La inexplicable persecución a los toros en Asturias

La inexplicable persecución a los toros en Asturias

El pasado 14 de agosto tuve el placer de disfrutar de una muy discreta corrida en la plaza de toros de El Bibio en Gijón, costumbre que arrastro desde hace más de diez años. La repleta media entrada se vio precedida por la habitual polémica en los medios por las campañas de los antitaurinos. Mientras iba de camino, la programación regional de RNE reproducía las palabras de la alcaldesa haciéndose eco de las demandas antitaurinas, pero defendiendo La Fiesta y diciendo que quien no quiera, que no vaya.

Un ruido mediático que me invitó a pensar que me encontraría una nutrida manifestación a la entrada de la plaza. Sin embargo, al llegar sólo había seis antitaurinos seis: tres junto a una puerta y otros tres junto a otra, haciendo lo que podían por hacerse notar pese a sus escuálidas fuerzas.

A los tres días, la alcaldesa, cambiando de opinión respecto a lo dicho el día 13, anunciaba que se suprimirán los festejos taurinos en el próximo contrato de gestión de la plaza, porque le parecieron ofensivos los nombres de dos toros lidiados. A los pocos días, se prohibió también una novillada en Cangas de Onís. No la prohibió ni un juez ni el Gobierno competente. Alegando la condición de zona inundable del suelo donde se iba a asentar la plaza portátil, los antitaurinos lograron que la confederación hidrográfica prohibiera la actividad con una más que sospechosa (por infrecuente) celeridad.

Resulta sorprendente la arbitrariedad con la que se permite actuar la alcaldesa. En sus palabras del día 13, se apreciaba la prudencia de un gobernante que no quería perder uno de los pocos activos económicos que perduran de las no fiestas de la Virgen de Begoña. El ambiente en la hostelería de los aledaños de la plaza justificaba su postura. El cambio en 72 horas resulta decepcionante.

Más allá de lo económico, me choca el variable concepto de la libertad que tiene la izquierda. En muchas ocasiones, nos dicen que hay que admitir el aborto, la eutanasia y otras cosas porque, aunque exista un daño, no se puede imponer la limitación a quien está dispuesto al mismo. En el caso de los toros, en cambio, consideran que los taurinos deben privarse de acuerdo con unos valores oficiales. Valores por cierto normalmente mal planteados, pues sólo abordan el problema del maltrato animal, escondiendo el principal dilema moral de la fiesta: la admisibilidad o no del riesgo de las vidas humanas de los matadores y sus cuadrillas.

Si perplejo estaba yo con la de Gijón, mi perplejidad aumentó más con el alcalde de Oviedo: teniendo una plaza que podría recoger el negocio que rechazan en Gijón, dijo que Oviedo es para la ópera y Gijón para los toros, que no se harán en Oviedo. Casualmente, en los días de la feria la prensa asturiana publicaba una entrevista con el promotor cultural (y comunicador político) Carlos Baumann cuyo titular era: “No creo en ese Oviedo que sólo pisa moqueta”. Al parecer, el alcalde es el único Oviedo en el que cree: quienes pisan albero en lugar de moqueta, que se vayan a Gijón. Luego hay quien se lamenta de que la capital del Principado anda decrépita. Con estas lumbreras abiertas de par en par a las oportunidades no resulta extraño.

Lo ocurrido la semana pasada con la Fiesta Nacional en Asturias es inexplicable se mire por donde se mire. Esperemos que el invierno devuelva algo de cordura de cara al verano que viene.

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