La improvisación energética

La improvisación energética

Es cierto que la guerra provocada por Putin en Ucrania contribuye a tensar todavía más el precio de la energía, pero no es verdad que el incremento estructural de dicho precio energético se deba a la guerra. Los efectos de la invasión rusa son un elemento coyuntural que contribuyen a empeorar la situación, pero el problema estructural se debe a la existencia de una política energética fracasada en Europa, especialmente en España, que está empobreciendo a la sociedad por haber optado por unos dogmas absurdos, que nos sitúan en una situación de improvisación.

Dicha improvisación energética seguirá pasando factura a la economía por el mero hecho de que se quiere alcanzar un objetivo sin una alternativa clara que lo permita sin hundir a la economía en una situación caótica que empobrezca a la sociedad. Se quiere descarbonizar el planeta, lo cual puede ser un honorable objetivo, pero se mira hacia otro lado mientras China sigue impulsando de manera intensa dicha fuente de energía, y sin su participación poco se puede avanzar en dicho terreno. Se quiere apostar por la energía renovable, pero quienes lo defienden se olvidan de que no genera la suficiente cantidad como para cubrir la demanda. Se quiere lograr un mundo medioambientalmente sostenible, pero se deja al margen el importante hecho de que sin una fuente de energía alternativa, si se suprimen las actuales, lo que no se sostendrá será la economía. Y se quiere contar con energía abundante, pero sin una apuesta por la energía nuclear, que es lo que podría proporcionárnoslo, tendremos una dependencia del gas suministrado por países o regímenes que nos pueden generar inestabilidad.

Todo ello es fruto de haber iniciado un proceso en el que confluyen los intereses de muchas partes, que bajo el envoltorio del cambio climático, que una cosa es que exista y otra que se deba a todo lo que dichos grupos defienden- están empobreciendo energéticamente al planeta o, mejor dicho, a Occidente, porque, como digo, nada se dice de China o India, por ejemplo, países tremendamente poblados y generadores de gran parte de la contaminación mundial que no parecen por la labor de dejar de hacerlo. En ese proceso, en lugar de trazar, antes que nada, un plan en el que quede resuelta la oferta energética con fuentes alternativas de energía a las que se dejen de emplear, se ha optado por ir eliminando las fuentes consideradas contaminantes sin una alternativa efectiva y no digamos ya eficiente. Es imprescindible intensificar la participación de la energía nuclear y del gas -con la autorización del fracking para extraerlo- para completar de manera abundante la oferta. Francia tiene claro que no puede depender ni de la inestabilidad o decisiones de terceros países, como sucede con el gas, tanto por la parte rusa y bielorrusa, como por la argelina en su conflicto con Marruecos y los errores de Sánchez con su cambio unilateral respecto al Sahara, ni de la volatilidad de los precios generados por la escasez de la oferta al eliminar las fuentes menos limpias sin sustituirlas adecuadamente por otras; por eso, aunque ya es un 70% independiente en su suministro energético, gracias a la energía nuclear, apostará de nuevo por ella.

Por eso, ahora que la Unión Europea parece despertar de su letargo y ha otorgado la categoría de energías verdes a la nuclear -que es limpia, que se puede generar en abundancia y que es segura si se siguen los protocolos adecuadamente- y al gas, hay que apostar por ellas, sobre todo por la nuclear, al menos para lograr de manera razonable la transición energética. Lo contrario implica lo que estamos viviendo: un problema importante de encarecimiento de toda la cadena de valor, a partir del mayor coste energético, y la inflación, que puede hacer que el estancamiento y el desempleo se apoderen de la economía, junto con el plan europeo de restringir el consumo de gas en un 15%, al que España y Portugal se niegan. Nada de ello sería necesario si toda Europa abandona su fundamentalismo y traza un plan claro en materia de energía, alejado de objetivos imposibles, que sólo nos hacen más dependientes, vulnerables y pobres.

Deberían reflexionar, por tanto, los gobiernos occidentales -especialmente, el de Sánchez, que es uno de los más fundamentalistas en esta materia- sobre las decisiones que llevan ya años tomando en materia medioambiental, porque bajo la excusa de la conservación del medioambiente están adoptando unas decisiones que nos está empobreciendo a todo occidente. En materia energética envuelven todo en celofán de respeto medioambiental sin haber buscado antes una alternativa eficiente, empobreciendo al conjunto de la sociedad, en la que las familias pierden poder adquisitivo para hacer frente a la factura de la luz y al resto de productos, al propagarse el incremento del coste energético por toda la cadena de producción, y paralizando las industrias, que ven cómo sus costes se comen todo margen por la subida del precio de la energía. Es el coste de la improvisación política también en materia energética: un problema de enormes dimensiones en el que nos han metido decisiones erróneas y del que veremos cómo conseguimos salir. De seguir así, no se solucionará el problema energético, sino que se agravará, especialmente en España, tan dependiente energéticamente, y se perderá competitividad, los ciudadanos tendrán menor poder de compra y el conjunto de la economía se empobrecerá de manera estructural. O se cambia radicalmente la política energética, se apuesta por la nuclear y se deja a un lado el extremismo medioambiental -que, en muchos casos, son más intereses de negocios que preocupación por el planeta- o el empobrecimiento puede llegar a ser extremo.

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