La izquierda caviar que sigue escupiendo a los madrileños

La izquierda caviar que sigue escupiendo a los madrileños

Estos días están siendo gloriosos. Hemos empezado el mes de mayo, que es el preludio del verano. Las golondrinas están viniendo con cuentagotas porque todavía hace fresco, pero la que me visita anualmente en la terraza de mi casa ya ha llegado y se guarece en el nido con sus crías. Mayo es el mes de las flores y de la Virgen. De pequeño celebrábamos cada mañana misa a las ocho, con la hostia correspondiente. ¡Qué tiempos! Por aquella época yo no había probado todavía los berberechos que denuestan los nuevos socialistas inquisidores y puritanos pero que, hervidos, me parecen soberbios, y que, enlatados, con un poco de limón o de vinagre barato, los sirven muy bien en la taberna Santa Bárbara de Madrid, en la plaza del mismo nombre que glosó en su momento Benito Pérez Galdós.

Estos días están siendo también gloriosos no tanto por el triunfo obsceno de la señora Ayuso sino por lo mal que lo lleva la jauría progresista. En estos días hermosos hay que leer cada frase de los editoriales del diario El País, cada sentencia de sus comentaristas, por no hablar de las que pronuncian la mayoría de los iletrados contertulios de las televisiones adictas al ‘régimen’. Son sencillamente deliciosos, infantiles, muchas veces tortuosos y están siempre equivocados. El consultor César Calderón suele afirmar que sólo hay dos cosas peores que perder unas elecciones: primero, hacer una lectura errónea de los resultados, después echar la culpa a los ciudadanos y decir que votan mal. Pero esto es lo que han hecho los socialistas de Sánchez y los comunistas de Iglesias o de Mónica García, que son lo mismo, aunque los desahuciados quieran ver en la médico-madre sindicalista y por tanto absentista un motivo de esperanza para la posteridad.

Según la progresía de la nación, el triunfo inapelable de Ayuso significa un respaldo al planteamiento económico ultraliberal -ojalá fuera así-, y a una actitud política polarizada y con fuertes tintes demagógicos. También dicen que, aunque la comunidad es la que más crece de España, el auge se reparte muy mal y que los supuestos efectos negativos del modelo que promueve se agudizarán más con las bajadas de impuestos prometidas y con el consiguiente deterioro de los servicios públicos y de la desigualdad. Este es un análisis que no resiste el menor asalto científico porque dado el intenso crecimiento del empleo en Madrid, que es el principal motor de creación de puestos de trabajo en España -gracias a la atracción de inversiones y a una fiscalidad razonable- la desigualdad se reduce de manera instantánea.
Como por fortuna la gente, y la realidad que vive, está muy alejada de los pronósticos de estos gurús de medio pelo, o de estos prescriptores de opinión reiteradamente fracasados, convendría recordar que la señora Ayuso ha crecido en votos por igual en las zonas de rentas altas, medias y bajas. Que ha obtenido el 50% de los sufragios en los barrios más pobres, con una renta per cápita de 15.000 euros. El adinerado Juan Carlos Monedero, ser ejemplarmente execrable, se preguntaba cómo la gente que cobra 900 pavos al mes puede votar a la derecha. Pues así ha sucedido, y no cabe duda de que por algo será.

En un alarde de concesión a una cierta racionalidad, los progresistas dicen que su derrota brutal puede que tenga que ver con “la fatiga de la pandemia”, pero no se bajan del burro -como dicen en mi pueblo- porque siguen criticando que Madrid sea una excepción continental en cuanto a políticas laxas. Pues estupendo. Por eso vienen todos los periódicos y las televisiones del mundo a contemplar el milagro de la capital de España. ¿No será por una vez en la historia que los demás están equivocados y que les estamos enseñando el camino?

El retorcimiento delirante de los argumentos de los perdedores para justificar su fracaso no ha tenido límites. En El País del jueves 4 de mayo se podía leer que “la larga trayectoria de gobiernos populares de la Comunidad ha permitido moldear a la gente de acuerdo con sus preferencias ideológicas, no sólo con una cultura determinada sino con una estructura social segregada”. Y seguía: “el éxito de Ayuso se explica por su peculiar liderazgo a caballo entre el entretenimiento y la política, lo que le ha valido una gran popularidad”. Y lo dicen los que han apoyado con pasión todas las leyes educativas del país, dictadas en su mayoría por la izquierda para asegurarse el adoctrinamiento, así como la penuria académica de nuestros hijos.

El tonto útil José María Lasalle, que ha ocupado cargos con el PP, primer marido de Maritxel Batet, la sectaria presidenta del Congreso, se ha sentido obligado a torear como en las Ventas incurriendo en el barroquismo y la prosopopeya: Ayuso “ha dibujado un marco de guerra cultural que ha trabajado la polarización y el terreno de las emociones de una derecha sociológica que vive atrapada por una multiplicidad de malestares económicos y sociales asociados por el miedo de las clases medias a perder su estatus económico y su influencia política después de 2008”.

Este comentario roza el ‘sumum’ intelectual, así que yo lo podría resumir de manera muy simple. No sólo las clases medias sino sobre todo las bajas -a tenor de los resultados- saben que como demuestra la evidencia empírica sólo la derecha es capaz de impulsar la economía y de crear empleo, saben que sólo ayudando a las empresas es posible que este país salga adelante; y adicionalmente, están hartas de las mentiras de Sánchez, de sus embustes continuados, de su falta de rendición de cuentas, de los pésimos resultados de la pandemia, en términos de fallecimientos y de pérdida de tejido productivo. Por eso las elecciones de Madrid son un aviso y una enorme advertencia a todo lo que representa este personaje nefasto y sus aliados enemigos de la unidad nacional y de la Constitución.

Pero déjenme que acabe con la última perla de El País, con su consejo indeleble para la derecha, porque en esto ha tenido siempre mucho arte y no se corta: “Ojalá que la estrategia nacional del PP no siga el rumbo madrileño y se mantenga en la senda de los más nobles referentes de la familia democristiana europea”. ¿O sea la izquierda reclamando que vuelvan los democristianos, aquellos con los que no querían pelear ni los leones en los coliseos de la vieja Roma? ¿Pero estos chicos están fumados? Eso temo.
Mi amigo Javier Jové ha escrito un tuit muy notable, y es este: “No basta con arrasar a las izquierdas. La nueva mayoría política y social debe ser empleada para cambiar radicalmente el paradigma ideológico y cultural dominante”, para derrotar al progresismo deletéreo. Por eso mismo me habría gustado que Vox hubiera tenido todavía mejores resultados, y más diputados en la Asamblea de Madrid. Primero por ver la cara de póker y los aspavientos que habrían desplegado el ‘sanchismo’ y los comunistas de Mas Madrid y de Podemos; pero sobre todo, porque habría consolidado todavía más la determinación por librar la batalla cultural con la indeclinable ambición de vencerla, algo que siempre debe empezar por tomarse unas cañas con unos berberechos en la cervecería Santa Bárbara de Madrid, capital del mundo epicúreo y hedonista.

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