Las guerras de Miguel Gila

Gila
  • Pedro Corral
  • Escritor, historiador y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

El genial humorista Miguel Gila cuenta en sus memorias, Y entonces nací yo, que en la Guerra Civil lo fusilaron mal. Fue el 6 de diciembre de 1938. Soldados marroquíes de Franco dispararon borrachos contra Gila y otros 13 compañeros a los que vigilaban como prisioneros. El suceso, recordaba el cómico, ocurrió en el pueblo cordobés de El Viso de los Pedroches. Esta localidad, sin embargo, no fue tomada por los nacionales hasta el 26 de marzo de 1939, una semana antes de acabar la contienda.

Un amigo de Gila, el escritor Ángel Palomino, prologuista de su primer libro, que terminó la guerra como teniente provisional franquista, escribió en Abc a los pocos días de la muerte del irrepetible cómico en 2001: «A Gila nadie -ni borracho ni sereno- lo fusiló, nunca estuvo en la cárcel y nunca fue exiliado político».

Este trágico pasaje del fusilamiento, tan reiterado en la guerra española, sobre todo contra víctimas civiles, es recreado en la película recién estrenada ¿Es el enemigo? La película de Gila. Su director, Alexis Morante, cuenta las vicisitudes del humorista en la contienda fratricida en una cinta que tiene ecos de La vaquilla.

El filme cuenta la guerra de las personas, no la de las consignas, bajo la perspectiva del humor antibélico de Gila. En este sentido, es una brisa de aire fresco, humanizada, para ventilar el oscuro trastero donde han vuelto a encerrar las vivencias de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, concordantes entre las dos Españas. La idea es meter la piedad y la memoria compartidas en un baúl, bajo siete llaves, y saturarnos otra vez de propaganda y falsificación, de enfrentamiento y oportunismo político.

Un Gila magistralmente revivido por Óscar Lasarte nos sitúa ante el absurdo y el horror de la guerra civil. El episodio de la confraternización entre combatientes de ambos bandos, para ordeñar por turnos una vaca en tierra de nadie, tiene ese sabor berlanguiano capaz de explicar mejor la contienda que cualquier panfleto.

Para mí ya sólo esto compensa los desajustes históricos o narrativos que pueda presentar la obra de Morante, que no es redonda, pero tampoco aspira a conseguir la cuadratura del círculo con un tema tan endiablado, también fílmicamente, como es la Guerra Civil.

La película se permite la licencia creativa de incorporar al fusilamiento de Gila a su gran amigo de la infancia: Pedro Tabares Ochoa, vecino de su casa de Zurbano 68, que muere bajo las balas. Arriesgada imaginación, como veremos, pero no exenta de simbolismo en una contienda donde se fusiló juntos no sólo a amigos, sino también a hermanos, padres e hijos, maridos y mujeres.

En julio de 1936 ambos se afiliaron a las Juventudes Socialistas Unificadas de Santiago Carrillo. Antes de la guerra ya estaban sindicados en UGT. Después, por iniciativa de Tabares, se alistaron en el 5º Regimiento comunista, según recuerda Gila. Los dos tenían sólo 17 años.

Al marchar al frente dejaron atrás en Zurbano 68 a sus familias, pero también un hecho terrible que Gila no menciona en sus memorias: en aquella misma finca de Zurbano, actualmente el número 84, su propia organización, las JSU, establecería una checa denominada Grupo Stalin. De allí salieron 50 personas detenidas para ser asesinadas. Aún está por hacerse una gran película sobre las checas.

Gila recuerda que la marcha al frente le separó de su mejor amigo, de cuya peripecia en la contienda nunca más supo, salvo que se incorporó al Batallón Alpino, desplegado en la Sierra de Guadarrama. Gila se sumó al Batallón Pasionaria, con el que fue destinado a Guadalajara. Al ser militarizadas las milicias, el Pasionaria acabó integrado en la 3.ª Brigada Mixta, uno de cuyos batallones mandaba Ramón Mercader, el asesino de Leon Trotsky.

Pero antes de eso, unos milicianos habían obligado a Gila y a Tabares a subir a un piso de su casa, donde vivía la amante del chófer del aviador y falangista Julio Ruiz de Alda. Debían apoderarse de un cajón que contenía ficheros de Falange, según supo Gila después de la contienda.

«Pedro Tabares fue el que subió conmigo a coger el cajón que nos mandaron bajar los milicianos el 20 de julio y que finalizada la guerra nos costó la cárcel. Tabares lo pasó peor que yo. Estuvo muchos meses en alguna de las muchas prisiones improvisadas por el franquismo y muchos años en el penal de Burgos. No sé qué ha sido de él, pero le recuerdo con cariño porque formábamos yunta», escribe Gila en Y entonces nací yo, donde cuenta su experiencia en las prisiones de Yeserías, Santa Rita y Torrijos.

Como vemos, Gila confirma que Tabares sobrevivió a la guerra. En cambio, el padre de su amigo, que también se llamaba Pedro y marchó voluntario para defender la República, cayó en combate, según la documentación que he consultado.

Será el propio Tabares quien desmienta a su amigo Gila sobre la entrada en la cárcel de ambos después de la guerra por aquel cajón de Zurbano 68. Y es que Tabares terminó la guerra en el Batallón Alpino, «habiendo sido depurado sin responsabilidad», pese a que fue denunciado en 1939 por el fusilamiento de tres soldados de derechas de su unidad. Que Tabares no fue juzgado ni condenado, entonces lo corrobora la documentación del Registro Central de Penados y Rebeldes, donde «no constan antecedentes» de él.

Todos estos extremos figuran en el sumario 140569 que se instruyó en 1947 contra Tabares y otros seis compañeros por pertenencia a la organización clandestina del PCE, y que puede consultarse en el Archivo General e Histórico de Defensa de Madrid. Incluye un informe policial donde se asegura que Tabares se incorporó voluntariamente a filas en 1937, lo que desmentiría también el relato de Gila sobre su inmediata marcha al frente.

Tabares desempeñaba desde enero de 1947 el cargo de responsable de agitación y propaganda del sector oeste del PCE en la capital. Detenido en el mes de abril siguiente, con 27 años, aseguró a sus interrogadores que el partido buscaba «implantar una república democrática como vehículo para la implantación del comunismo».

El proceso llevó al amigo de Gila ante un consejo de guerra en Ocaña (Toledo), que le condenó en 1948 a 15 años de cárcel. Tabares fue recluido en la prisión central de Burgos. Es decir, ni estaba preso allí nada más acabar la contienda ni fue condenado por llevarse de una casa durante la guerra un fichero de Falange, como afirmó Gila para justificar su propio encarcelamiento.

Por sucesivas reducciones de condena, Tabares debió de salir del penal burgalés en 1954, con 34 años, si bien la fecha de su liberación no figura en el expediente. Para entonces, y desde el inicio de esa década, su amigo Gila triunfaba ya en el teatro, el cine y las salas de fiestas bajo el régimen franquista que Tabares había buscado derrocar. Como si esta vez el destino les hubiera situado en trincheras opuestas.

Tabares murió en 1993, con 74 años. Dos años después, Gila publicaba sus memorias, donde decía que no había vuelto a saber nada de su amigo desde la posguerra. Quizá esa podía ser la segunda parte de la película sobre el humorista. Y bien podría cerrarla el abrazo imaginario de los dos amigos en la España reconciliada que finalmente fue posible, cuando en todas las casas se corría en tropel hacia el televisor para ver a Gila con casco y guerrera, llamando por teléfono al enemigo para echar unas risas juntos.

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