada por su secretario de Estado, Cordell Hull, sobre el dictador y aliado entonces del gobierno estadounidense, Nicolás Somoza, “puede que Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. A los líderes políticos les ocurre con la corrupción de sus partidos lo que a Estados Unidos con el sátrapa nicaragüense: puede que sea corrupción, pero es nuestra corrupción. Y a seguir con la función.
El pasado martes conocimos la sentencia de los EREs. Hace ya más de 48 horas desde que se hiciese público el fallo y el actual secretario general del partido socialista permanece mudo. Ni una palabra. El problema es que Pedro Sánchez es hoy presidente en funciones gracias a una moción de censura orquestada con la corrupción como coartada. Como apuntó el fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba, el caso Gürtel fue el “fuego de la vida” buscado por el doctor Victor Frankenstein (en la obra de Mary Shelley) a través del cual logró dar vida a un monstruo creado a base de retales de cadáveres. Lo más escandaloso de aquel experimento es que estaba encabezado por algunos de los partidos que, en ese mismo momento, soportaban bajo sus siglas los casos de corrupción más graves de los últimos tiempos (como los EREs, el caso Pujol o, peor aún, el golpe de Estado en Cataluña). No obstante, aquel extraordinario ejercicio de cinismo pasó por ser una cuestión de emergencia nacional.
De lo dicho por aquel entonces, ya no queda nada. No obstante, sí sabemos algunas cosas. Sabemos que a los/as de Unidas Podemos les importan un bledo “los/as de abajo” desde que han saboreado los coches oficiales, el servicio doméstico, los escoltas y los casoplones de lujo; y cómo, por seguir en la pomada, son capaces de adoptar como propios a los corruptos del PSOE sin que se les mueva un músculo de su twitter. También sabemos que el PSOE había organizado en Andalucía (20 por ciento del socialismo español) una estructura delictiva que, durante los años más graves de la crisis económica, robaba a los parados para untar a sus amiguetes y compañías nada recomendables. Y sabemos que a la izquierda española en general le sigue pareciendo muy bien y muy progresista que semejantes caraduras conformen un gobierno que promueva… ¿la justicia social?
Algunos todavía se preguntan si Pedro Sánchez tiene que dimitir. Tiene gracia.