La unidad de España en manos de Pedro

Pedro Sánchez-Podemos
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez (Foto: Efe).

Dicen, y creo que no andan descaminados, que Pedro Sánchez está dispuesto a todo con tal de ser el séptimo presidente de la democracia. Hay quien echando mano de ese machismo discursivo tan en boga advierte incluso de que «es capaz de vender a su madre» con tal de llegar a Moncloa. Tengo tan claro lo primero, obviamente no lo segundo, como que en solitario sería un buen presidente del Gobierno echando mano de esas fórmulas socialdemócratas trufadas de liberalismo que no nos fueron tan mal en la era felipista. Pero sin mayoría que le ampare, estando como está a 86 diputados de los 176 (ahí es nada), el secretario general del PSOE tiene más peligro que Dumbo en una cacharrería o que Gargantúa y Pantagruel mano a mano en una fábrica de pasteles. Intentar un triple salto mortal con tirabuzón es muy loable cuando tienes un suelo que te acoja al final de la pirueta. Ejecutarlo a sabiendas de que no sabes dónde vas a caer es de un desahogo supino o propio de alguien con tendencias suicidas.

Aquí todo el mundo piensa que con pactar con Podemos y meter en el saco a los dos diputados del bueno de Alberto Garzón, el demente político madrileño será presidente (lo de «demente» lo digo porque jugó en el Estudiantes que es como hacerlo en el Liverpool si eres futbolista). En fin, que es poco menos que coser y cantar. Que le das a Pablo los Audis blindados, un porrón de escoltas para fardar, los despachazos, el fisco, los tanques, las porras, las cárceles, Sitel y la caja tonta más lista que vieron los tiempos y ya está. Los que no van ni ven más allá debieron suspender matemáticas en la escuela o son unos auténticos tontos a las tres. Porque, de momento y hasta que Podemos cambie los libros de texto, la suma de Pedro, Pablo y Alberto da 161 según mi calculadora y los manuales de estudio vigentes. O 162 si cuelan a la diputada de Coalición Canaria, Ana Oramas. Y la de Mariano y Albert, que votarían «no» sí o sí, es 163. Con lo cual precisarían del voto afirmativo de uno de los siguientes grupos independentistas: bien el PNV (seis escaños), bien ERC (nueve actas), bien Democràcia i Llibertat (la corrupta Convergència de toda la vida con ocho), bien la agrupación de ese «hombre de paz» que tan cachondo le pone a Pablo, Arnaldo Otegi, que cuenta con dos. Eso para superar el listón de los 163 del centroderecha. Pero, además de todo eso, otra condición sine qua non sería que los demás enemigos de España se abstuvieran. De lo contrario, física y metafísicamente es imposible que «el guapo», como maliciosamente a la par que envidiosamente le llaman sus rivales dentro del PSOE, cumpla su sueño de vivir en un Palacio.

Ni siquiera cuela, como viene defendiendo ansiosamente César Luena con la mente puesta en ser algo en la vida, eso de que el PNV es «autonomista y no independentista». Esto es lo mismo que hace Podemos cuando asegura que no les financia Venezuela ni Irán: tomarnos por tontolabas. El partido fundado en 1895 por el tipo más racista y antiespañol de la historia, Sabino Arana, dejó bien claro en enero que quieren «una nación vasca pactada con España». No hace ni siete días que su presidente, Andoni Ortuzar, no se anduvo por las ramas, ni con rodeos, ni desde luego con circunloquios. Fue directo al grano en su discurso en el Aberri Eguna: «Euskadi es nuestra única patria, queremos ser libres». Conclusión: o yo estoy loco o los que nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino son unos cínicos de tomo y lomo.

Cuando Podemos aboga por el «derecho a decidir» lo que está defendiendo es la independencia

El enigma es irresoluble. ¿Por qué? Tampoco hace falta disponer de un coeficiente intelectual de 170 para colegirlo: el Comité Federal socialista de enero sentenció que Pedro Sánchez no podrá ser aupado a la Presidencia del Gobierno con «el apoyo activo o pasivo de los que sólo quieren romper España». Eso significa no sólo que está prohibido aceptar el «sí» del PNV sino también la abstención de los mismos urkullus, de las huestes de Mas, de los Junqueras boys y de los proetarras. Aquí la interpretación no es libre porque el presidente de la comunidad de vecinos de Ferraz 70 es esclavo de la determinación del máximo órgano entre congresos del Partido Socialista. Lo demás sería hacer unas trampas tan gordas, más aún que las que ha hecho esta semana para echar de la carrera a Susana, que el partido del Pablo Iglesias bueno saltaría por los aires. Sería un the end como el de las películas: con mayúsculas. O sea, un THE END en toda regla.

