La izquierda que odia a España

España, progre, izquierda

Hay un mantra establecido en la mentalidad tribal del progre español, que asume que la derecha se apropia del concepto España y de sus símbolos, monopoliza la bandera de todos en sus balcones y lo que es peor, en sus muñecas, y así es difícil sentir identificación con la koiné (lo común). Les repugna la rojigualda en función del énfasis del vecino. Es como si el gordo culpa de su obesidad al delgado por hacer deporte. Si además, el vecino es de derechas, entonces la bandera es un trapo inservible al que hay que sustituir por enseñas de rebaño, según el colectivo o la causita a defender esa semana.

Así, el progre español encuentra su calmante vitamínico en el todólogo periodista al que una exaltación patriótica le parece cuñadismo del bueno pero denigrar lo que es de todos adquiere tintes de progresismo imparable. Siempre ha habido pal(o)meras en el periodismo, rufian(es) en la política y (pre)escolar(es) en los medios que imponen las ideas tumbados y el pensamiento de rodillas, conformando la decadencia de esa España que lleva el análisis en el apellido.

Son los mismos que llevan toda la vida de progre arrebañado apropiándose de Lorca, Machado, Unamuno o Clara Campoamor, quienes patrimonializan la solidaridad como monopolio exclusivo de su ideología, sin aristas siniestras; aquellos que usan el racismo para identificarse como racistas y el feminismo excluyente para expulsar al feminismo real. Los que te dicen qué alimento es bueno o malo mientras te culpabilizan de lo que no eres responsable. Los que viven como ricos y pijos mientras escriben tuits contra los pijos y ricos. Esa casta particular que esputa maldades contra la educación privada el mismo día que matricula a sus hijos en los colegios más elitistas y selectos. Ovejas bien pastoreadas y focas de buen pescado que calumnian y atacan a quien defiende la coexistencia entre sanidad pública y privada cuando no han pisado un hospital de la seguridad social en su vida. Disfrutan hablando del reparto equitativo de la riqueza con su parné en paraísos fiscales y condenan el coste de la vida mientras degustan caldos de quinientos euros la botella.

En realidad, odian España. En global y en particular. En su versión patriótica y conceptual. Lo que fue y lo que quiere ser. Por su pasado, historia y el apego de la ciudadanía real a las tradiciones que la definen y enmarcan. Representan un tipo de élite que necesita tener el monopolio informativo y cultural, mediático y social, para imponer su visión del mundo. Por lo general, proyectan todo lo contrario de lo que defienden, porque saben que lo que defienden les alejaría de una mayoría social que sólo conquistan a golpe de propaganda y presupuesto público, es decir, con el dinero de los demás.

Les fastidia que España gane un torneo de selecciones y que los jugadores no canten la internacional y sí el ¡VivaEspaña!, y colapsan cuando ven una muestra de masculinidad y no de feminismo hermoso. Son blandengues sin el argumentario madrugador que les facilita quien costea sus balances trimestrales y vacaciones de verano. Y ahora, mientras viven a cuerpo de feligrés vip de la polarización que dicen odiar, imponen, como Torquemadas modernos, lo que debemos elegir, votar, opinar y aplauden la censura informativa en nombre de la regeneración democrática

La hiprogresía es esa ciencia exacta por la cual un progre siempre elevará su cinismo al grado máximo de su interés económico, porque sólo ve el progresismo en su cartera. En realidad, son la España cuyos referentes siempre odiaron, la que los enemigos de la nación soñaron con someter, esa España de casta y élite que con Franco nadaba entre pantanos y con Castro entre habanos, la que defiende una igualdad privilegiada como tribu de presupuesto público y negocio victimista. Son la España irreal de «bienvenidos inmigrantes» pero que se queden en los barrios pobres y obreros, quizá porque donde ellos viven, la seguridad privada les impide acceder. Son esos ociosos de sexta noche y domingos de vicio que gritan Welcome refugees pero quédatelos tú, que a mí me da la risa. Son la mentira global mejor vendida, la farsa con mejor publicidad y el modo de vida más rentable. Si el socialismo es el gran engaño de la humanidad, el progre español es su epítome más perfecto.

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