Los impuestos y la patria, según Sánchez

Sánchez
Los impuestos y la patria, según Sánchez

El padre de Carmen, que es una amiga dentista sin par, falleció hace tiempo en Extremadura, donde ha vivido siempre la familia. La viuda estaba también enferma y su muerte más o menos pronosticada a plazo fijo. Como la familia había acumulado un cierto patrimonio, y en previsión de la herencia correspondiente, Carmen se trajo a su madre gustosamente a vivir con ella en Madrid y la empadronó aquí. Carmen es tan entrañable como graciosa y le dijo: «Mamá, tienes que tardar al menos cinco años en morir» -que al parecer era en esos momentos el plazo para que surtiera efecto el cambio de régimen tributario, del confiscatorio de Extremadura al liberal y racional de Madrid-.

Cualquiera que lea esto podría pensar a la ligera, por desconocimiento flagrante, que Carmen es «una bruja fracasada y egoísta», como llama el presidente Sánchez a los ciudadanos decentes que intentan pagar los menos impuestos posibles para retener la mayor cantidad del fruto del esfuerzo y del trabajo. Del propio o del de la familia.

También podría especular con que la madre de Carmen se llevó un chasco con su hija. ¡Pero qué va! Estaba dispuesta a cualquier cosa antes de que los gobernantes extremeños practicaran el expolio que representa el Impuesto de Sucesiones o el de Patrimonio en la mayor parte de España menos en Madrid y las otras autonomías que han seguido sus pasos en la lucha por la liberación fiscal.

La madre de Carmen aguantó como una campeona y tuvo la delicadeza de dejarnos cinco años y un mes después de los hechos, supongo que riéndose del socialismo depredador, que ni siquiera había llegado entonces al estado de degradación al que lo ha conducido Sánchez.

Según el mandarín de la Moncloa, hay mucha gente acaudalada que aprueba que le suban los impuestos, pues así contribuye a financiar el sacrosanto Estado de Bienestar. Y en efecto, tontos hay en todas partes. El otro día leí un tuit de Risto Mejide, ese presentador ridículo de shows y de programas seudoinformativos, en el que declaraba estar encantado del atraco fiscal practicado por el Gobierno. Masoquistas, a la par que estómagos agradecidos como Mejide, florecen desde siempre, igual que políticos sádicos, pero los ciudadanos corrientes como Carmen y su madre no están entre ellos.

Al elogiar el comportamiento de quienes apoyan su cruzada fiscal, y para intentar persuadir a los que se oponen al acto sacrificial, el presidente dice que así «los ricos se verán moralmente compensados». Ante esta vergonzosa declaración, en mi pueblo habrían dicho al instante: «Encima de puta, pongo la cama».

No. Es una auténtica infamia que Sánchez utilice el argumento de la moralidad como aval de su persecución fiscal. La gente no quiere pagar más impuestos en España porque ya paga demasiados sin tener una idea clara de a qué se destina el expolio que sufre por un Ejecutivo que despilfarra sin pudor en gastos suntuarios, que acumula un déficit y una deuda pública colosales, que pastorea una burocracia elefantiásica e ineficiente, que reparte subvenciones por doquier con el único interés de comprar votos, y que, a efectos de moralidad, querido Sánchez, indulta a golpistas y corruptos, pacta con terroristas, secesionistas y demás cuyo único propósito es destruir la monarquía constitucional y la nación. Es una obscenidad llamar «patriotas» a los resignados a pagar de más y «brujos fracasados e insolidarios» a los ciudadanos todavía decentes apegados a sus ahorros.

Sánchez y el concepto de patria son absolutamente incompatibles; tal y como venía a decir Corleone en El Padrino, el que más te manosee es sin duda el traidor. Enredado como está en esa carrera hacia ninguna parte del radicalismo izquierdista, utiliza un día sí y otro también aquel término deletéreo de justicia social, que fue patentado por Evita Perón en la Argentina y que consistía en la aberración de que «cualquier necesidad es un derecho» que satisfacer, y ahora lo adoba con el de justicia fiscal, que equivale a la expropiación paulatina de rentas y patrimonios a fin de acumular los recursos suficientes para repartir subsidios, ayudas y prebendas con las que, eventualmente, poder ganar las próximas elecciones mediante el agradecimiento final de todos sus súbditos, esclavos y dependientes. Igual que los tiranos sudamericanos a los que apoya y alaba.

Nunca me ha gustado tirar de la Constitución porque, elaborada en la crítica coyuntura del momento, incluye algunos principios absurdos como el derecho al trabajo o el derecho a la vivienda que jamás pueden ser derechos a lo Evita Perón o Sánchez porque nunca el Estado estará en condiciones de garantizarlos; pero fijémonos en lo que dice sobre el asunto fiscal: «Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica a través de un sistema tributario justo -otra vez la endiablada palabra justicia- inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá carácter confiscatorio». Es evidente que algunas de estas cuestiones han sido vulneradas legendariamente por los socialistas y nunca reparadas del todo por la derecha. Por ejemplo, el Impuesto de Sucesiones y el de Patrimonio, allí donde existen con todo su vigor, son expropiatorios, hasta el punto de que muchos ciudadanos renuncian a la herencia o, como en el caso de la madre de Carmen, tienen que cambiarse de residencia para huir de la confiscación.

Por otra parte, el impuesto de la renta y el que grava los rendimientos del capital ya son tremendamente progresivos, sobrepasando el límite del sentido común. Si fuera el malogrado Julio Anguita encaramado en la tribuna del Congreso de los Diputados, o su hijo putativo el ex vicepresidente Pablo Iglesias, podría decir con rotundidad y la voz más campanuda posible que este Gobierno está incumpliendo flagrantemente la Constitución. ¿Ustedes creen que esto podría ablandar la mandíbula de acero de Sánchez, conmoverlo y torcer esa voluntad que nos conduce al empobrecimiento general?

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