El Frente Popular es, por consiguiente, un imposible físico y metafísico. Reeditar un Gobierno como el de Portela Valladares en el 36 en el que había desde socialdemócratas hasta comunistas pasando por toda suerte de independentistas como ERC es una utopía. Salvo que Pedro dé un golpe de Estado interno, se líe la manta a la cabeza e intente reducir a la condición de papel mojado el diktat del Comité Federal. Posibilidad que tampoco hay que descartar visto lo visto. El punto de cinismo al que se ha llegado en la política española ha hecho que la palabra dada e incluso la legalidad sean cuestiones relativas. No descarto yo que la estrategia de Ferraz pase a la postre por aceptar el «sí» del PNV alegando que son unos moderados autonomistas y el «sí pero no» de los del 3% o ERC con la coletilla esa de «yo no les he obligado a que se abstengan». Es decir, hacer otro trapi.

Moraleja: el concepto de España tal y como la conocemos está en manos de Pedro Sánchez. La idea de la nación más vieja de la Europa continental, 500 años de existencia nada más y nada menos, depende de lo que acontezca en las próximas semanas. Si el secretario general autoflexibiliza y transforma en naranjas o rosas las líneas rojas antiindependentistas, la destrucción de España tardará más o menos pero se consumará. Tendrá que pasar por el aro del Ministerio de la Plurinacionalidad, en el que veremos al amigo entrañable de Iglesias, Xavier Domènech, y por el del referéndum de independencia que le exigirá Convergència para seguir trincando sin fiscales anticorrupción que les den el coñazo mientras practican el tra-ca-trá. En los mentideros madrileños se jura y perjura que Pedro ha dicho ya amén a la mal llamada consulta (consulta es ir al médico, esto es un reférendum o plebiscito). No sé si es verdad pero parece que puede acabar siendo verdad.

Otro detalle que no es baladí: un referéndum en Cataluña es sencillamente ilegal porque no está dentro del perímetro que establece la Carta Magna. Y para retocar la Constitución y convertir en viable este escenario resulta imprescindible gozar del apoyo de tres quintos de ambas cámaras, una meta inalcanzable. Tampoco salen las cuentas porque PP y Ciudadanos suman 163 escaños y porque, a más a más, los de Rajoy tienen minoría de bloqueo en la Cámara Baja y mayoría absoluta en la Alta. En cualquier caso, no creo que esto sea tampoco un obstáculo si Sánchez se echa al monte. Siempre le quedará la posibilidad de hacer un Zapatero: cambiar el Estatut recogiendo a futuro el referéndum y declarando que Cataluña es una nación. No sé yo si eso le valdría a los Puigdemont, Junqueras, Domènech, a las mareas y cía pero no hay que descartarlo.

Por Podemos no va a quedar. Los de Iglesias son tan independentistas como el que más. Lo es Colau, lo es Domènech, lo son las mareas y en esa definición podríamos encajar a algunos elementos de Compromís. Cuando Pablo, Íñigo, Bescansa o cualquiera de los líderes morados abogan por el «derecho a decidir» lo que están defendiendo en el fondo es la independencia. Los que están a favor de la unidad de España jamás se plantearán un referéndum ni a la escocesa, ni a la canadiense, ni a la checa. Si estás por que España siga siendo lo que es no propones que se plantee siquiera la posibilidad de trocearla. Elemental. En el País Vasco y en mi tierra, Navarra, Podemos aboga sin rodeos por la secesión. Es más, las marcas locales se han nutrido en buena parte de gentes que antaño militaban en la izquierda proetarra. Y, por si fuera poco, los de Iglesias y Bildu compartieron papeleta al Senado el 20 de diciembre. En fin, que son casi lo mismo por no decir lo mismo.

A las estrellas, que es donde está escrito el destino, les pido que el PSOE aleje las tentaciones frentistas que tan mal recuerdo provocan en el imaginario y regrese a esa vocación mayoritaria que tantas tardes de gloria le dio, más que a ninguna otra formación en 38 años de democracia. El tótum revolútum que supondría unirse a la extrema izquierda independentista y a los secesionistas a secas acabaría con la idea de España. La carrera iniciada por Artur Mas cogería velocidad de crucero, los nacionalistas vascos se preguntarían «¿y por qué nosotros no?», los gallegos dirían «adeus» y la izquierda valenciana se plantearía tomar las de Villadiego. Tu poltrona, querido Pedro, no vale una nación, ni siquiera un pueblecito de 100 habitantes. Si quieres ser presidente, juégatela en las próximas generales, convéncenos de que eres susceptible de nuestra confianza y si Dios te la da, que San Pedro te la bendiga. Y aquí paz y después gloria. Mientras tanto, seguiré pensando que Bismarck tenía razón cuando proclamó que «España es la nación más fuerte del mundo porque lleva siglos intentando autodestruirse y jamás lo ha conseguido». El que no se consuela es porque no quiere.

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