Historias de Alsasua
Alsasua es un pequeño municipio navarro, de poco más de 7.000 habitantes, ubicado en el valle de la Burunda, a menos de 6 kilómetros de la provincia de Guipúzcoa, los mismos que les separan de la de Álava; más cerca de Vitoria que de Pamplona. Hasta mediados del siglo XX Alsasua apenas llegaba a los 3.500 habitantes, pero en 1956 se trasladaron allí, desde Irún, los talleres del vasco Sunsundegui, dedicados al mantenimiento de trenes de Renfe, y eso duplicó su población, básicamente por la llegada de extremeños que transformaron su economía rural en industrial. Hoy muchos de los habitantes del pueblo son hijos y nietos de aquellos esforzados trabajadores extremeños. En los años 80 su alcalde era del PSOE, en los 90 cambió al PNV y ya a partir de 1999 ha sido gobernada por independentistas vascos de Euskal Herritarrok, Aralar, Nafarroa Bai y Bildu, siendo desde hace un par de años regida por Geroa Bai con el apoyo de EH-Bildu. Los abuelos extremeños del PSOE, los hijos del PNV y los nietos… los nietos se dedican a dar palizas a guardias civiles y a sus novias.
La novedad de estas palizas a guardias civiles y a sus novias es que ahora, gracias a Dios, y al esfuerzo de años de exitosa lucha contra el terrorismo de nuestros policías y guardias civiles, no los asesinan. Como cuando el 9 de enero de 1980 ametrallaron en Alsasua al ex guardia civil Sebastián Arroyo. O cuando, en diciembre de 1988, lanzaron cuatro granadas contra el cuartel de la guardia civil de Alsasua, arrancando una pierna con una trampa bomba al cabo José Aguilar García, mientras rastreaba los alrededores. También es novedad que han pasado de las agresiones “virtuales” de los últimos años, a las agresiones reales. Porque de agresiones deben calificarse las que se producen cada año en ese aquelarre al que llaman ‘Ospa Eguna’, con el visto bueno, y supongo que hasta la sonrisa cómplice, de nuestros jueces más progres.
El ‘Ospa Eguna’, que se traduce del vascuence como ‘El día de la huida’, es un acto organizado cada año por los independentistas alsasuarras –entre ellos los dos detenidos por la paliza a los guardias civiles- la semana antes de sus fiestas patronales. En él exigen la expulsión de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado del País Vasco y Navarra. Y lo hacen pateando, quemando y ahorcando a muñecos que representan a guardias civiles, y parodiando a S.M. el Rey, desde el balcón del ayuntamiento, con distintivos nazis, amparados por los dirigentes consistoriales. En uno de esos aquelarres, la entonces alcaldesa, Garazi Urrestarazu de Bildu, se dirigió a los miembros de la Benemérita, diciendo: “Hijos de puta, me cago en vuestra calavera”. Y todos sabemos que cuando los de Bildu hablan de calaveras no lo hacen metafóricamente. Pero el juez de la Audiencia Nacional, Santiago Pedraz –qué guapo y qué moderno- archivó la causa contra la alcaldesa abertzale al considerar que pudo ser de “mal gusto” pero “inocua”. Tan “inocua” era la amenaza, que sus cachorros de fieras sarnosas la han llevado a la práctica. Unos señalan y amenazan y otros actúan y golpean; como han hecho siempre.
Todos tenemos amigos o familiares guardias civiles, los conocemos y por eso los queremos y respetamos. Sabemos cómo se sacrifican hasta límites inhumanos por nuestro bienestar y seguridad. Y también todos conocemos a los perros abertzales; esos nietos de extremeños, avergonzados de unos orígenes “maquetos” de los que deberían estar más que orgullosos. Todos sabemos distinguir la verdad de la mentira y el bien del mal. Yo estaré siempre del lado del bien y de la verdad y por eso, sin la menor duda, condeno el odio que amarga las entrañas de esos malnacidos hijos del diablo, a los que algunos jueces, guapos y modernos, permiten total impunidad.