Larga vida a Ciudadanos

Larga vida a Ciudadanos

No sé cómo se puso en marcha tan rápidamente. Hablo del culto a la personalidad de Albert Rivera. La primera vez que se manifestó con pública demostración fue en la primera celebración tras ser proclamado presidente por accidente (ese orden alfabético…). Se organizó una cena en el hotel Catalonia Plaza, en la plaza de España. Dicen que su costumbre como político ha sido hacerse esperar y llegar el último, que eso lo aprendió en un curso de marketing político que le dieron al principio. Pues ya lo habría recibido pues nos hizo aguardar un largo rato y acogerles a él y a su pareja de entonces puestos en pie. Como una boda.

No me malinterpreten: yo siempre me he sentido irresistiblemente orgullosa de Albert Rivera.  He vivido sus éxitos como si fueran míos. No se lo habrán oído comentar, pero yo le di la alternativa política. Fue en una reunión movidita en un momento difícil de la asociación Ciutadans de Catalunya, origen del partido Ciudadanos- Partido de la Ciudadanía, donde le conocí. Aunque los fundadores y la mayoría de afiliados éramos gente alrededor de un centro moderado, no todos compartían esa visión. Se acercaron personas muy a la derecha y, sobre todo, gente que ahora calificaríamos de “podemita”, muy activos y autoritarios. En el fragor de la discusión, se levantó un chico muy joven, con aspecto de yerno ideal, que contrastaba con aquellos curtidos coletas y autogestionarios. Supo poner muy bien las cosas en su sitio y pregunté quién era. Resultó ser el coordinador de Granollers. A partir de aquí me empeñé en convencer a mis compañeros de ejecutiva de que debíamos incorporar a gente más joven y de que conocía al tipo adecuado. Si estuvo Albert Rivera en situación de que su letra del abecedario fuera determinante aquella tarde del primer congreso de Ciudadanos fue por este motivo. Por ello, después de su nombramiento como presidente, se acercó a mí y me dijo aquello de que “has sido mi madre política y nunca lo olvidaré”. “Madre política” es tal vez exagerado para alguien que sólo facilitó que estuviera en el lugar adecuado en el momento adecuado. Quizá por eso lo olvidó inmediatamente: no pasaron ni dos meses para que ni siquiera pudiera llamarle por teléfono.

Albert Rivera no tuvo tiempo de madurar. Su propia personalidad unida a la dinámica de las personas que se convirtieron en su guardia de corps le llevó a alejarse progresivamente de la realidad y creerse más su personaje. Pero este tipo de personas, si son inteligentes, y Albert lo es, son íntimamente conscientes de su gran desfase interior. Durante su carrera política se dedicó a cerrar el paso a cualquiera que pudiera aportar peso, solidez y talento y le hiciera sentir incómodo. Y con sólo del eco de una herencia no se puede vivir. El partido con el tiempo fue sólo fachada, y su gran carta de la unidad de España se convirtió en polvo de urna cuando el PP empezó a reaccionar y también llegó Vox con la artillería pesada. Sus antiguos votantes dejaron de confiar en ellos.

Albert Rivera tomó muchas decisiones equivocadas, acarició la gloria con la punta de los dedos y ya no se recuperó. Seguramente, su vida personal tampoco le ayudó en este último año. En un país de complejos judeocristianos, las críticas feroces que estuvo recibiendo en los últimos meses se han trocado ahora por cantos elegíacos que rozan en algunos casos lo ridículo. Con el tiempo, todos compondremos mejor el retrato de Albert Rivera. Yo también y él también.

¿El fin de Ciudadanos? De ninguna manera. Si hay un partido necesario, ese es Cs. El único laico religiosa e identitariamente, que sabe que las sociedades han avanzado por el sendero de la paz tras fusionarse con antiguos rivales y fundar naciones y conglomerados cada vez más grandes. La gran razón para oponerse a las secesiones. Un partido que tuvo en su basamento al humanismo, la razón y la ciencia. Ese espacio sigue ahí y sólo Ciudadanos puede llenarlo. Larga vida a Cs.

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