Los idus de marzo

Los idus de marzo
Los idus de marzo

En estos días se celebraban en la antigua Roma los idus de marzo como comienzo del año nuevo romano, con la culminación en el día del quince de marzo como la jornada propiamente conocida con dicho nombre. Si los idus de dicho mes tienen especial relevancia se debe a que el quince de marzo del año 44 A.C. se cometió el asesinato de Julio César. Más de dos mil años después se sigue recordando dicho magnicidio, que truncó lo que podría haber dado a Roma un esplendor mayor que el que tuvo después, aunque eso ya nunca se sabrá.

Me parece oportuno recordarlo hoy, en un aniversario más de aquel acontecimiento, pues pese a los dos milenios transcurridos no deja de ser un tema siempre rememorado por la importancia que tuvo, a lo que contribuyó la obra de Shakespeare La tragedia de Julio César, donde el genial dramaturgo reprodujo el asesinato de César, quizás con alguna licencia teatral, pero cercana a la realidad.

Julio César fue un político y militar enormemente relevante. Una vez elegido cónsul, Pompeyo y Craso, que lo apoyaron para ello, formaron con él lo que se conoce como el primer triunvirato, incorporando, así, a una nueva imagen del poder romano. Cuando se fue a la conquista de las Galias, sus enemigos políticos -Pompeyo ahora se enfrentaba a él-, quisieron despojarlo del ejército y le impidieron presentarse al consulado in absentia. César, ante ello, cruzó el Rubicón y marchó sobre Roma en el 49 A.C. No parecía que tuviese muchas opciones de vencer a Pompeyo, pero lo consiguió y fue nombrado cónsul.

Con César, Roma volvió a recuperar su ímpetu e ilusión y vivió unos años de prosperidad. Sin embargo, enseguida muchos senadores, políticos y militares empezaron a recelar de él porque consideraban que atesoraba mucho poder y que podía llegar a instaurar la monarquía -que en aquel tiempo para los romanos era sinónimo de tiranía por su experiencia pasada-. Pese a recibir distintas advertencias sobre un complot para asesinarlo, César no hizo caso, pues confiaba en que sus rivales tenían su misma inteligencia y concluirían que acabando con él ponían en riesgo a Roma. Sin embargo, obviamente, no era así.

Cuando César llegó al Senado, los conjurados lo rodearon. Él había mantenido a personas que no habían sido partidarios suyos en su lucha con Pompeyo, pero los había incorporado a su círculo de confianza. Igualmente, a otras personas las había patrocinado y proyectado políticamente, con su apoyo. Ahora, entre los rebeldes que iban a perpetrar el golpe de Estado se encontraban algunas personas de una y otra característica: antiguos rivales a los que perdonó -como Cayo Casio Longino- y personas a las que apoyó y que le debían todo -como Marco Junio Bruto-. No hubo por parte de ellos ni gratitud ni amistad a quien les había dado cobijo bajo su mandato. Todos ellos, acorralando y rodeando al líder en la estancia del Senado, lo apuñalaron, ni más ni menos que en veintitrés ocasiones -casi no había espalda para tanto puñal-. Algunos lo hicieron varias veces, incluso después de muerto, regodeándose en la desgracia del caído. Muchos, se unieron al magnicidio cuando instantes antes habían estado apoyando a César.

Los conjurados, con la muerte de César, no consiguieron su objetivo, pues no hubo paz, sino una guerra civil. Los rebeldes no lograron auparse al poder, pues perdieron también la vida tras ser derrotados por los partidarios de César. Y no mantuvieron el orden administrativo que César tenía, pues terminó llegando el imperio romano con Octavio. Los golpistas mataron al líder y sólo lograron empeorar todo.

En el cruel asesinato, César, tras unos primeros compases de resistencia, parece que, finalmente, no luchó. Cuentan las crónicas que, simplemente, se cubrió la cabeza con su toga, empleando para ello la mano derecha, dejando que la izquierda extendiese dicha toga para cubrirle las piernas y morir con dignidad ante dicho golpe de Estado. Shakespeare pone en su boca las famosas palabras que han pasado a la posteridad, dedicadas a Bruto: «¿tú también, hijo mío?» Ciertas o no, dichas palabras encierran una gran verdad: la de la ingratitud y la de la traición en la amistad en aquel lance político que hoy, tan lejos y, a la vez, tan cerca, se conmemora un año más.

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